domingo, 27 de julio de 2014

LA SOMBRILLA



Para  FRANCISCO  FLECHA .


Había sido una de tantas cosas que el Abuelo había traído de sus viajes. Una sombrilla de la India. Si la sabías rotar te narraba una historia a una velocidad imposible de registrar. Es decir: registrabas figuras. Esbozos. Bien podían ser animales corriendo o luchando. Mujeres con sendas capelinas u hombres que se perseguían al infinito.

Si uno deseaba volver a mirar la misma historia, terminabas frustrado, indignado contra ti mismo. Tu único pensamiento estaba en la torpeza de tus manos y en las habilidades del Abuelo que tanto era capaz de arreglar relojes,como hebillas para el cabello,armar un camión pieza por pieza o reparar maquinarias.

Muchas veces los nietos peleamos por la tenencia de la sombrilla y hasta es posible que le hayamos cometido algunos desgarros en la fina tela. Solo cuando nuestra Abuela nos alertó de lo difícil que era reparar aquel destrozo, caímos en la cuenta que la sombrilla era mucho mas que un objeto. Era en verdad una joya que además tenía vida propia.

Alguna de mis hermanas logró concentrarse en aquellos giros con pausa y aceleración. Por años la sombrilla era el vínculo mas estrecho entre los niños de la familia. Lo único que lograba hacernos permanecer horas en silencio. Tal era el silencio que a nuestros mayores les resultaba harto sospechoso,y de tanto en tanto asomaban sin hacer ruido al lugar de los juegos.

Me pregunto si hubo un tiempo en que pudimos haber agotado las historias. En verdad nunca llegamos a percatarnos de ello. Fueron el álgebra, el inglés, las ciencias naturales, las complicadas geometrías , las que nos fueron alejando poco a poco de las historias de la sombrilla.

Algunas veces mis hermanas se vistieron con capelinas como las del cuento para asistir a una boda. Mis primos paseando por las cercanías de una playa se vieron atacados por una jauría de perros abandonados. Llegaron a verse corriendo a toda velocidad para evitar ser alcanzados , y mientras corrían no podían dejar de recordar las escenas de la sombrilla. Más aún: llegaron a imaginar que estaban inmersos en ella.

El primo Horacio - el único de nosotros que había seguido los pasos del Abuelo - se vió detenido en el puerto de
Murmansk luego de haber huído de la persecución de unos policías que le confundieron con un sospechoso de homicidio. Cuanto le ocurría no coincidía con él, pero allí estaba, indefenso, hablando en una mezcla de inglés y español en un puerto ruso. Hasta que finalmente logró que un cónsul que hablaba español le visitase en los calabozos y oyera su historia. Aún así, pasó un largo mes entre las rejas . Cuando finalmente lo liberaron su nave había partido, y con la mejor de las suertes - probando solidaridad con diversos transportistas - pudo llegar al barco apenas unos minutos antes que partiera de Malmö.

Por alguna razón nunca dialogada, la sombrilla cayó en el olvido. Alguien debió guardarla en el entretecho de la casa como un juguete roto y nunca mas se supo de ella.

Fue a causa de las refacciones que se hicieron en la casa de los Abuelos, que nuevamente la encontramos. Estaba como aquel día de Reyes que el Abuelo la había sacado al jardín.
Nos causó una profunda tristeza. Mi hermana , la que sabía entenderse con la sombrilla y le absorbía las mejores historias , hace tiempo se ha marchado al mejor de los mundos posibles.

Horacio se radicó en Australia. Otros primos eligieron paises diversos para dedicar vidas y esfuerzos. La sorteamos entre los pocos que quedamos y me ha tocado a mí.

¿No ha querido el Destino que mi mejor amigo viniera a visitarme justo en el momento de llegar a casa con la sombrilla ?

Aunque no la hice girar ante sus ojos, ni le conté historia alguna, se enamoró de ella. Sin que esto signifique un elogio, debo reconocer que mi amigo colecciona telescopios ,largavistas, caleidoscopios que aparecen en las casas donde venden antigüedades.

Te la compro, pibe, te la compro!” empezó. A la media hora, sin haber bebido una gota de alcohol, con una voz traspasada de una rara ebriedad continuaba: “Te la compro, pibe, te la compro!”

Se puso tan pesado, que discutimos. Le encajé una trompada. Cayó al suelo tan mal, que los dientes le cortaron el interior del labio inferior y algo de la lengua. Comenzó a sangrar profusamente. Atiné a ayudarle a levantar y llevarlo a la sala de guardia del Hospital. Lo curetearon como acostumbran los médicos. Compré los antibióticos que le recetaron. Lo llevé a su casa y juro por mi santa madre que le pedí, le rogué, que perdonara mi reacción.

No respondió nada, porque la misma anestesia no le permitía hablar. Ni siquiera movió la cabeza para mirarme. Salió del auto como alma llevada contra voluntad.

La Abuela solía decir que uno debe liberarse de los agentes tóxicos. Sean objetos, animales o personas.

Luego de pensarlo bien decidí empacar la sombrilla y enviarla a mi amigo.

Esa misma mañana se la envié a su domicilio hasta con un moño escocés !

Han transcurrido largos dos años. No he vuelto a saber nada de mi mejor amigo hasta este mismo dia, que me crucé de pura casualidad con su esposa. Nos saludamos. Cambiamos esas preguntas protocolares en que todos incurrimos.
Ella intuyendo mi falta de iniciativa para preguntar por mi ex gran amigo, me dice, mirando hacia las losas de la vereda:

  • Antony ya no vive conmigo. Ha regresado con su madre. Se la pasan ambos bajo una sombrilla dentro del living y dicen que el Universo radica en ese sitio. Mas le digo: Lo he visto aplicar alguno de sus telescopios a la misma sombrilla. -