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domingo, 19 de junio de 2022

La siesta

Fotografía de Marco Aurelio Conde en Unsplash

 Procuro no mover un músculo y a pesar de ello el sudor perla mi frente, el sofá insiste en abrazarme de modo amenazador, quiere tragarme.


Escucho entre brumas el rumor que produce la puerta del garaje del vecino. Ya han llegado.

Pronto repetirán la canción, los gritos por lo general están teñidos de cierto histerismo. No recuerdo que la niña en ningún momento suplique o pida perdón por los insultos, lo que escucho cada tarde es la voz de su padre tratando de que se calme.


Esta tarde las voces reverberan llenando con su presencia la penumbra, todo es irreal, el bochorno y la oscuridad consiguen que el sonido parezca nacer de forma espontánea en medio de mi salón. El tiempo se ha vuelto pegajoso. Tumbado, ni yo mismo creo ser real.

Y sin embargo algo cambia en un momento. El silencio se sobrecoge. Lo terrible impregna el ambiente.


Cuando sonó el timbre, no tenía duda de qué sería él. Entró con una cuerda en la mano, quería que por favor, le dejara pasar al patio.

―Creo que ha sido el calor― me dijo sin tan siquiera alzar la mirada del suelo.


Debí dormir un par de horas antes de avisar.

No he querido conocer los detalles… En cuanto le descolgaron me prometí cortar el árbol.


lunes, 18 de abril de 2022

Las cualidades del humo

Fotografía de Sander Sammy en Unsplash

 En su trabajo y para asuntos como este, un sombrero Fedora es indispensable, lo mismo que es imprescindible el cigarrillo, porque en casos así fumar es un clásico y es muy oportuno que el humo del tabaco sea el responsable de unos ojos vidriosos


Ella ciertamente se merecía otra cosa, en los días que llevaba siguiéndola había sido incapaz de encontrar nada reseñable, salvo que era ancha de caderas y lucía un peinado anticuado qué no le favorecía. Lo de su risa atolondrada, hasta le proporcionaba cierta gracia.

Justo lo contrario que el amargado que lo contrató, un tipo elegante de mirada dispersa, obsesionado con saber que hacía su costilla cuando él no estaba.


En aquella tarde oscura tanta tranquilidad alteraba sus instintos, algo no terminaba de funcionar.  

Cuando entró, el apartamento se diría que contenía la respiración, apresaba el silencio. La luz de los neones jugaba a las sombras con una persiana mal ajustada.

Papel pintado y un centro de flores ajadas trataban de dar sensación de hogar, algo que un zapato fugitivo y una silla fuera de lugar echaban a perder.

―Hoy, no ha sido un buen día. ―se dijo.

El peinado de ella definitivamente parece arruinado. Y, ojo de puta, como él lo llamaba, por fin había logrado centrar la mirada.


No aguanta ver sus sangres mezcladas empapando el suelo. La boca le amarga.

Necesita un trago con urgencia.


En la calle, los indigentes rebuscan en la basura, los perros se persiguen el rabo y la gente pasea indiferente… la vida no se da por aludida.

Mientras se aleja, crece el ruido de sirenas, se sube el cuello de la gabardina y recoloca el sombrero. El humo de un cigarro protege al mito en su huida, oculta la tristeza, debe mantener a flote su imagen de detective duro.



Pd.: Relato presentado fuera de concurso en el blog: El tintero de oro, en la edición dedicada a la novela El Halcón Maltes de Dashiell Hammett.

miércoles, 9 de junio de 2021

El dueño de los deseos

Fotografía de Aimee Vogelsang en Unsplash

 La fecha en que tomó conciencia de su poder,  no tiene la menor importancia. Pero el día lo recuerdo como si fuera hoy. 

Mamá nos consolaba, se preguntaba por qué llorábamos, no terminaba de comprender lo ocurrido.

No era una cuestión de compresión, ni de culpas, era cosa de intuir la fuerza que acababa de desatarse.


