martes, 11 de febrero de 2020

TARDE DE DOMINGO

Empezó a llorar y ya no supo cómo parar. Lloraba por su vejez solitaria y miserable. Por la muerte de ese padre al que tanto quiso. Por Salvador, su alma gemela, que se había ido antes de tiempo. Por ese trabajo que perdió por falta de valor. Por la renuncia a su ilusión más viva. Por la excursión prometedora a la que no la dejaron ir. Por aquel primer beso y el vacío que dejó. Por la Nancy que nunca tuvo. Por ese chupachups gigante de fresa y nata que su madre, tan ajena a lo hondo de su deseo, se niega reiteradamente y sin flaqueza a comprar para ella en el quiosco del paseo.

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