viernes, 29 de enero de 2021

El paseo

Fotografía de Mladen milinovic en Unsplash

Para ser una mañana invernal el sol aprieta. Sin quitarme ojo merodean por el paseo. Cuando por fin me siento en el banco ya todas están junto a mi. Inspiro hondo, llenando los pulmones, me encuentro en paz y una ligera brisa aumenta la sensación de bienestar. No se ve una nube y el paseo se ofrece solitario. 

Ya está ahí plantado, está visto que la felicidad completa no existe.

Desconozco el por qué, de su interés. A diario se detiene frente a mí, observa a las palomas y lo que hago. Su presencia me incomoda. Ni el más leve gesto indica un intento de cordialidad por su parte.

Recordar la ocasión en que le saludé, tratando de romper el hielo, me pone de mala leche. En sus ojos vi claro el asombro… y no trato de ocultar el asco que le producimos.

Las palomas, son seres hermosos, no entiendo a quien se empeña en verlas como ratas.


He llegado a casa y no se me va de la cabeza su bigotito perfilado de actor trasnochado, enmarca un rictus frío e impersonal. Si hay dios, ojalá le perdone.


Las mañanas soleadas son malas para el negocio, ciclistas y paseantes desbaratan el corro; lo peor son las madres con los niños, así no hay manera de que se aproxime más de una y su paso es breve, desconfiado.

Le miro de reojo y siento como una provocación el lustre de sus zapatos. ¿De qué quiere presumir?.

 Hace calor y el sol calienta mi espalda, le noto en apuros, suda copiosamente. Se le agria la sonrisa, se ha sentado una joven con los críos a su lado. Le han ensuciado los zapatos.

El bando entero me rodea, tengo una comiendo de la mano mientras otra se me ha posado en el hombro. Los niños junto a su madre me miran entre asombrados y envidiosos. La suerte me sonríe, la madre, tiene cara de estirada, agarra a los niños y no les permite acercarse. Él, arde por dentro.


Apenas tengo hambre, tumbado sobre la cama trato de recomponer la respiración y un corazón que da la sensación de querer ir por libre. Cierro los ojos buscando tranquilizarme. Espantar el miedo.

Ayer no falle a la cita; él, tampoco faltó. Estuvo lloviendo todo el tiempo. Los días lluviosos son malos en general, las pobres se refugian y acuden, como yo, por la fuerza de la costumbre. Mis pisadas quedaron, en un sendero de barro, como prueba única de que existo.


Llevo toda la mañana solo. Bueno con las glotonas. Una recorrió  mi cabeza y el hombro. Llegué a tener cuatro, dos en cada mano y el bando entero alrededor.

Hoy no se ha presentado. La muchacha que algunos días le acompaña se ha acercado, discreta pero directa. 

―Perdone, siento molestarle… su amigo no volverá. 

No sabría decir si me ha sorprendido. Con gesto triste, ha posado una mano sobre mi hombro como queriendo acompañar un dolor que no siento. Doy salida a un pesar falso como una moneda de chocolate. Miento sin rubor.

Salta a la vista que es buena chica. Creo que la he conmovido. Se aleja con la promesa de volver.

Me ha molestado que piense que era «su amigo».

Necesito caminar. Me da por pensar si le importaremos a alguien. Ella realmente parecía afectada.

Un escalofrío me sacude por dentro. El tiempo parece cambiar y una nube solitaria oscurece el cielo. Al final lloverá y quizá ellas nos echen de menos.

 

viernes, 15 de enero de 2021

Domingo

Fotografía de Jon Tyson en Unsplash

 

Un leve gesto basta y al placer físico da paso una desagradable sensación de vacío. Con cuidado cada uno ocupa el lado que le corresponde, me limpio con irracional insistencia, quisiera borrar cualquier rastro.

Bocarriba fijo la mirada en un techo que imagino. Estamos a oscuras y no solo es cierto, la luz hace años que no se enciende, ni en la cama, ni en mi vida.

Me acomodo sobre el brazo derecho ―¿por qué necesito volverme de ese lado para dormir? ―lo pienso y me sorprende notar que repito preguntas y situaciones.

El sexo programado es la rutina del fin de semana. Me he convertido en un ser previsible, hago las mismas cosas día tras día, me fijo en que también repito pensamientos. 

Con los sueños no es muy diferente. Una cuerda gira en torno a mi hasta tensarse para despertar sin enfrentarme al final. Quizá es lo que deseo y no me atrevo a reconocerlo.

Muchas veces dudo si seré solo yo o si el resto de la gente sufrirá el mismo tipo de pesadillas.

A mi lado parece que no existe ese problema. Creo que no han pasado dos minutos y escucho su respiración. Ya duerme. No hemos cruzado una palabra. Vagos gemidos, cohibidos y egoístas, ha sido todo lo compartido.

Un hilo de claridad se cuela por una rendija de la persiana. Está amaneciendo. Será mejor  que me levante y vaya al baño.


miércoles, 6 de enero de 2021

Con nadie

Fotografía de Sebastien Le Derout en Unsplash

 La puerta se ha cerrado, me quedo un instante mirando hacia ella. Mi hija tenía prisa, salió como una exhalación. Entró por saludar, un minuto, lo justo para adelantarle lo del alquiler.  No se acordó de traerme el pan.

Con la sorpresa de la visita he olvidado tomarme las pastillas. Un ligero dolor de cabeza se va instalando, es un latir sordo que nace en mis sienes hasta obligarme a cerrar los ojos.

Sentado en el sofá dejo pasar las horas, las imágenes del televisor se suceden sin atrapar mi atención. El sonido, exagerado, de los anuncios no consigue romper un silencio de raíces profundas. 

A veces me río sin motivo y yo mismo me sorprendo al escuchar una voz viva entre estas paredes tanto tiempo calladas. 

Hoy ha sonado el teléfono y por un momento… no sé qué esperaba. Se habían confundido. 

El día de reyes se acerca, el brillo de los escaparates ha hecho que por unos instantes olvide el dolor de rodillas. Lo normal es que con cada paso la artrosis me recuerde lo mucho que trabajé.

En la tienda me sentí desconcertado, quería un cochecito para el chaval de mi hija. No había a quién dirigirse, tras una larga espera, una de las responsables tuvo a bien atenderme. 

He llegado a casa agotado, ahora me doy cuenta de que no lo han envuelto y tendrá que ir en la bolsa o que lo envuelva su madre.

―¿Para qué? me dice ―el niño es mayor para esas cosas.

No quiso acompañarla, el roscón se quedó sin tocar sobre la mesa. Tenía que hacer. Me ha dicho su madre.

Dos besos apresurados, que se le hace tarde. Desde el televisor llega un escándalo de risas falsas.

La puerta se ha cerrado, la contemplo un momento y luego, sentado, descuelgo el teléfono y compruebo que aún funciona.

En el ventanal, los geranios helados conservan la escarcha. Este invierno será largo.