sábado, 27 de junio de 2020

Bienvenido No quiero que se entienda esto como una queja, pues ahora nos encontramos a diario y nos tratamos con verdadero amor fraternal.
Pero espero que os sirve de aprendizaje y toméis buena nota.
Cuando al final de mis días me vi a las puertas de lo que me pareció el jardín de las delicias o sea el paraíso, no dejó de sorprenderme la cantidad de carteles de advertencia:
«No tire colillas al suelo».
«Use las papeleras».
―No solo hay que ser limpio de corazón, también hay que venir duchado ―me dije, medio en broma, como para calmar los nervios.
El ancianito de larga barba que me sonreía desde la puerta y que tan amablemente me invitó a pasar era San Pedro. Todavía me avergüenzo, seguro que escuchó mis palabras.
De otro modo no me explico cómo he ascendido a barrendero jefe en tan poco tiempo.

Fotografía de Nagesh Badu en Unsplash 

domingo, 21 de junio de 2020

Una juguetería de fábula





Aquella tienda había anunciado la llegada de nuevos juguetes y allí estábamos decenas de niños agolpados delante de las repisas.
—¡Los encontré!  —grité cuando vi a los soldaditos de plomo, pero su precio era alto y yo no tenía dinero suficiente. De repente se cayó la estantería que los contenía armando un ruido espantoso y todos salimos corriendo asustados.
Ya en la calle, escuché que me siseaban, lo hacían desde mi bolsillo, metí la mano y saqué un soldadito que me miraba y me decía: —Yo te he encontrado a ti—.





Ilustración de Pixabay.com




viernes, 19 de junio de 2020

La Curva


De su existencia, como la de cualquier aparecido, ni se toma en serio, ni se deja de tomar, todos tenemos formada una imagen irreal de ella, aunque, nadie que yo conozca se la encontró nunca.
  Las historias de fantasmas y aparecidos son recurrentes y seguidas con interés en las noches de frío y vino caliente, en estos páramos helados, donde en las tertulias, todo se vuelve cuento.
Esta leyenda nos atraía con la fuerza de lo fantástico y la incredulidad de los sitios comunes.
Situada la curva a la salida del pueblo es un lugar recorrido por todos, sin más novedad que algún conejo cruzando a destiempo.
La primera vez que la vi, resultó un encuentro inesperado y extraño por la dolorida paz que transmitía. La envolvía una familiaridad que no supe entender.
Algunas veces he tenido la tentación de dirigirme a ella, pero me a faltado valor. 
―¿Qué decirla?―.
Su visita, poco a poco se ha vuelto rutinaria, y el asombro inicial ha dado paso a la comprensión.
No alcancé a darme cuenta de nada, y me ha costado terminar de asimilarlo.
La energía con que siempre me he desenvuelto, se agotó igual que la llama de las velas.
Desde las seis de la mañana en danza y sin pasar por casa, de copas hasta las tantas.
Ahora, muy a menudo, la chica de la curva, trae flores y la veo llorar. Sé que es mí madre, como tantas madres en otras curvas.

Fotografía de Will swann en Unsplash

jueves, 11 de junio de 2020

Voces

Conmigo llevan, creo que toda la vida y nunca han sido molestas ni me han producido  excesiva inquietud. Quizás un poco cargantes. Es más, en ciertas temporadas he llegado a echarlas en falta.
Mi psicólogo, insiste en que apunte todo lo que escucho dentro de mí, que libere las voces que me acompañan.
He abierto las ventanas de mi mente y no paro de escribir, le entregaré un archivo de seis Gigas por lo menos. Mi psique ha resultado muy habladora.
Tanto que no gano para cervezas que se les seca la voz, dicen. Ah, y unas aceitunas, si pude ser.

Fotografía de Lucian Novosel en Unsplash

jueves, 4 de junio de 2020

BUENA EDUCACIÓN

Los domingos son aburridos sobremanera y mejor así. Sentado en la sala de cámaras, contempló los monitores y aparte de cansar la vista poco más puedo hacer.
Siempre que me quito, los calcetines, me parece oír a mi madre diciéndome aquello de:
  «Qué desastre de hijo, con la educación que te he dado».


La verdad es que siempre se esperó de mi otra cosa, pero que se le va a hacer, no di para más.

 Los pequeños placeres, que me concedo y que disfruto como si fueran grandes lujos, hacen que me conforme y consiguen que mi vida, por otra parte monótona, se haga llevadera, nada especial, ni extraordinario.

 Uno de esos mínimos desahogos, como si fuera una travesura, que me permito, es librar a mis pies siempre doloridos de su prisión.


 En estos domingos de tedio frente a las pantallas. Me contemplan desde lo alto de la mesa, libres, felices, pies griegos que dicen, siempre bien dispuestos, por si hay algún sobresalto que obligue a su nuevo encierro y a recobrar una postura decorosa.
Este es un domingo más y mientras siento el dolor en el brazo, no me inquietó en exceso, un leve malestar que al poco ha ganado en intensidad.
Luego todo se ha precipitado…  y ahora siento lástima del que me encuentre. Y de mí, muerto y descalzo. Con la educación que me habían dado. Fotografía de How-Soon Ngu en Unsplash

lunes, 1 de junio de 2020

Anhelo




En su 72 aniversario pidió un deseo: quería ser madre. A los nueve meses tuvieron que extirparle la vesícula y los médicos se la dieron en un frasco. Ella en su casa le puso el nombre de Esther y le acomodó una habitación. Diariamente la acunaba, le hacía mimos y le contaba cuentos, pero no crecía.  Se dirigió al pediatra para consultarlo y de allí la llevaron  ante un psiquiatra. A la pregunta decisiva para ser internada confesó que era consciente de la farsa, todo había sido fruto de sus ansias por tener una hija  y la dejaron marchar. Ya en su casa, dirigiéndose al apéndice  dijo: “Te pido perdón, siempre supe que eras niño,  a partir de ahora te llamaré Antonio y te vestiré de azul.



Texto y Fotografía de Manuela Fernández Cacao.