Lo vio llegar con una sonrisa de césar,
orgulloso de haber ganado la última batalla. Desafiante, rodeado de
reducido séquito de servidores a los que en otras circunstancias no
hubiera prestado la más mínima atención.
Se acercó altivo al lugar que consideraba su feudo y que por algún tiempo le había sido arrebatado.
Al aproximarse, sus miradas se cruzaron. Pretendía que la suya resultara arrogante, triunfadora, tan superiormente hiriente, que la otra no fuese capaz de mantener el aire de victoria impreso en ella, hasta conseguir que la apartara y dejar con ello patente su triunfo.
Pero se encontró con unos ojos que supieron mantenérsela con sonrisa burlona. Más desafiante aún si cabe que la suya propia, mientras sus labios la prolongaban hacía una risa jovial.
No iba a permitir humillación alguna por su parte. Era él quien se había rebajado al elegir la estrategia de esa guerra. Sonrió abiertamente, con un gesto abierto y luminoso, su mejor arma, mientras comentó jovialmente a los acompañantes de su mesa:
"Está claro lo que la Historia nos demuestra. Y es que la única forma de hacer que un césar -o un dictador, que viene a ser lo mismo - renuncie definitivamente a su poder es una sola. Cortarle la cabeza, de una vez y para siempre ".
Cogió luego el vaso con su mano y, aún sonriente, saboreó con deleite su café helado.
Fue el otro quién volvió su cerviz hacia otro lado y a sus servidores a quienes se les heló el gesto de arrogancia.
Al aproximarse, sus miradas se cruzaron. Pretendía que la suya resultara arrogante, triunfadora, tan superiormente hiriente, que la otra no fuese capaz de mantener el aire de victoria impreso en ella, hasta conseguir que la apartara y dejar con ello patente su triunfo.
Pero se encontró con unos ojos que supieron mantenérsela con sonrisa burlona. Más desafiante aún si cabe que la suya propia, mientras sus labios la prolongaban hacía una risa jovial.
No iba a permitir humillación alguna por su parte. Era él quien se había rebajado al elegir la estrategia de esa guerra. Sonrió abiertamente, con un gesto abierto y luminoso, su mejor arma, mientras comentó jovialmente a los acompañantes de su mesa:
"Está claro lo que la Historia nos demuestra. Y es que la única forma de hacer que un césar -o un dictador, que viene a ser lo mismo - renuncie definitivamente a su poder es una sola. Cortarle la cabeza, de una vez y para siempre ".
Cogió luego el vaso con su mano y, aún sonriente, saboreó con deleite su café helado.
Fue el otro quién volvió su cerviz hacia otro lado y a sus servidores a quienes se les heló el gesto de arrogancia.
Aunque en esta ocasión
fuese escaramuza, que no batalla, ésta no habían conseguido ganarla.