Sintió como si alguien tirase de su mano y la arrastrase al interior del templo, todo estaba en el más absoluto silencio y el oscuro entorno de la mañana resultaba no habitual, algo era diferente a otros días que como hoy buscaba la paz del inmenso templo para hacer calma en los pensamientos. Demasiada penumbra, demasiada tranquilidad. Se le erizaron los pelos de la nuca y sintió un poco de frió, quizá esta mañana era más temprano, quizá no habían encendido todavía las luces por alguna circunstancia. Se sentó en el sitio de costumbre y se puso a escuchar, por si acaso, pasos o ruidos que confirmasen la presencia de alguien. Tan solo el latido de su corazón. ocupaba tanto sus oídos que se quedó relajada y se desconectó de la sensación de alerta. Al momento su cabeza ya estaba embobada admirando los arcos, el retablo, las esculturas y los cuadros.
En un segundo ocurrió. Sin darse cuenta. Abrió la boca, respiró despacio al principio y rápido después, el corazón empezó a hacerse notar y a bombear más y más, ensordecedor ruido y un inmediato escalofrio recorrió toda su espalda. ¡Qué sensación más increíble!.
El sol, se asomaba de lleno por encima del altar mayor y el retablo con la fuerza más espectacular.
Dentro de su alma una esponja recorrió el momento de calma con el olor agradable de la iglesia, el silencio rotundo de la mañana y la luz más bella. Pero qué suerte tienes, se dijo, trabajar al lado de esta maravilla y tener el privilegio de poder entrar y mirar cada día.
Había sido como una sobredosis de paz, como una relajación profunda, como un gran regalo que devolvió la sonrisa a su aspecto y cuando se levantó para marcharse caminaba flotando en una nube.
Charo Acera.