miércoles, 29 de diciembre de 2010

La última copa

Estaban borrachos. Casi todos. Quizás más de lo que ellos mismos hubiesen
deseado.
El coche frenó en seco y los faros se apagaron quedando todo en la oscuridad, apenas dos o tres farolas iluminaban una acera empedrada, un malecón oscuro
en que rugían las olas y al fondo, una imponente casona que emulaba en su
arquitectura a las que les gustaba hacer a los arquitectos del anterior siglo.
Sobre su fachada, cogaba un cartel luminoso que emitía veloces parpadeos.
Aquella edificación oscura, imponente y adusta se alzó ante sus ojos cegados por el
aguardiente como si fuese un coloso.
Pedro, murmuró algo sobre que el local estaba cerrado y Tomás, rió a mandibula abierta afirmando que veía una tímida luz tras una ventana.
Caminaron a tientas, dando traspiés. Julio, les avisó que continuasen su camino pues tenía el estómago algo revuelto. Antonio, que no había bebido nada, confesó que aquella casa despertaba en él una sensación parecida al miedo y que lo mejor y más sensato era regresar a casa. Pero...
nadie le hizo caso.
Otra vez risas, esta vez frente a la puerta. El motivo: Un viejo picaporte
en forma de garra que aprisionaba un corazón sangrante, el único detalle en color de aquella escultura negra y un aviso a los recien llegados como una advertencia:

BIENVENIDOS AL MESÓN LA ÚLTIMA COPA. EXPERIMENTEN EL PLACER DE MORIR BEBIENDO LOS MÁS SABROSOS BREVAJES.
Ahora comenzó la discusión de quien sería el primero en pasar. Pero nexplicablemente los resortes de la puerta cedieron con un ruido quejumbroso como si una mano
invisible los hubiese accionado y dejado paso a una estancia umbría iluminada por l luz mortecina de unas velas.
De fondo surgió una voz bronca:
-¡Angeline!.¡Oigo pasos!. Pero: ¿Se puede saber donde andas metida?
-¡Oh! ¡Merde!.- Protextó la voz de mujer, que parecía demasiada estresada por el trajín.-Tu sais que je suis occupée mon amour!.
La tal Angeline, vino corriendo, portando en una mano un candelabro y en la otra un paño de cocina de abigarrados colores. Mostraba una sonrisa pícara en sus facciones del rostro irregular que conferían al conjunto una extraña belleza.
Se disculpó en un torpe castellano:
-Pegdón. Pego es que hoy, no espegábamos visitas a estas hogas. ¿Vous comprende?
Caminaron en fila india, siguiendo a aquella mujer alta y delgada intercambiándose codazos y alguna sonrisa cómplice.
Ella, sin volverse nunca atrás, les condujo hacia una barra amplia que alternaba las maderas nobles y un mármol veteado, indicándoles con un largo y huesudo dedo que ocuparan los taburetes de una estancia vacía, únicamente por sus presencias.
A continuación llamó a su esposo con un cierto tono de exasperación:
-¡Rodrigo!. Viens ici!. Attend ces monsieurs!.
Antonio, echó un rápido vistazo al local. Hasta donde le dejaba ver la luz
colgaban de la pared algunos cuadros en los que los tonos elegidos eran tan
oscuros que resultaba difícil discernir el lienzo del marco.
-¡Bien!.-suspiró Antonio echando una rápida ojeada al local.-¡Supongo que estaréis todos contentos!. Hemos llegado borrachos como cubas al Castillo del Conde Drácula y muy pronto saldrá un engendro jorobado a recibirnos preguntándonos que clase de bebida espiritosa nos va a servir.
El engendro, como si fuese una premonición, no tardó en llegar. Sus ojillos eran vivos y aviesos y portaba al igual que su esposa un candelabro de tres brazos.
Desde su imponente altura les miró con un manifiesto desprecio:
-Si me permiten los señores, les recomiendo el licor de moras de la casa.
-¡Bien!.-dijo Tomás.-¡A ver como sabe eso!. ¡Pónganos una ronda!.- Y miró a sus amigos para decir:- La última la pago yo y no admito protestas.
Mientras Rodrigo les atendía. Angeline, se sentó en una mesa apartada y comenzó a jugar con sus tirabuzones negros. Sus enormes ojos verdes seguían felinos los movimientos de sus clientes, siempre solicita a cualquier petición que pudiese producirse.
Antonio no quería beber. Había algo en aquel local que no acababa de gustarle.
Acabó de explotar cuando todos comenzaron a mofarse de él:
-¡Basta!.¡Estoy harto de vosotros!.¡Estáis borrachos como cubas!. Me habéis
manchado la tapiceria, me habéis hecho dar más vueltas que una peonza y total ¿para
qué?. ¡Valientes amigos que tengo yo!.