Mi hermano se levantó y sin siquiera desayunar, se puso a montar el puzle hasta bien avanzada la mañana, fue uno de los regalos que recibió en su cumpleaños y con calma, pieza a pieza, formó primero, la montaña y las nubes. Despacio, saboreando los pasos, tomaron forma el cielo y la tierra, la casita, ¿no sabe por qué? se resistía aunque eran pocas las fichas pendientes de colocar. 

Yo, mientras, rondaba inquieta por el salón, habría dado cualquier cosa por participar en la emoción de descubrir las imágenes ocultas, por disfrutar del tacto suave de las piezas.

―Déjame ayudarte, anda déjame ―le pedí.

Él, me consideraba el ser más pesado y pegajoso de la tierra.

Que no, que le dejara, ―¡Que no tocase!―.

Sin pararme a pensarlo di un manotazo. Desde la mesa, el puzle salió en un vuelo lleno de interrogantes. Planeo hasta el pasillo antes de tocar el suelo y destrozar la ilusión.

Fue el momento en que deseó que muriera.


Atónita, por lo que acababa de hacer. ¿No se que vi? Un desconocido. Todo su ser transformado. Espantada, recule hasta resbalar en un golpe seco y rotundo. La casa entera se estremeció, predecía la sorpresa.


Por lo que luego, él, contó, sintió detenerse el mundo y como la luz cambiaba a una transparencia irreal: «Era la mirada de Lauri, fija en el espasmo, la que suspendía la vida.»


Comprendí la angustia de los peces fuera del agua. La boca y los ojos muy abiertos, tendida en el suelo, el pecho encogido, incapaz de respirar. 

Inmersa en una burbuja, a mamá la escuchaba trastear en la cocina, ajena en la distancia.


Él, por entonces, ya sospechaba del poder de los deseos y había deseado lo peor. A pesar de ello, no podía creer lo que estaba sucediendo. Nervioso, tomó mis manos y me incorporó, me abrazó, besó y zarandeó; maldiciones y promesas se alternaron en su boca. 

De nuevo deseaba, y supe que era con todo su ser. ―No podía suceder nada―.


En el momento que una bocanada de aire, entrecortada como cuando tienes hipo, rompía las paredes de la celda en la que estaba recluida, llegó mamá alertada por el escándalo.

Lo demás fue rápido, sofocada bebía el aire y en un renacer yo misma me puse en pie .


No pudo reírse aunque quiso, mocos y lágrimas adornaban mi cara, según él, la más bonita que había visto en su vida.

Es cuando, mamá nos abrazó diciendo que no lloráramos, que no sucedía nada.


Sí, sí sucedió algo, como más tarde y en tantas ocasiones, en todo momento se cumplieron sus anhelos.

De la experiencia, dijo haber aprendido, quiso convencerme de que tendría cuidado, que algunos deseos daban miedo. 


Como críos que somos, a veces, olvidamos. Él, ya no recuerda las promesas.

Y esta vez no ha sentido lástima.



Pd.: Relato escrito para el concurso: Matilda, de Roald Dahl, en el Tintero de Oro.



viernes, 21 de mayo de 2021

¿Ahora qué?


Fotografia de Velizar Ivanov en Unsplash
Papá me dio un beso antes de marcharse. Fue el último.

Nunca más volvimos a estar a solas, jamás volvió a acariciarme.

Por la ventana veo esas nubes que como flechas cruzan el cielo. Me gusta creer que son los pensamientos y los sueños de los pasajeros, de esos aviones que decididos buscan su destino.

En uno de esos vuelos, cuando ya no era tan joven, la conoció. Mamá, absorta, volcada en regalar cariño cotidiano, con todo, no lo vio venir. Era algo más joven que ella, sin un pelo fuera de lugar, y el vértigo de unos tacones infinitos, que él recibió como un regalo.

―Las oportunidades se toman según vienen y no hay tiempo para meditar ―me explicaba convencido.

De que fue un amor voraz y abrasador mi madre pudo dar buena cuenta. La misma tarde que todo salió a la luz, recogió sus cosas. Ella le esperaba junto al coche. No tuvo el valor de mirarme a la cara. 

Tras una travesía hacia la locura que acabó con lo que llamábamos hogar, mi hermano y yo entrábamos en un centro de acogida

Cinco años más tarde, con mi madre, ya enterrada, Cumplí la promesa hecha en el silencio de la rabia, la que ahoga y no deja respirar. 

