sábado, 28 de mayo de 2011

LA LLAMADA DEL MAR

               Amanecía tímidamente entre los pinos de aquel pequeño bosquecillo que aún se mantenía junto a la playa. Sintió junto a ella las respiraciones profundas de sus compañeros de acampada que dormían todavía ajenos a los aromas que despertaban aquellas primeras horas matinales. Se quedó quieta unos instantes, envuelta en el cálido saco, perezosa, sin ganas de enfrentar el nuevo día que seguramente les acechaba con nuevos problemas y preocupaciones. Se oía lejano, perdido en la espesura del bosque, el canto de algún mirlo y de fondo, justo detrás de sus cabezas, un rumor lento de olas estrellándose en la playa. Una infinita tristeza comenzó entonces a invadirla en aquella soledad llena de presencias que no deseaba, de problemas que no se había buscado. Miró a un lado y a otro. Nadie se movía a su alrededor. Todos parecían dormir plácidamente ajenos a sus angustias. Y de pronto un impulso irresistible la llevó a levantarse con sigilo, a abandonar el abrigo del grupo que la ahogaba.
            Casi sin darse cuenta se encontró descendiendo hacia la playa por el serpenteante y abrupto sendero que  separaba ésta del pinar. Estaba fresca la mañana y una mezcla de olor a resina y a sal, salpicado de aroma a madreselva, penetró por todos sus sentidos. El cielo permanecía gris un día más mientras parecía presentirse próxima la llegada de la lluvia.
        Se descalzó para sentir bajo sus pies el frescor de la arena. Los arrastró con pereza dejando tras ella un surco que paso a paso se acercaba al agua. Había bajado la marea y quedaban en su extremo, al descubierto, un grupo de rocas. Se dirigió a ellas. La espuma jugaba a esconderse entre sus recovecos acariciando con mimo su áspera superficie. Se acercó aún más y se sentó por fin en una de ellas, sus pies desnudos penetrando en el líquido elemento que quedaba atrapado cuando las olas se retiraban. Fijó su mirada en el acerado horizonte y se quedó absorta en sus pensamientos que de pronto se vieron invadidos por aquella canción que tantas veces cantó de adolescente
“Por la blanda arena / que baña el mar / su pequeña huella / no vuelve más
Un sendero solo / de pena y silencio llegó / hasta el agua profunda
Un sendero solo / de penas mudas llegó / hasta la espuma…"
            Después sintió sobre su rostro la fresca caricia de la lluvia anunciada y elevó su cara al cielo ansiando perderse bajo ella. Se puso en pie, abrió sus brazos a la brisa y comenzó poco a poco a desnudarse. Allí, en la soledad de la playa, mirando fijamente aquel apacible mar que abrazaba con suaves caricias la arena desierta, desnudó su cuerpo bajo la caricia húmeda y tibia del amanecer y avanzó despacio entre las rocas hasta alcanzar de nuevo la arena. En el silencio matinal, sólo el rumor de las acariciantes olas sobre la orilla aún húmeda tras la marea alta, el chasquido de las pisadas de sus pies descalzos. Desnudo su cuerpo cubierto de tensiones, desnudas de miedos su cabeza y su alma, avanza paso a paso hacia el abrazo del agua que la envuelve poco a poco. Cierra los ojos, deja que su cuerpo flote sobre las suaves ondas marinas mientras cae la lluvia sobre ella. Abandonada a la superficie del mar, no piensa nada, no siente nada más allá del abrazo de las olas y siente que podría perderse para siempre, dejarlo todo, olvidar sus angustias y preocupaciones… Pasan los segundos, los minutos, tal vez las horas y se resiste a abrir sus ojos, a perder para siempre la caricia de la lluvia mientras la mecen tan dulcemente las olas…

            Al fondo comienza a oírse el bullicio del grupo que despierta. Voces, gritos, risas, …, llegan hasta ella por encima del rumor del mar y de la lluvia rompiendo su rato de ensimismamiento. Se gira en el agua y nada hacia la playa. Con un suspiro de resignación recupera la ropa abandonada entre las rocas y se viste lentamente. Ha llegado el momento de volver a sus obligaciones.
            Desde el sendero se vuelve una vez más hacia la playa y sonríe, casi imperceptiblemente, mientras su mirada se pierde una vez más, soñadora, sobre la superficie plateada.

