jueves, 29 de octubre de 2020

Cambio de estación

En clase de yoga


Mi dueña se ha pasado todo el verano tomando el sol y de charla conmigo como si de dos buenas amigas se tratara.

Las tardes pasadas al fresco en el balcón han sido como una fiesta, desde él podíamos seguir todo lo que ocurría en la calle.

  Los caminantes atraídos por mi continuo parloteo, miraban hacia nosotras y si ella consideraba que el paseante merecía la pena continuaba la conversación. Hizo un montón de amigos. Alguno hubo que se quedó a cenar... hasta el amanecer.

Desde que entró el otoño, es distinto, más aburrido, ella no sale a tomar el sol y a mi me ha colocado en el salón, junto a la tele en la que no veo más que tertulias y con lo escuchado casi pierdo las plumas.

Me he dado cuenta de que el silencio no está mal, que es hermoso y apenas abro el pico.

Como no contesto a sus juegos está preocupada y el veterinario le ha dicho que puede ser estrés, y a mi lo que me estresa es que se haya acabado el verano y que en la tele hablen siempre los mismos, menos mal que el yoga me relaja. Fotografía de Michael Clarke en Unsplash.




jueves, 22 de octubre de 2020

La patera



La verdad es que el mar es hermoso, quizá lo más bonito que haya visto en su vida, pero la brisa no la alivia y no hace más que preguntarse ¿Qué hace ahí? El balanceo continuo ha consumido sus pocas fuerzas y un sol abrasador la ciega.

El motivo que la empujó al mar se desdibuja y aleja, la búsqueda de ese norte soñado como una promesa. Mientras, su mente divaga extraviada aunque por momentos regrese de vuelta a casa.

Se ve junto a sus amigas jugando a imaginar otras vidas, escucha sus voces cantando entre risas en el largo camino que las llevaba al pozo, soñaban con un mundo amable, sin caminatas bajo el sol. 

Tantas horas a la deriva y tanta agua, sin duda, le han traído el recuerdo del pozo, y de las canciones; de la sonrisa de su madre... ¿Por qué la ha abandonado dejándola sola? El miedo la acaricia y llora sin lágrimas sintiendo un dolor profundo que a nadie parece importar.

Hace rato que ha dejado de sentir sed, beber agua del mar ha sido una mala idea, con la mirada vacía se deja mecer por las olas junto a sus compañeros.

Ahora todo da igual, sus labios agrietados sonríen y con los ojos cerrados se marcha cantando junto a ellas, camino del pozo. Fotografía de Nathan Queloz en Unsplash







jueves, 15 de octubre de 2020

Pink Floyd en la memoria 



No me coge de nuevas y es que esta mujer mía tiene unos prontos, que dan miedo. Por eso he salido volando del corral. Si caigo en sus manos no sé qué habría sido de mí.

A Romero, el cabo del puesto, le sigo oyendo reírse y yo es que no veo la gracia.

Al menos, está él de servicio y no le importa que duerma en el calabozo hasta que todo se tranquilice.

Mira que Mati me lo advirtió veces, ten cuidado con el hacha y yo me reía, mientras recordaba el nombre de aquella canción y mis años de hippy.

Ten cuidado con ese hacha, Eugenio, arregla el mango, que se va a soltar y verás que tenemos una desgracia.

Siempre la misma murga y yo ni caso, para qué, total, son cuatro palos los que parto por sí enciendo.

 Cuando venga la chiquilla no sabré qué contarle; siempre anda pendiente de que no le falte nada. Salen aunque esté helando. Dice que la relaja pasear con él, que arrimarse  a la lumbre para quitarse el relente, con el animal a sus pies, es un lujo de pueblo que en su piso no puede permitirse.

La desgracia no por anunciada, me ha sorprendido menos, no se poner palabras a la angustia que he sentido viendo volar la hoja del hacha.

Pobre Pancho ni se a enterado, ya podía haberle dado a una gallina. Cuando Mati a visto como ha quedado el perro, o corro al cuartelillo, o el siguiente muerto soy yo.

Ahora es la pena la que me mata y no sé cómo arreglarlo. Imagen de Gustavo Sousa en Unsplash