Fui a verla a su casa, por aquel entonces ya no estaban juntos, al amor arrebatado le sucedió el aburrimiento. El hechizo se había roto. No había arrepentimiento, ni rubor alguno en sus palabras, para ella era el azar el que disponía las cosas.

En la terraza, desde la que más tarde «la ayude a caer», le hice saber lo profundo del dolor y que no es bueno hacer llorar a una niña y su madre. Que el azar si existe, no es cosa con la que jugar.

 Pocas ocasiones vino papá a verme y en esas escasas apariciones, cada vez, le acompañaba una mujer de distinto nombre.

Cómo si tampoco tuvieran un lugar al que ir, las nubes, paradas, engordan mientras se deshacen.

Hoy he pagado mi cuenta con la sociedad y a mamá la siento feliz, aquí en el corazón.

 


lunes, 22 de junio de 2015

MATAR AL CÉSAR.

Lo vio llegar con una sonrisa de césar, orgulloso de haber ganado la última batalla. Desafiante, rodeado de reducido séquito de servidores a los que en otras circunstancias no hubiera prestado la más mínima atención.
Se acercó altivo al lugar que consideraba su feudo y que por algún tiempo le había sido arrebatado.
Al aproximarse, sus miradas se cruzaron. Pretendía que la suya resultara arrogante, triunfadora, tan superiormente hiriente, que la otra no fuese capaz de mantener el aire de victoria impreso en ella, hasta conseguir que la apartara y dejar con ello patente su triunfo.
Pero se encontró con unos ojos que supieron mantenérsela con  sonrisa burlona. Más desafiante aún si cabe que la suya propia, mientras sus labios la prolongaban hacía una  risa
jovial.
No iba a permitir humillación alguna por su parte. Era él quien se había rebajado al elegir la estrategia de esa guerra. Sonrió abiertamente, con un gesto abierto y luminoso, su mejor arma, mientras comentó jovialmente a los acompañantes de su mesa:
"Está claro lo que la Historia nos demuestra. Y es que la única forma de hacer que un césar -o un dictador, que viene a ser lo mismo - renuncie definitivamente a su poder es una sola. Cortarle la cabeza, de una vez y para siempre ".
Cogió luego el vaso con su mano y, aún sonriente, saboreó con deleite su café helado.
Fue el otro quién volvió su cerviz hacia otro lado y a sus servidores a quienes se les heló el gesto de arrogancia. 
Aunque en esta ocasión fuese escaramuza, que no batalla, ésta no habían conseguido ganarla.

martes, 2 de junio de 2015

CARTAS MARCADAS



Habían sido amigos. Podría decirse que ambos habían evolucionado juntos en aquel mundo tan complejo. Muy pronto se dio cuenta que lo habían hecho por caminos que se iban separando un poco más cada día.
Cuando sus destinos tomaron rumbos diferentes, uno creyó que podría seguir contando con su apoyo, con el respaldo adquirido por tantos años de experiencia en un aparente mismo objetivo. El otro pensó que dejaba en sus manos la posibilidad de seguir manejando sus propios hilos desde la sombra.
Olvidó que no eran mentor y alumno, sino dos iguales. Y el día que descubrió que aquel  a quien consideraba su pupilo tenía criterios propios y que estos no iban a plegarse a sus anhelos, transformó su apoyo en la más cruel de las  inquinas. Sacó mil armas invisibles y, de  forma sutil y lentamente, le fue provocando herida tras herida para que poco a poco se desangrara y abandonara por si solo una partida en cuya mesa él mismo le había sentado.
Se equivocó por completo. Tensó tanto la cuerda de sus mezquindades que el pupilo se revolvió como animal malherido para defender su dignidad con uñas y dientes. Y decidió acabar, pese a todo, aquella partida.
Le costó sobrevivir a un ataque que se prolongó en el tiempo más de lo que había sido capaz de percibir hasta el último momento. Una venda de amistad y trabajo compartido cubriéndole los ojos. A punto estuvo de perder su dignidad en un juego en el que, como reza el dicho, el padre prefería matar al hijo antes de perder su dominio sobre él.  
Afortunadamente reaccionó a tiempo. Caída por fin la cinta que le impedía ver la realidad, se revolvió como animal malherido buscando salvar su vida. Hoy evoluciona lentamente de los golpes, haciéndose más fuerte cada día.
¡Qué pena de amistad mal entendida! ¡Qué mezquindad de juego en el que sobre la mesa solo se ponen cartas marcadas bajo la ingenua ignorancia de los jugadores que más se arriesgan!