sábado, 21 de mayo de 2011

EL TRASLADO


A sus casi 50 años , allí estaba, como un chiquillo estrenando la habitación de uno de aquellos hoteles lujosos, donde iban las parejas fugaces a enmarcar sus amores .
La miró una vez más deslumbrado por los movimientos de ella, seguros, graciosos, como si formaran parte de un ballet o de una comedia con pasos tan estudiados que salían a la perfección.
En su pensamiento se deslizó por un instante la idea que era una verdadera artista.
Ella se reía. Le contaba chistes. Le hacía cosquillas inesperadas. En menos de media hora lo había convertido en eso : un chiquillo !
Se bebieron un par de buenas copas de bourbon. Estaba distendido y locuaz. Le había contado de aquellas largas navegaciones en las proximidades de la Antártida . Del rompehielos que avanzaba lentamente entre un mar de olas mansas y hielos rotos , que en la madrugada, cuando la primera cresta solar asomaba en el horizonte, se volvían soberanamente rojizos y fulgurantes. Los hombres acodados en el puente de mando, apenas respiraban , solo atendían a la rotunda magnificencia del Sol. Se sentían buenos. Hechos de bondad pura .

Ella lo abrazó. Lo hizo sentir un Zeus lánguido, satisfecho, rotundo en su doble identidad : divina y humana. Le arrancó nuevas emociones , breves raptos de ardientes comuniones . Y luego nada.
Nada. Ni hielos ni mares. Ni música ni danza. Ni siquiera ese leve perfume de rosas desvanecido en la piel.
Se puso de pié. Estaba solo. Audazmente solo. La mujer de Araujo había desaparecido como la luz en las esferas nocturnas.
¿Cómo era posible? Se preguntó sin falsos escrúpulos. Entreabrió la puerta y vió que el auto rojo había desaparecido.
Se vistió como siempre y pidió al conserje un remisse que lo llevara a la civilización. En menos de cinco minutos estaba regresando al mundo, a la gente, a las cosas , y el chiquillo que llevaba muy adentro también había desaparecido igual que la mujer de Araujo. Sin dejar señales.
Pasaron años. Décadas . Zeus cubría su incipiente calvicie con una boina de vasco , que inclinaba hacia uno de los lados de su rostro.
Caminaba con menos bríos. Era un caballero atento y generoso con las damas. Capaz de ceder su asiento en el metro, los ómnibus, las barcazas. De tanto en tanto se dejaba elegir por alguna romántica empedernida, se dejaba quitar la ropa y los zapatos, y se metía entre la frialdad de las sábanas , dispuesto a todo.
Era su homenaje a la mujer de Araujo. La gran siete! Qué finamente lo sedujo, con qué coraje lo citó a media tarde y se lo llevó en su Cadillac rojo. Y lo amó. Vaya si lo amó con requiebros humanos , con desparpajos divinos y perfectos.
Al tiempo se enteró que Araujo había sido trasladado a una nueva misión en un país del Atlántico Norte. Asuntos de la diplomacia. Nunca más supo de ellos. Igual que si la tierra los hubiera tragado.
Ya estaban todos retirados. Si uno se encontraba con algún conocido en
los supermercados, allí comparecían con sus uniformes de turista. Bermudas, camisas hawaianas, ojotas. Anteojos oscuros.
A Zeus le fascinaban las ojotas. Dejaban ver aquellos dedos de las extremidades, los testigos torturados por aquel hombre o aquella mujer. El mismo ventilaba sus propios dedos desnudos sobre las arenas de la playa. Los condenaba a los salitres que el mar renovaba hora tras hora, con ese ímpetu salvaje , de bestia acuática.
Aquellas uñas suavemente perladas de la mujer de Araujo! Como si las conchas marinas las hubieran tallado con milenario esmero.

Lo vió en la lejanía. Con aquél aire de lobo marino. Bamboleándose y sacudiéndose . Romero!
Obeso, con sus ojos claros, y los bigotes de morsa.
Te estaba mentando , bandido ! - le dijo Romero al abrazarlo. Después de recordar los bueyes perdidos, le clavó la frase:
-Sabés que me los encontré a los Araujo en Bruselas ?
No sabía nada de esa gente ! -
Tienen un hijo que les nació en Bélgica. Estudia astronomía. Al muchacho le atrajo el Universo, igual que a vos. Salió igualito a la madre. En Junio cumplirá veinte años .Sacá la cuenta !
Sacá la cuenta.
Zeus lo abrazó con emoción y se despidieron.