Una mirada desaprobadora de Angeline:
-Mais non, monsieur!. Est-ce que le liqueur n´est pas bon?.
-¡Perdone señora o señorita!. Pero no le entiendo nada, no hablo en francés.
-Mil disculpas. Yo quiego decig si el licog no es bueno si quiegue alguna
otra cosas.
-No, muchas gracias. Ha sido usted muy amable, prepáreme la cuenta, por favor. Tenemos prisa.
Todos se volvieron a mirarle. Pero:¿Es que te has vuelto majareta?¿O
qué?.¡No serás capaz de dejarnos aquí!. ¡Es sólo una copa! Y además te has ofrecido a pagárnosla. ¡Anda! No te hagas el ronchas! ¡Sólo la última!.
-¡Haced lo que os plazca!. Por mi que os zurzan a todos, os dejaré vuestras consumiciones pagadas y yo me vuelvo al coche.
Acudió a la barra a saldar su deuda y después se encaminó hacia la puerta forcejeando con ella pero no conseguí abrirla.
Presta, Angeline, se dispuso a ayudarle y le despidió con una cálida sonrisa y unas incomprensibles palabras que sonaban muy bien en su boca pero que carecían de todo significado para él.
Allí estaba, solo frente al mar, con la brisa azotando su rostro.
Entró en el coche y encendió la radio. Estuvo como una hora recostado escuchando música hasta que quedó plácidamente dormido.
Pero el maullido de un gato en celo le despertó. Se desperezó y miró el reloj. Habían transcurrido casi dos horas. Ni un alma en la calle..
Esperaré media hora más, se dijo. Sólo media hora y si no salen que les zurzan.
Intentó concentrarse en un crucigrama que había dejado a medio hacer. Fumó
casi una cajetilla. Pero nada...
Del local no había salido nadie aún.
¡Bueno!.¡Ya está bien!, dijo golpeando el claxón. ¡A ver si con esto se
espabilan un poco!.
Otra vez el silencio...
Airado, cerró con violencia la puerta y dirigió sus pasos hacia el mesón.
La puerta estaba cerrada a cal y canto tal y como él la habia visto cuando cerró. Golpeó varias veces pero nadie salió a abrirle.
Su curiosidad le llevó entonces a bordear el edificio en busca de alguna ventana, alguna entrada trasera ya que la principal no daba muestras de querer abrirse.
Lo que se encontró al bordear el edificio le llenó de inquietud y un terror incontrolable.
No lo había visto. No había visto lo que había detrás de la casa.
Era...
Una ráfaga de aire gélido le cortó el aliento. Comenzó a sentir sus piernas flaquear y se derrumbó como un pesado fardo golpeándose la nariz con algo parecido a......
UNA LÁPIDA.
Allí en el suelo, con la nariz sangrante, vio la sombra alargada de un
hombre que cargaba unos bultos oscuros en una carretilla. Y una mujer de
cabellos acaracolados, sonreía sosteniendo una pala, ante lo que parecía ser una
fosa, en la que la tierra había sido removida para recibir a quienes habían bebido la última copa.

3 comentarios:

  1. Qué gran relato de auténtico terror, :S

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  2. Me gustó tu terrorífico relato mi admirada Rosa. Felicitaciones.

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  3. gracias :-) a el respeto y la admiración es mutuo.

    Felicisimo 2011

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