CUANDO LOS RECUERDOS HABLAN.


De entre todas las fotografías expuestas en aquella sala, se fue a parar precisamente frente a esa. Esa que mostraba los cadáveres amontonados en la cuneta. 
Una fuerza invisible la había arrastrado hacia allí sin que hubiera podido evitarlo. Y ahora sus pies se habían quedado pegados al suelo frente aquella imagen en blanco y negro, con olor a miedos y recuerdos. Sus ojos fijados en aquellos cuerpos que parecían hablarle desde más allá de la película fotográfica en que se habían visto atrapados.
De pronto, un nuevo pinchazo de esa mano que le duele intensamente, mientras  le viene a la mente el recuerdo de la mano de su madre. Muerta a manos de los fascistas por el sólo delito de querer a un hombre con ideas opuestas a las suyas, dejando huérfanas dos niñas de corta edad.
Ella era la pequeña. No recuerda ya su rostro. Sólo la constatación de quienes la conocieron y la recuerdan como una mujer muy guapa. Su recuerdo y el sentimiento de la injusticia sufrida por su madre le asalta una y otra vez en los últimos años.
Un nuevo pinchazo de dolor en su mano adormecida, sin apenas sensibilidad, y su mirada desciende de las crudas imágenes del papel hasta ese miembro dolorido. Y, con la misma, el insistente recuerdo de su madre, localizada mal enterrada en una fosa común, cuando ella era apenas una niña. Aún se imagina su blanca mano, con la alianza de boda todavía en sus dedos, asomando entre la tierra removida. Así fue delatado su cruel destino a la gente de la zona. Así pudieron constatar su muerte y su identidad. No fue una ejecución. Fue un asesinato. Dicen que sufrió tortura. Dicen que le faltaba un pecho que le habrían cortado por negarse a los carnales deseos de sus opresores, perros salvajes movidos sólo por oscuros deseos de venganza. Dicen…
Ahora ella solo recuerda que tenía apenas seis años cuando se la arrebataron por el simple pecado de ser la mujer de un honrado sindicalista que siempre luchó por los derechos de sus compañeros. Un hombre que cometió el pecado de pensar de forma diferente a los poderosos y así manifestarlo.
Y frente a esa fotografía en blanco y negro, llena de terribles recuerdos del pasado, siente como se asfixia entre el silencio de los gritos ignorados que se ahogan tras la puerta cerrada a cal y canto por el miedo y la vergüenza; de la vergüenza asentada por discursos que aún hoy se deslizan sutilmente, queriendo echar tierra sobre tantas muertes injustas e innecesarias; de esa profunda vergüenza del pasado instalada en algunos de aquellos hijos y nietos, que han llegado a pensar que tal vez fue verdad que hubo algo delictivo en los afanes de los muertos de entonces.
Pero Felicidad solo piensa que todo muerto tiene derecho  a morir y a descansar con dignidad para siempre. Así lo ha sentido una vez más frente a esa imagen que podría haber recogido la muerte de su madre. Y en ese mismo momento decide, dar voz a sus recuerdos, y lanzar al mundo el terror y la angustia llevada por tanto tiempo dentro.
                Para que nunca más vuelvan a quedar huérfanos los niños.
                Para que nunca más haya que esconder por miedo las ideas.

