viernes, 29 de octubre de 2021

Un año de observación

 

Fotografía de Mourya Pranay

Hoy hace un año que llegamos y el lugar parecía prometedor, el viento arrastraba las hojas muertas y la quietud del bosque transmitía calma.

Era una madrugada clara, ―luz de plata ―le gusta decir a Nut.

En momentos así contemplamos la noche y el universo parece detenido.

Hoy hace un año que llegamos y nuestro tiempo en la tierra se ha acabado. No diré que lo siento, la falta de conexión con estos seres supuestamente racionales ha terminado por irritarme. Sus mentes escépticas no aceptan la revelación . Nos tratan con el mismo desdén que al resto de sus semejantes.

Nut ha llegado a preocuparme, se muestra callada y hermética tras cada sesión.

―¿La terapia no sé qué  toca en ella? ―pero borra el brillo de sus ojos y siento como, poco a poco, se marchita.

Paredes desesperadas nos retienen, recluidos y drogados en las instalaciones nos acompaña un grupo de almas en pena, son miradas perdidas, vacías la mayoría, miradas de odio; miradas de desamparo. 

Los encargados de mantener el orden, uniformados con sus batas blancas, son los más extraños. Hipócritas sonrientes esconden su propia angustia tras una máscara.

Está noche, envueltos en luz de plata, dejaremos atrás este planeta desquiciado…  no merece la salvación. Antes que su mala influencia se extienda. Nut me ha pedido que lo destruya.




Pd.: Está historia ha sido escrita y presentada fuera de concurso en El tintero de oro.


lunes, 11 de octubre de 2021

Insolación

Fotografía de Daniel Serva

 Relajado, dejo que el sonido del mar me acune, no me escondo, pero parapetado tras un libro y mis gafas de sol, observo.

Considero que no soy un voyeur, pero me gusta contemplar la variada fauna que puebla la playa, En el espacio informe que queda entre mi toalla y una pareja de mediana edad que se tiende al sol, igual que yo, toman posesión del arenal tres jóvenes.

Conforman la viva imagen de Afrodita, Atenea y Hera, son tres cuerpos brillantes, bien torneados; cuerpos que irradian energía y salud.

El murmullo de su conversación, y su proximidad, consigue que fije de manera discreta pero permanente mi atención en ellas. No parece que hayan venido a bañarse y aún así, una a una, las tres diosas han recorrido el camino hasta la orilla.

Mientras se refrescan, trato de concretar lo que distingue a una de otra en la uniformidad de su belleza, cabellos lisos o ligeramente rizados. Leves diferencias de altura que no hacen más que aumentar la armonía, las distintas tonalidades del dorado de la piel de cada una, imposibles de adjetivar; miel, avellana, bronce, faltan palabras, ninguna hace justicia.

Creo que saben que las miro y parece no importarles. Embelesado escucho, y solo escucho, sus voces me subyugan. La luz del sol me obliga a cerrar los ojos y el mundo queda dibujado con el eco de un tiempo mítico, en el que la belleza lo ocupaba todo.

Al poco encuentro que ninfas desnudas recorren la playa, se acercan curiosas, intercambian sonrisas cómplices. Ya nadie se tiende en la arena, ni juega con las olas. Ovejas impertinentes comienzan a llover del cielo y me llaman con voces lejanas, el libro que hace un momento me servía de resguardo resbala de mis manos y me saca de una existencia que embota mi cabeza.

Ahora, es un socorrista el que me habla y devuelve mi conciencia ardiente a una realidad no deseada.  Puesto a la sombra, con la cabeza envuelta en una toalla fresca y húmeda, cierro los ojos con la esperanza de calmar el dolor de cabeza y regresar a ese mundo de cuerpos felices y pieles tersas, al contrario que la mía, que arde.