viernes, 8 de octubre de 2010

En el balcon





-¡Que hermoso día!. Se nota que hemos entrado de lleno en la primavera. Pero:¿Qué le ocurre, mujer? Consideraría atrevido que le invitase a una taza de café?. Sé que le gusta estar sola, a mí...- Ahora Manuel tartamudeó un poco y superada la vergüenza inicial acabó la frase.- A mí me pasa lo mismo aunque de cuando en cuando me gusta hablar con alguien.

Ella miró al hombre que le hablaba desde el otro lado del balcón y casi estuvo a punto de decirle una sandez de las suyas, pero enseguida se detuvo. Hacía años que le conocía, de un modo superficial. Sus encuentros con él eran breves, muy breves, tan solo tenían lugar cuando ella salía a tender ropa o contemplar el panorama de la calle. Al parecer, su vecino era uno de esos seres solitarios que apenas recibían visitas exceptuando, la muchacha de la limpieza que llegaba cada mañana y se iba al medio día dejándole afeitado y bien arropadito. Nunca se había quedado el suficiente tiempo para verle desaparecer tras la puerta ya que ella quien entraba antes dejándole siempre con la frase en la boca.

Ël la observó durante un breve instante y sonrió porque aquella maana ella estaba preciosa. Continuó sonriendo y su sonrisa era insultante y la ponía excesivamente nerviosa.

Se fijo que leía. ¿Qué clase de libro sería?. ¿Y porque tanto empeño en entablar conversación?. ¿Por qué tenía que encontrárselo siempre ahí afuera?

Pero el hombre no se daba por vencido y a pesar de la indiferencia que a ella parecía suscitarle continuó con su verborrea futil.

Ella, despectiva, dirigió una mirada vacua hacia abajo, hacia el parque de la esquina. Hacía un día primaveral, en efecto, aunque corría una ligera brisa que le hizo estremecerse bajo su chal de lana. Las parejas pasaban la alameda cogidos de la mano y se acariciaban de un modo indecoroso. Los jóvenes, meditó, ya no eran como antaño, cuando los besos se daban a escondidas y siempre con temor.

Cuando levantó la cabeza se enfrentó por vez primera a sus ojos. Nunca se había fijado en los ojos de su vecino pero ahora que lo hacía veía ante sí que eran amables. Ahora era él quien bajaba la mirada.

-Usted ve la vida a través de un balcón.- dijo sin alzar los ojos y añadió.- A mí también me sucede y con bastante frecuencia. ¡Pero es primavera por amor de dios!. ¡El amor es hermoso aunque uno ya no esté para ello!:

Aquellas palabras de él horadaron la herida. Fue como el fogonazo de un flash, una luz dolorosa y tras él apareció de nuevo esa quemazón de ver la vida en fuga a la velocidad del trueno y no sentir nada, salvo impotencia. Aquello era algo que resultaba amargo, doloroso, imperdonable..

Abajo en el parque, una niña con alergia, una anciana feliz con sus nietos, una pareja de novios, dos monjas con su ganchillo, tres muchachos con aspecto hippie, cuatro niños en columpio, cinco niños alocados, seis lectores embebidos, siete poetas estúidos de esos que buscan inspiración en la naturaleza y también, ocho yuppies camino a la oficina.

Eso era al fin y al cabo la maldita primavera. Y también, una soledad, la suya.

Aunque aquella mañana lucían en su jarrón nueve rosas rojas con una tarjeta sin firmar, traidas por un mensajero. Alguien había dejado en su correo, diez versos de amor y una canción exasperante escritos con el endeble pulso de un idiota y la tinta emborronada ¿Por las lágrimas?

Hacía tiempo que sabía que la vida era un tren de paso. Sabía también que su imajen ajada y ya entrada en la menopausia no se reconocía en el espejo y que su corazón estaba igual de áspero que la piedra pomez que utilizaba cada mañana para limar sus cancaneos. Sus labios nunca habían sentido la ternura de un beso. ¿Cómo sería?

Los días y las noches eran iguales como una rueda de movimiento infinito y así un día, y otro día y otro..

De izquierda a derecha la marea humana impregnada en primavera. Llegaría la tarde y traería el culebrón insulso de las ocho..

Isabel se enjuagaba las lábrimas, casi con rabia como si quisiese arrancárselas. Volvió de nuevo a la realidad para mirar las rosas y se preguntó quien sería su anónimo enamorado y el autor de aquellos poemas.

Ocupaba su tiempo en las labores de la casa hasta rayar casi la obsesión. Durante el día, todo iba bien, pero al llegar la noche, la cama se volvía fría y se acordaba de los poemas y las rosas.

El hombre en el otro balcón observaba en silencio y sonreía con dulzura.

-¿Qué está leyendo?.- Preguntó ella con voz agria.

-El cartero de Neruda.- Dijo él con suavidad.- Debería leerlo. A mí me gusta...

-¿Y porque se supone que debo hacerlo?.-Replicó.- ¡Valiente tontería!.

-No me refiero al libro.- Titubeó él.- Usted me gusta. Nunca se lo he dicho pero ya está. Pensará que soy un pobre loco pero detesto la primavera tanto como usted. Aveces... Aveces mi ánimo está por los suelos. Y entonces veo que usted sale a regar sus plantas y me digo a mi mismo: ¿Pero eres idiota Manuel?. ¿A quien se le ocurre elegir para morir un día como este?

-¡Es lo último que me quedaba por oir!.- Replicó Isabel ruborizada.

Entró nuevamente en su casa y cerró las puertas a su espalda. ¡Valiente patán!.- Pensó enfurecida.- Y aún así, odio reonocer que si es él quien escribe los poemas me gustan mucho. Y hasta mirándome al espejo, casi me veo hermosa.

Por un momento, el hombre del balcón de enfrente, la había hecho sentirse una estrella en el firmamento de alguién. Y ¡Bueno!. Había algo celestial en su mirada.

Allá abajo en el parque pasaba la primavera. Detuvo su mirada en las rosas y los poemas, vaciló un instante y acabó abriendo finalmente las puertas de la sala.

El hombre no se había movido un ápice y coninuaba en su sitio, bastante avergonzado.

-¿Qué le pasa a sus piernas, caballero?.- señaló la manta raida.

-¡Ah!. ¡Eso!.- Suspirò él volviendo la vista - Fue una caida de un andamio. Supongo que quise volar como los pájaros. ¡Disculpe si puede a este viejo lisiado!.

Ella negó con la cabeza.

-Nada de lisiado y ni mucho menos viejo.- De pronto se llevó una mano a la cabeza como si hubiese olvidado algo importante.-¡Perdon!. ¡Que olvidadiza!. ¿Cómo dijo que se llamaba?

-¿El libro?.- Preguntó lleno de estupor.

-No.- Dijo Isabel.- No me refiero al libro, me refiero a usted.

-En realidad.- Respondió él.- es Manuel. Creo que nunca nos hemos presentado.

-Lo sé.- Admitió ella.- ¿Puede dejarme ese libro......?. ¿Cómo dijo que se llamaba?

-El cartero de neruda.-dijo.- Se lo enviaré mañana con las rosas y los poemas.

Ella sonrió. Era la primera vez que alguien le devolvía la sonrisa desde el otro lado de un balcón



ROSA.

1 comentario:

  1. Bonita historia de un incipiente amor otoñal en primavera. Me gustó mucho.Felicitaciones Rosa.

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