EL BESO. Relato corto


Sus manos jugaron a enlazarse por encima de la mesa, entre los obstáculos fácilmente superables de vasos y tazas. Mientras, la caricia se extendía a través de sus miradas que recorrían cada rincón del rostro del otro, buscando reconocerse, aprenderse cada poro, cada pliegue de la piel ajena.
Pronto, la distancia que entre ambos suponía aquella mesa de cafetería, se les antojó infinita. Y se encontraron sentados, muy juntos, en aquel diván de un discreto rincón de la cafetería, ajenos a todos y a todo.
Las manos ya no se conformaron con las manos. Para la mirada ya no fue suficiente encontrarse con la mirada del otro. Y sus rostros se juntaron buscando el aliento ajeno mientras los dedos dibujaban nuevas geografías aún desconocidas. Y tras ellos llegaron los labios, deslizándose por cada detalle de la faz del otro, para acercarse despacio, muy despacio, hacia aquellos labios que se ofrecían entreabiertos y ardorosos. Hasta que llegaron  a juntarse en aquel primer beso que jamás olvidará.
Tras el primer impulso, un cuerpo apartándose bruscamente del otro, una voz apenas imperceptible, con un ligero matiz de asco en el acento, preguntando:
-          ¿Has comido morcilla?
¡¡¡HUELES a morcilla!!!
Y la magia del momento rota para siempre, ante la mirada incrédula de la pareja, ante una perplejidad que, aún lo recuerda bien, tardó largos minutos en superar.

Son las fiestas de San Froilán, y un olor intenso a morcilla recién hecha se extiende por cada rincón del Barrio Húmedo.
Han pasado muchos años desde aquel primer beso que rechazó y aún sigue sin soportar el olor de la morcilla impregnándose en la piel y en el aliento. Un olor agrio, como a rancio, que perdura durante horas a pesar del agua, del jabón, e incluso de la pasta de dientes, un olor que le sigue produciendo rechazo sin conocer el origen ni la causa.

miércoles, 2 de mayo de 2012

DESDE LA LLUVIA

Llovía torrencialmente. Su paseo entre las casetas de la Feria del libro, que ya era casi un ritual, la alejó de la plaza en busca de un refugio.
Y, quizá por curiosidad, quizá por inercia, sus pies la llevaron hasta la pequeña librería de viejo que se escondía entre la estrechez de la calle y el bullicio de los bares que sacaban sus clientes al exterior. 
Como tantas otras veces, entró en ella y se puso a curiosear entre los libros, sin un afán de búsqueda definido, solo por curiosear, aun consciente de que esos eran los momentos más peligrosos para su bolsillo, porque era precisamente en esas ocasiones en las que no buscaba nada concreto cuando siempre acababa con algún libro entre las manos. 
Su deambular por aquella estancia cargada de libros de todas las épocas, de lomos usados, de cubiertas con olor a piel y a papel viejo..., la llevó a la sección de infantil y juvenil. 
La portada oscura y brillante de  un libro atrajo su mirada. Y sus manos. Lo cogió mientras sus labios esbozaban una sonrisa y, al abrirlo, se agolparon en ella los recuerdos. Aún los conservaba con mimo entre sus pertenencias, esperando la lectura atenta de una nueva generación. Historias que la transportaron en su día a mundos y paises lejanos. 
Se sentó en la una pequeña y coqueta camilla que la librería ofrecía a sus clientes para hojearlo como más calma. Y se dejó llevar por su memoria. 

Una niña de ojos azules y pelo castaño ocupó la estancia. Era la mañana de Reyes. Su padrino y su esposa se habían acercado hasta su casa para entregarle un regalo. Mientras observaba disimuladamente el paquete rectangular que traían entre sus manos, intentando aparentar una relativa indiferencia, imaginaba que títulos podrían esconderse bajo aquel envoltorio. Un año más eran libros, estaba segura. Y lo agradecía profundamente pues era una lectora empedernida. Recordó entre sonrisas las dos entregas anteriores que había disfrutado con fruición. 
El primer año habían sido "Fabulas de Samaniego" y "El Quijote". El segundo "Calila y Digna" y "Las mil y una noches". Con esas portadas acharoladas que escondían siempre las ediciones juveniles de la editorial Everest. 
La voz de la mujer la sacó de su ensimismamiento mientras trataba de averiguar cuáles serían los títulos escogidos para esta ocasión. Era un simple juego de probabilidades, porque, fueran los que fuesen, siempre serían bien recibidos. 
- Como ya eres toda una "pollita" este año no te hemos traído libros...
No escuchó más. la sonrisa se borró de su cara mientras sus manos deshacian el paquete y tímido y decepcionado ¡gracias! salía de su boca. 
Las historias, las palabras entrelazadas que siempre le prometían momentos agradables, ratos para un disfrutado asueto, habían sido sustituidas por el olor a lavanda de la colonia y el jabón que aquel estuche encerraba. Ocultó su decepción como pudo. No recuerda si la creyeron o no. Lo que sí quedó para siempre grabada en su mente fue la sensación de decepción frente a aquel esperado regalo que no llegó a materializarse.

