viernes, 25 de marzo de 2011

fragmento del libro Wanik




fragmento de Wanik- Autores Rosa y Víctor E.
Desierto de Nefud. Península Arábiga

“Mi nombre es Abdel Hâfer, nombre que en tu lengua significa Sirviente del Protector, tengo treinta y dos años, amo el desierto más que a nada en el mundo y soy un incansable devorador de libros.

El hecho de vivir aquí no me hace un bárbaro pues siempre tuve inquitudes y le di gran importancia a mis sueños.

Yo soñé.

Soñé con un valle en la Antártida donde en la larga noche del invierno se reúnen los pingüinos a pasar la época de la oscuridad. Todos se dirigen a ese valle cuando el invierno alcanza su máximo rigor.

Últimamente mis sueños son un tanto absurdos…

Aunque vivo en el desierto a veces me desplazo a poblaciones importantes y aprovecho la ocasión para comprar o intercambiar libros.

Realmente me interesan todos los temas. Los engullo con avidez. Hablo perfectamente inglés, español, francés y también algo de alemán aunque de forma muy básica. Esa fluidez de idiomas me ha sido dada desde la niñez pues, vivir aquí, en esta soledad, me hace hace soñar con diferentes gentes y lugares del mundo.

Hace apenas un año que volví aquí, al lugar en que nací. Mi vida en el desierto es dura, pero no exenta de encantos sobre todo, cuando contemplo en estas frías noches el cielo azúl índigo sobre el mar de interminables dunas rosadas.

A pesar de toda la monotonía de este paisaje casi lunar, nada aquí es perdurable.

Lo mejor de todo es la lejanía de la civilización. No hay contaminación, ni ruidos, sólo la extrema belleza de lo simple y no mancillado por el hombre.

A veces, bajo este calor sofocante, después de haber recorrido las principales ciudades de occidente, llego a la conclusión que la gente no es mala por naturaleza si no que son la desidia y avaricia de este mundo ajeno al individuo, las que hacen aflorar lo peor de sus mentes.

El desierto es un buen lugar para encontrarse con uno mismo, recargar la energía agotada y comprender que somos parte de un complicado engranaje.

Piensa un poco: Yo soy un granito de arena en el desierto pero lo pequeño hace lo grande y sin la mínuscula arena: ¿Que sería del desierto?

Yo soy una estrella en un cielo infinito pero sin Sol, me apagaría y ningún ser tendría cabida en mi mundo…

Así pues, no importa donde hayas nacido, ni cual sea tu origen porque, de todas formas aún a pesar tuya, ya formas parte de este complicado engranaje de la vida.

Si me preguntasen que amo de las ciudades les diría que las amo sin más, no para asentarme en ellas. Me encanta conocerlas aunque nunca he sentido el deseo de echar raíces. Allí, la individualidad no existe, te dejas arrastrar por el mundo, la sociedad, las circunstancias y acabas convirtiéndote en una víctima de ello… Sólo cuando regresas y te enfrentas a ti mismo aquí, en la soledad del desierto, dilucidas todas las cuestiones y tu actitud ante la vida.

Algunas especies en otras partes del mundo pero, sobre todo en África, marcan sus territorios e imponen sus límites a otros iguales. La especie humana debería haber aprendido a desterrar esa idea porque en el horizonte se encuentra nuestra única esperanza. El tesoro que buscas subyace allí enterrado, donde nace el arcoíris, donde nuestra especie ha de comenzar la búsqueda”

Abdel se protegía el rostro del fuerte viento del Simún, cuando sumido en estos pensamientos se topó con una flor. Era un extraño sitio para una planta tan delicada, posiblemente al día siguiente se agotaría la poca agua que la sostenía y dejaría de existir.

-”La vida es tan fugaz que casi no la percibimos”- Pensó.

Se agachó y tomó la delicada flor por su frágil tallo para no dañarla y con su enorme y morena mano la introdujo en una bolsa de lino. Pensaba dejarla tres kilómetros más allá donde sabía que habría agua.

En el desierto el agua es síntoma de vida y el mayor tesoro con que uno puede toparse.

-”¡Es hermoso el atardecer!- Caviló con la mirada perdida en el infinito.- Aquí donde la soledad del alma se respira cuando la noche cae y las estrellas te envuelven con su resplandor”.

Había que levantar la cabeza pero mirando al Este, alto en el cielo, a unos 80º, casi en la vertical, se veía majestuosa la estrella Sirio con su titilante y hermoso cambio de colores destacando sobre un cielo azúl que empezaba a volverse negro por el Oeste.

Abdel imaginaba que hermoso espectáculo sería un cielo con dos Soles: Una gigante roja y una enana azul viviendo juntas en un abrazo final donde lo nuevo y lo viejo se unirían en la relatividad de las eras estelares.

Tal vez, en mil millones de años, el cielo que veía ahora no se parecería en nada a este, si es que el mundo tal y como él lo concebía, continuaba existiendo cuando él hubiese muerto.

El universo es un hermoso lugar cuando uno está dispuesto a mirar y dejarse conducir.

A Sirviente del Protector le encantaba estar al acecho, cada noche, buscando estrellas fugaces.

Las contaba.

Anhelaba encontrar una, tan sólo una de ellas. Tal vez aparecería en el sitio más insospechado y tendría parecido con alguna de esas piedras refulgentes que con frecuencia veía durante sus paseos y que no encajaba con el ocre de la arena.

PODEIS LEER PARTE DEL LIBRO EN GOOGLE BOOKS

http://books.google.es/books?id=2WEz-Yru4XkC&printsec=frontcover&dq=wanik&hl=es&ei=zk2MTYSJBcaq8APhzLSgDw&sa=X&oi=book_result&ct=book-thumbnail&resnum=1&ved=0CC8Q6wEwAA#v=onepage&q&f=false

2 comentarios:

  1. Es un buen segmento del libro; su estilo, sus reflexiones y la buena narrativa invitan a leerlo. Buen aperitivo admirada Rosa ; espero sacar tiempo para leerlo. Gracias por compartirlo.

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  2. gracias kapi me alegro que te gustase este pequeño fragmento

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