martes, 24 de abril de 2012

UN LIBRO.


Cuando la niña cogió el paquete, puso cara de desagrado, no sonaba, pesaba y era bastante compacto, no era el regalo que ella esperaba. Puso morros y aunque intentó que no fuese del todo un llanto, sintió como por dentro se le agolpaban las lágrimas en la garganta, como,  un nudo que no le dejaba respirar, una gran presión en la nuca, como siempre que algo la contrariaba, sintió una gran frustración y rabia. Llegó hasta a odiarle. Se marchó a su cuarto y lo tiró sobre la cama. Antes nadie le había regalado un libro, si no se podía jugar con ellos, era ridículo. El libro de color rojo con letras doradas, empezó a atraer su curiosidad de una forma muy tranquila e irresistible, se tumbó a su lado y lo acarició, de tacto suave, de olor agradable, lo abrió, rozó con los dedos el filo de cada página y ...se perdió... ya para siempre en el juego de palabras, en el mundo de los sueños.
Charo Acera.

miércoles, 18 de abril de 2012

TUS MANOS.

Y mientras el tiempo pasa despacio en esta espera hacia la normalidad, la mente busca los recuerdos de esas manos, llenas de blandura y el calor justo, marcadas por las venas gruesas de la edad y las manchas grabadas por los días de trabajo y vida. 
Madre, ¿donde estás?
Solo quedan ellas, las manos, las que cuentan los años y las historias, las que deformes por la tensión de la postura han ido adquiriendo ese volumen retorcido de la obra de arte que cuenta mil y un movimientos.
Solo te quedan ellas, porque tu cabeza se ha parado en los recuerdos más insulsos de  una vida ajetreada, y las miras buscando en ellas tu pasado, y preguntas con ternura, ¿para que sirvieron mis manos?.
Dieron vida, caricias, consuelo, educación y modelo, fueron ágiles , trabajadoras, resueltas y constructoras, sin embargo, compartieron poco y eso es lo que te robó el destino, el regalo de la vida, cuando compartes y das, recibes, y en tu obsesión olvidaste esa fase linda de compartir la vida. 
Tus manos  cuentan  peleas y luchas de fantasmas encontrados, supervivencia forzada, no resuelta, resignación. 
Tus manos quietas, paradas , atrofiadas , se desesperan porque no tienen contacto. 
Esas manos que para mi fueron tanto yacen solas sobre tu regazo.
Charo Acera.

miércoles, 11 de abril de 2012

Aquellas tardes con la abuela

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(Ciertamente, como dice Charo Acera, lo que nos hace vivir realmente, es ese conjunto de sensaciones difusas que atesoramos en el recuerdo de lo vivido o de lo imaginado)


Se había convertido ya en una costumbre irrenunciable. No podía dormirse, a menos que, después de rezar sus oraciones, con la luz apagada y bien acurrucado entre las sábanas, recordase, día tras día, con la monotonía que exigen los rituales que marcan más profundamente nuestras vidas, aquellas tardes apacibles en el salón de la abuela.


La abuela hacía ganchillo en la mecedora junto a la enorme chimenea en la chisporroteaban, como en una fiesta, los gruesos troncos de roble. En la gramola sonaban, en recuerdo del abuelo, los mismos tangos porteños que trajo de sus tiempos de Argentina. Al oirlos, la abuela, a veces, suspiraba quedamente, como quien vuelve (también ella) de un territorio querido y tan lejano.


Otras veces, lo recuerdos giraban en torno a la cena familiar en Nochebuena, en la que no faltaba el pavo relleno, las peras al vino, los turrones, la anguila de mazapán, las castañas confitadas y las risas de las primas con las que jugaba al escondite en la enorme galería.


Eso sí, siempre eran recuerdos entrañables de aquella casona de la abuela tan soleada y calentita, oliendo a mazapán, a leche frita y a rosquillas.


Recuerdos placenteros que le ayudaban a dormir y a soportar el frío y el silencio de aquel internado que era su única experiencia, el mundo cerrado en el que había vivido desde siempre.


