martes, 20 de marzo de 2018

La mujer noche.


La tejedora hacía nudos de distintas texturas. Cada nudo era un recuerdo importante. Algo que no debía olvidarse. Los había finos, casi imperceptibles al tacto. Eran esos que estaban hechos de momentos ligeros y gráciles. Otros eran fuertes, enérgicos e incluso deshilachados, se hicieron con las penurias, las bravuras, los miedos, las pasiones y los duelos.

Ella nunca juzgaba la forma del punto, apretaba más o menos según lo que correspondiese. Sin embargo no era ajena a la emoción de cada instante. Sin perder la sonrisa y la mirada amable, recorría la cuerda con las manos, añadía nuevos trozos cuando el cordel parecía acabarse y era inmensamente más delicada con los hilos que con las maromas. Lo pequeño o frágil ha de tratarse como pequeño o frágil.

Ahora una doble lazada con forma de infinito, luego un tendal colgón, después un ocho, un as de guía o un nudo corredizo. La tejedora lanzaba sus cuerdas mas allá de los puntos cardinales.

Todo lo hacía de noche, sin luz siquiera. La tejedora era el silencio del silencio. No es que lo hiciera a escondidas. No. Es que todo lo que existe tiene un tiempo para verse y uno para guardarse.



¿Cuándo estará terminado su tapiz? Siempre y nunca. La hilandera jamás descansa, pues una posibilidad nueva es un millón de caminos. Y un millón de caminos son cuerdas infinitas y nudos inescrutables.

Las estrellas en la basta oscuridad son pulseras en sus muñecas, collares en su cuello y cintas en su pelo. Las gotas de lluvia, las semillas de las plantas, las montañas de las cordilleras, los planetas, son lazos y ataduras nacidas de su artesanía y abrazadas a sus pies. Su corazón es una cuerda que se anuda y desanuda, abre y cierra, tensa y destensa todo.

¿Por qué con tu rueca quitas y pones, vives y matas, tejedora? ¿Quién decide la forma y duración de las amarras? Ella calla y sigue desatando o apretando. Tensando o destensando. Pero de pronto me mira. Siento miedo o respeto. Parece que va a hablar:

- Soy el vientre del vientre. El centro del núcleo. El imán de la fusión. Cada cuerda es un camino. La textura de la cuerda y la tensión con la que se recibe el destino, hace que mi tarea sea neutra. Yo hilo todas las telas y concibo todos los hilos. Río y lloro con ellos, pues son hijos míos. Los ríos van al mar porque recuerdan que antes de ser ríos fueron parte de mi océano.

Una mujer escucha la voz de la gran tejedora. Ella quiere ser en su pequeño jardín como ella. Hace mantas, jerséis, bufandas y calcetines. Es tan inocente que no concibe el dolor, la tiniebla y la muerte. Esta mujer es muy bondadosa. Lleva un pañuelo negro en la cabeza y viste con ropa oscura y mandil lleno con cien dibujos de flores pequeñas. Le gusta la noche por su misterio y silencio. Habla poco porque es dichosa en su hacer. Y conforme teje ropajes, con la fuerza de su útero teje la vida. ¡Qué bonito es el paisaje nocturno cuando todo duerme y descansa! La sombra es un abrazo.



- ¿Madre noche, hasta cuanto se aprieta? ¿Madre noche, hasta cuando se corta? ¿Madre noche, se puede hacer nudo sobre nudo? ¿Cuál es el fluir correcto de la soga?

La gran tejedora ama profundamente a esta mujer y a las mujeres como ella y siempre contesta lo mismo:

- Prueba mi hija. Prueba. Todo es probar y volver a probar. Sin prueba no se decide.

Una noche nuestra aprendiz hace un nudo muy denso y por primera vez se asusta. Es mucha la responsabilidad. ¿Y si equivoco el destino del camino que tejo? Y por primera vez le tiemblan las manos y la noche se vuelve fría, y el silencio ahora es mudez ignorante. Tiemblan las cuerdas en sus manos. Descubre que vida y muerte dependen de su pericia. Y se pone a llorar sobre los nudos más machacados. Los repujados con rabia e impotencia llenos de lanas rotas. Decide anudarse ese dolor dentro, muy dentro. ¿Es por su culpa? Todo brilla menos ella. Ella que sigue tejiendo pero cada vez mucho mas asustada, no sabe como explicar. Se carga a la espalda espirales de angustia. Quiere liberar a los suyos. Quiere que nadie sufra y ata a su propio destino todos los sufrimientos. Sin querer los atrae. Yo lo llevo todo y que nadie lo lleve, pero cae de rodillas cuando no puede más. Es mucha cuerda para una rueca sola.

- Prueba, mi hija prueba.- Se oye de nuevo.

La mujer no escucha ya a la tejedora grande. No puede. Traga saliva como si fuera un cordón de óxido. Tiene miedo de ser mujer. Cree que nació para yunque de fragua, no quiere serlo, y sin embargo, teje, planta flores, tiene hijos, ama, riega la tierra y no sale en los libros de historia. La mujer añora y la noche que antes era tan amada para ella, tranquila y amorosa, ahora le sirve para llorar. Ahora le pesa y asusta.

- ¿Por qué esta tarea es para mi? - Con incertidumbre se echa a la espalda la soga y tira de ella como si llevase el peso de la tierra entera. - Si suelto alguien lo puede padecer.- Tira y anuda a la vez.

- Prueba, mi hija prueba. Prueba a ser noche oscura. Vive tu misterio.

De pronto la mujer vuelve a escuchar a su madre. Y se inspira. Otra vez es inocente. Siempre lo ha sido. No puede mirar un solo hilo. Tiene que sentir en las manos la tensión o distensión de la tela entera y dejar que sea la materia del tapiz la que teja. La misma fuerza de la fibra la que le saque del lío en el que se ha metido. ¡Ah! Bendita noche de quien acepta no saber nada, y teje, y vibra, y sin embargo escucha más allá de vida y de la muerte. Resurge. Baja con humildad la cabeza y sonríe. No importa que nadie la vea. Hay tiempo para dejarse ver y tiempo para guardarse. Ella teje feliz porque sabe que todo va por donde debe, aunque no lo parezca a veces. La noche permite el día. El día nace de la noche y la voz surge del silencio. Así es. Ella se sacude el dolor de las manos y espera su tiempo para hablar. Hay que probar y probar de nuevo. Otra vuelta de ovillo que gira contento.


La gran tejedora llama a sus hijas. Tejed y no sintáis lástima por la brevedad o dureza de algunas cuerdas. Tejed y amad. Amad y tejed. Pues cada nudo será una puerta y cada puerta un universo. Eso sí, todo a su tiempo. Ahora las mujeres sonríen. Saben algo que no puede explicarse. Llenan la noche plena de hilos de plata invisibles. Las abuelas respiran con el vaho de los bosques de roble. Las abuelas son un bosque. Uno que es la madre de todos los bosques.




2 comentarios:

  1. Cuánta profundidad en este relato! Sabiduría y enseñanza en tan breve discurso. Es digno de ser leído por muchos, pues su analogía con el transcurrir es una gran lección. Un abrazo y encantada de conocerte.

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  2. EXCELENTE,MANUEL!! Tiene tanto de Penélope y de todas las tejedoras de este Mundo !!Mientras lo leía tenía la sensación de que las tejedoras de Paracas ahí estaban, en sus Andes realizando sus obras de Arte ! Cordiales saludos.

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