domingo, 28 de marzo de 2021

Caos

Fotografía de Vidar Nordli Mathise en Unsplash

Hace cómo que no me toma en serio, pero está preocupado. Se han dado mucha prisa en encerrarme. Solo pretenden callarme, que no revele la verdad.

En un vasito de plástico, me acerca la medicación, delirios mesiánicos, así define el psiquiatra mi «problema». 

La enfermera a su lado sonríe y se arma de paciencia, no se retirará hasta que vea que termino con las pastillas.

Para ella nada significo: ―otro viejo con el alma devastada―.

Al parecer soy el único en sentir que todo se tambalea. Su optimismo es entendible, es joven, construye un futuro y sus miras están en otras cosas. No repara en las pantallas que muestran día y noche un dolor que ya no conmueve.   

Somos perros rabiosos que hacen que el viento solo arrastre lamentos. Nadie atiende a razones.

 La turba se divide y desde sus trincheras nos colman de proclamas, todos se consideran los elegidos, los portadores de la verdad. Advierten de la llegada del caos, de la hora de los mártires… y hasta en eso mienten. Son los cuatro jinetes que regresan y mientras cabalgan siembran el desastre, desbaratan nuestros sueños.

―¿Lo sientes? ―Son sus pisadas que arrasan la tierra.

Ríe ignorante, mientras empuja la silla y salimos al patio a tomar el aire. En el jardín se almacenan rostros amables que marcados por la locura, miran perplejos, felices; es su forma de huir, de no afrontar la realidad. Pronto el rojo del atardecer se extenderá. Quisiera no tener razón, y ser solo un loco.



lunes, 8 de marzo de 2021

En la calle

Fotografía de Egidijus Bielskis en Unsplash

Por un pequeño agujero, eso es, pon que fuese diminuto y que por él pudiera escapar. Así le gustaría desaparecer.

 

El vaso se encuentra vacío, también esto le ha fallado. A duras penas puede guiñar el ojo y asomarse a un pasado que se insinúa en el fondo, lo apura, y por un instante consigue que se desvanezca. 


Nadie sabría decir si es él quien sujeta la barra o es ella la que lo mantiene en pie. Esos goterones de ginebra que humedecen la barra, se asemejan a monedas esparcidas al azar. Es el  último dinero que le queda. Por hoy no hay más.

El camarero, como si supiera, mira con desconfianza, se ha negado a servirle y a él no le quedan argumentos para insistir. Pronto le echará. Reuniendo la poca dignidad de que dispone, para no darle ese gusto, sale.


Camina sin confianza, se enreda con una bolsa que el viento ha arrastrado, trastabilla, está a punto de caer. Un perro sale de entre los coches y se aleja escandaloso con el rabo entre las patas, sus ladridos retumban en el silencio. La noche es fría y ha calado sus huesos destemplados. 


Frente al portal de sus padres. Los vapores del alcohol se han evaporado y no significa que se encuentre mejor. El malestar no solo es algo físico.


Trata de sobreponerse, pero pesan demasiado los fracasos y sus sesenta recién cumplidos. Hoy hace dos que volvió a vivir con ellos y no tiene otro sitio al que ir.