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lunes, 9 de abril de 2012

EL SECTOR VIP



Estaba aún somnoliento. Una enorme llanura se extendía alli donde dirigiera la mirada. Algunos caminaban mirando hacia el suelo. El también miró y se sintió perturbado porque el suelo que al principio le pareció arenoso, luego se le antojó formado por millones de moléculas que se hundian suavemente a su paso, lo suficiente para causarle la sensación de una alfombra nunca antes caminada.
Poco a poco vió como la gente se cocentraba al pie de un promontorio que si bien tenía un aspecto rocoso, no dejaba de mostrar una puerta enorme y otras mas pequeñas, ridiculamente estrechas. Cuando quiso mirar con mas detenimiento las puertas de acceso, ya no le parecieron puertas, sino escaleras mecánicas que subian o bajaban sin que persona alguna hubiera subido a ellas.
Buscó con interés inusual el cartel con las tres letras. VIP. Allí no estaba. A un hombre joven que pasó a su lado con la barbilla hundida en el gabán intentó preguntarle por el sitio VIP. El joven siguió caminando sin responder. Hizo la misma pregunta al menos a otros diez transeúntes. Ninguno respondió.
Mas y más personas seguian llegando al lugar. Algunos vestidos de riguroso negro. Otros con colores tan alegres, que tuvo la certeza que regresaban de alguna fiesta de Carnaval. Cuando quiso meterse las manos en los bolsillos descubrió que su traje no tenía bolsillos. Ni siquiera aquél, pectoral, donde su padre decía que debian guardarse los secretos masculinos. Cielos ! Dijo cielos, y se percató que la palabra provocaba un estremecimiento del raro suelo. Volvió a repetir “Cielo” y una troupe de patinadores avanzó por la noche de una Avenida , con sus luces intermitentes uniéndose en infinidad de dibujos multicolores. Ahí fue cuando se manifestó su ansiedad. ¿Qué era esa multitud caminando de contínuo, con prisa o sin ella ? ¿Qué esperaban ? ¿A quien estaban aguardando?
Una hermosa mujer vestida de luto riguroso venía acercándose a él. Creyó reconocerla pero aunque dejó pasar por su memoria nombres y mas nombres femeninos, ninguno correspondía a esa mujer y debió verla alejarse sin formularle la pregunta. Pero, apenas ella avanzó unos pasos mas allá, se volvió y le dijo:
Aquí no hay sectores VIP.
Una contrariedad. ¿Cómo era posible que la gente del protocolo hubiera cometido tal equívoco? A él solo se le podía recibir y despedir en los sectores VIP.
Volvió a considerar el lugar. El cielo era gris. Los suelos tambien eran grises. El promontorio revelaba ahora unos raros ventanales que se deslizaban y giraban al mismo tiempo. Estoy soñando, pensó.
Ya no estaba de pié. Flotaba sobre las moléculas del pavimento. Iba en una larga cinta transportadora . Por momentos cambiaba de posición y observaba la espalda del hombre que conducía la cinta . Se parecía a su Abuelo cuando volvía sobre el carro cargado de heno para las vacas, con las primeras sombras del atardecer, en los veranos. Había sido mirando aquellas espaldas sudorosas y malolientes , con los tufillos del corral de cerdos cuando decidió que él iba a ser un hombre tan importante, como para nunca tener que salir a cortar las hierbas para alimentar animales.
Quiso cerrar los ojos. Ya no tenía párpados. Un pájaro de pico larguísimo lo vigilaba. El pájaro se posó sobre su hombro derecho y acto seguido dejó caer su excremento sobre el casimir inglés que lucía. Introdujo el pico en el bolsillo pectoral y sacó de allí todos aquellos adminículos de látex que alguna vez habia guardado en aquél sitio. Se vió a si mismo yendo y cayendo en los brazos de todas las mujeres con las que había intimado. Incluso con Isolda, la lechera . Pues sí, y cuanto disgusto habia tenido luego, porque la muy tuna le acorralaba en los momentos mas inesperados y le llevaba a lo mas oscuro del corral y aquello era tan bestial y horrendo, que se sentía violado por Isolda. Durante años no había logrado evadirse de aquellos olores donde se mezclaban las leches fermentadas y los detritus de los animales , que se habian instalado en su mente y ni el mas persistente aroma de rosas lograba imponerse. Sucio. El seguía sucio, maloliente a perpetuidad.
Llegaron a una amplia explanada donde algo semejante al mar rodaba de forma interminable como los ovillos de lana de su madre. Era un desfile militar. Los grandes desfiles militares del régimen, donde las mismas águilas se daban cita volando o posadas sobre las torres mas altas. Las marchas militares se sucedían y los escuadrones pasaban milimétricamente moviendo sus brazos y sus pies . El Dictador flanqueado por él mismo y el Ministro de Aviación desde el palco oficial contemplaban las tropas. Raro, se sintió muy raro. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde aquél desfile? ¿Cincuenta años? Y el acto militar seguía allí sucediendo, inacabable. Y el Sol despiadado subiendo y subiendo la temperatura estival.Sintió millones de gotitas de sudor empapando su ropa. Quiso tomar un pañuelo y enjugar su frente. No tenía bolsillos. Mucho menos un pañuelo. Jadeó. Ahí mismo el edecán le estaba indicando que firmara el expediente. ¿Qué expediente ? Preguntó. Ah, Ud. ya sabe cual expediente. No dijo nada mas y firmó. El resto de aquel siglo, su mujer se la pasó señalándole : “No debiste firmar esa sentencia de muerte” . La cinta transportadora se habia detenido. Lo hicieron bajar y de inmediato lo obligaron a acceder al túnel. Era una de aquellas obras infernales, que no llegaban al metro de altura y para recorrerlas había que doblarse en dos. Se dobló en dos. Luego el tunel se hacía mas y mas angosto. No supo bien como ya rodaba vertiginosamente hacia abajo y las piedras del empedrado le lijaban la piel.
Le lijaban la piel. Mas adelante le volatilizaron los huesos. La gente de la llanura continuaba caminando . Quería gritarles “No me pisen, por favor!” . Lo suyo era una súplica. Un ruego. Pero es que nadie oye a una grisácea molécula que cae al lagar de las moléculas grises .

domingo, 8 de abril de 2012

Hola a todos, me da muchísima pena que este blog se muera, quizá podemos impulsarlo haciendo un juego:
empezamos una historia y cada uno, si quiere, la continua con su parte del cuento o del relato que se sume al anterior...


Cuando caminaba, lo único que podía hacer era respirar, el azahar soltaba su aroma de tal manera que,  en algunos momentos tenía que pararme y aspirar, no podía por menos, borracha de primavera en la ciudad de la luz y los olores. Siempre, sobre todo cuando estoy lejos, hecho de menos esos momentos, esos paseos y surgen los recuerdos. El tibio y suave viento, las bicicletas lentas disfrutando, la gente en la calle viviendo. Cuando estoy lejos, siento, que parte de mi se quedó contigo, se quedó en la plaza, en el banco, en la sombra del naranjo. Y  vuelvo, y me encuentro, me calmo, renazco y me reinvento.
Y,  siempre marcho con una lágrima tranquila, con un olor guardado, porque se que vuelvo.                          Charo Acera