miércoles, 3 de junio de 2015

LUNA LLENA.


Abandonó el coche a un lado de la carretera para seguir el camino plateado señalado por la luna llena. A mitad del recorrido  se despojó de sus zapatos, para avanzar sintiendo  bajo sus pies la libertad que le producía caminar descalza sobre el manto salvaje de una pradera tupida y firme.
Le llegaba el aroma de la incipiente jara, del cantueso, del tomillo, mientras la envolvían los sonidos nocturnos del bosque. Y continuaba avanzando ganando en rapidez, hasta convertir sus pasos casi en una carrera.
Alcanzó el claro al mismo tiempo que la luna se derramaba sobre él con toda la plenitud de su blancura, tiñendo la noche de una mágica claridad. Se detuvo justo en el centro. Alzó hacia ella su rostro  y sus brazos abiertos y comenzó a desnudarse lentamente. Después se tumbó sobre la hierba y cerró los ojos, dejando que el resplandor de un grandioso disco lunar se derramase sobre ella.
Cuando los abrió de nuevo, ya la luna se escondía junto al linde donde comenzaba la arboleda, llenando de penumbra y sombras aquel refugio de quietud y de silencio. También ella se sintió llena, plena de satisfacción, de realidad e irrealidad a un mismo tiempo, de indescriptibles sentimientos… Y comenzó a incorporarse muy lentamente, para no turbar con bruscos movimientos la vida que palpitaba en aquel rincón del bosque.
Se fue vistiendo poco a poco  y, aún descalza, inició el retorno hacia su coche, mientras la luna, deslizándose en dirección contraria, llenaba de sombras el camino de regreso y de luz el futuro al que ahora se enfrentaba.

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