domingo, 19 de septiembre de 2010

De cristal


El salón es el centro neurálgico de mi casa. Todo confluye en él. La cocina es de esas llamadas americanas. Por la noche el sillón se transforma en cama. Y sólo hay una puerta en el pequeño aseo. No tengo demasiadas cosas, mas las que hay son mis amigas. Han aprendido a serlo y las quiero a todas. Pero al salón lo amo.

Mi salón tiene una tele pequeña que nunca enciendo. Me gusta negra y silenciosa, para que mi salón pueda escucharme. Porque yo le hablo. Y siempre sé lo que me contesta: nada. Sólo me escucha. Y yo se lo cuento todo. Él no me contesta, pero sabe que cuando me he tumbado en el sillón a media mañana voy a llorar. Y cuando acabo y ya no hay lágrimas, vuelvo a verlo todo con la luz que se pone naranja al pasar a través de mis cortinas naranjas, y es cálido. Como un abrazo.

La botella de agua está sobre la mesa, justo donde la dejé. Y veo que en el fregadero está el cacito de leche del desayuno, que está esperando a que yo lo friegue. Y… mierda, no veo el aseo. Así que me levanto y abro la puerta, aunque sé que el bote de jabón es rosa, y que la alfombrilla de los pies está doblada en el radiador toallero. Sin embargo el vaso no debería estar sobre el lavabo, así que me acerco a cogerlo. ¿En qué estaría pensando cuando lo llevé allí? El vaso tiene que estar en la cocina, no debe salir de la cocina. Yo cuido de mis cosas, y mis cosas cuidan de mí. Recojo el vaso y me lo llevo a su sitio. Pero lo noto. Mi vaso tiene miedo. Yo le digo que confíe en mí, que no voy a dejar que se rompa. Porque él teme que si se rompe, terminará en la basura, y después en un contenedor, y después dios sabe dónde. Es horrible no saber dónde. Es la nada, es el vacío inmenso. Y el pobre es tan pequeño. Y le produce tanta angustia pensar en lo frágil que es, en no saber dónde puede terminar, siendo ese dónde un lugar tan desconocido y lejano, que sufre mucho. Está sufriendo y yo sé que lo hace, así que acelero el paso. Pero sigue sufriendo. Tanto, que me contagia. Puta empatía. No te angusties, por dios, otra vez no, aquí no! Pero empiezo a sudar. Empiezo a ahogarme. No puedo dar un paso. Sólo se tardan escasos cinco segundos en llegar a la cocina, ahora no, ahora no puedes ponerte así. Cálmate, cálmate porque si no, sabes que te va a suceder otra vez. Como con el otro. ¿Por qué no lo compré de plástico? Como la ensaladera, como el plato, como la jodida taza del desayuno! Porque si se rompe de aquí a la cocina, si se rompe… vas a tener que salir.

Tres manzanas. Tres manzanas hasta la tienda. Con toda esa gente alrededor, el semáforo pitando, la avenida que se convierte en un puto océano y no veo la otra orilla, y me ahogo, y dejo de respirar, y me caigo. Me caigo mucho antes de poder entrar en la tienda y decir delante de toda esa gente que quiero un vaso de plástico. Y mi madre que piensa que estoy loca va a verme al hospital, porque al fin y al cabo soy su hija. Ya es la única que viene. Y me trae un regalo. Un jodido vaso de cristal, maldita sea, ¡de cristal!

Me estoy cayendo, lo noto, voy a perder el sentido, en mi propio castillo. Me va a recoger mi querido salón, te amo y me verás llorar, y no me podrás dar un abrazo naranja porque será de noche. Así que lloraré a oscuras entre todos esos trozos de cristal. Estrecho el vaso contra mi vientre y lo protejo con mis manos mientras me desplomo. Y sin poder pronunciarlo en voz alta le digo, no tengas miedo, estás seguro, lo arreglaré. Jamás saldrás de aquí, jamás saldrás de aquí.



Otros sitios de la autora Reflexiones . Colabora también en el proyecto La taberna del escocés


3 comentarios:

  1. Me parece muy original tu relato. Me gusta la forma en que humanizas los objetos. Tu vaso de cristal inspira ternura y ganas de protejerlo con la vida misma.
    Felicitaciones
    Kapizán

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  2. Muchas gracias, Kapizán. Tus palabras son todo un estímulo.

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  3. Que tensa caída ¡ no dejas de sorprenderme¡ otro giro a tu narrativa? genial..te sigo leyendo, soy tan frágil, casi de cristal...gracias Patricia

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