domingo, 7 de noviembre de 2010

El regalo del ángel




Y el ángel, se posó en la iglesia. Eligió ese edificio porque era el más alto y desde allí, tenía mejor vista, no porque fuera una iglesia. El no sabía nada de dioses ni de edificios dedicados a los dioses. Le gustaban los lugares altos, eso sí, porque podía ver varias cuadras a la redonda, podía ver a la gente y podía, cada tanto, abrir enormes sus alas y ver las reacciones de quienes lo veían.
El los veía a todos, pero nadie lo miraba a él. La mayoría de la gente caminaba cabizbaja y de mal humor, pensando en sus problemas y en que todos los días debían recorrer el mismo camino aburrido. Muy pocos miraban las plazas, a la gente que cruzaban, y al gatito en la ventana. Ellos fueron los que detuvieron sus pasos, preguntándose que era eso de pie en el borde del campanario. Recién entonces, cuando el ángel abrió sus enormes alas, todos, inclusive los que no miraban nada, alzaron la vista y boquiabiertos notaron al extraño ser que aleteaba sobre ellos. Y como un regalo del ángel, él único que jamás les daría y el mas valioso, vieron la belleza del cielo y del campanario y supieron que de haber mirado antes, lo hubieran visto sin necesidad de confusos milagros y que la misma belleza la encontrarían en cualquier esquina, de atreverse a observarla.

6 comentarios:

  1. un relato precioso.

    Rosa

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  2. Marcela: Dándome unas vueltas por algunos blogs me he enontrado con este trabajo tuyo que coincide con una de mis preocupaciones: no vemos, pasamos de largo por calles, no apreciamos la simetría angustiosa de los árboles ni menos vemos los ojos de los demás en el Metro. Y si alguien en casa nos pregunta cómo nos fue decimos "aburrido".
    Gracias. Abrazos.

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  3. Vicente: Si, estoy de acuerdo. Hay que permitirse mirar, de nuevo. Un beso.

    Charo: Muchísimas gracias. Beso.

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  4. Felicitaciones Marcela. Es un precioso relato con profundo contenido filosófico; coincido con la apreciación de Vicente sobre la apatía de la gente; que además cuando mira no ve.
    Cordial saludo,
    Kapizán

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