Fuera ha dejado de llover. Acaricia una vez más la portada del libro. El título baila en letras amarillas sobre el fondo oscuro, en el que destacan también unas figuras vestidas con ropas orientales. Sonríe pensando en aquella niña. Sonríe pensando también en su hija que tiene el mismo afán devorador de libros que ella tuvo a su misma edad. La misma ilusión por descubrir nuevos títulos entre los regalos recibidos. La misma afición a visitar las librerías...               
"La mil y una noches" será el próximo libro que le ceda, rescatado por fin del dulce sueño de los años pasados desde entonces.
Mercedes G. Rojo

sábado, 28 de mayo de 2011

LA LLAMADA DEL MAR

               Amanecía tímidamente entre los pinos de aquel pequeño bosquecillo que aún se mantenía junto a la playa. Sintió junto a ella las respiraciones profundas de sus compañeros de acampada que dormían todavía ajenos a los aromas que despertaban aquellas primeras horas matinales. Se quedó quieta unos instantes, envuelta en el cálido saco, perezosa, sin ganas de enfrentar el nuevo día que seguramente les acechaba con nuevos problemas y preocupaciones. Se oía lejano, perdido en la espesura del bosque, el canto de algún mirlo y de fondo, justo detrás de sus cabezas, un rumor lento de olas estrellándose en la playa. Una infinita tristeza comenzó entonces a invadirla en aquella soledad llena de presencias que no deseaba, de problemas que no se había buscado. Miró a un lado y a otro. Nadie se movía a su alrededor. Todos parecían dormir plácidamente ajenos a sus angustias. Y de pronto un impulso irresistible la llevó a levantarse con sigilo, a abandonar el abrigo del grupo que la ahogaba.
            Casi sin darse cuenta se encontró descendiendo hacia la playa por el serpenteante y abrupto sendero que  separaba ésta del pinar. Estaba fresca la mañana y una mezcla de olor a resina y a sal, salpicado de aroma a madreselva, penetró por todos sus sentidos. El cielo permanecía gris un día más mientras parecía presentirse próxima la llegada de la lluvia.
        Se descalzó para sentir bajo sus pies el frescor de la arena. Los arrastró con pereza dejando tras ella un surco que paso a paso se acercaba al agua. Había bajado la marea y quedaban en su extremo, al descubierto, un grupo de rocas. Se dirigió a ellas. La espuma jugaba a esconderse entre sus recovecos acariciando con mimo su áspera superficie. Se acercó aún más y se sentó por fin en una de ellas, sus pies desnudos penetrando en el líquido elemento que quedaba atrapado cuando las olas se retiraban. Fijó su mirada en el acerado horizonte y se quedó absorta en sus pensamientos que de pronto se vieron invadidos por aquella canción que tantas veces cantó de adolescente
“Por la blanda arena / que baña el mar / su pequeña huella / no vuelve más
Un sendero solo / de pena y silencio llegó / hasta el agua profunda
Un sendero solo / de penas mudas llegó / hasta la espuma…"
            Después sintió sobre su rostro la fresca caricia de la lluvia anunciada y elevó su cara al cielo ansiando perderse bajo ella. Se puso en pie, abrió sus brazos a la brisa y comenzó poco a poco a desnudarse. Allí, en la soledad de la playa, mirando fijamente aquel apacible mar que abrazaba con suaves caricias la arena desierta, desnudó su cuerpo bajo la caricia húmeda y tibia del amanecer y avanzó despacio entre las rocas hasta alcanzar de nuevo la arena. En el silencio matinal, sólo el rumor de las acariciantes olas sobre la orilla aún húmeda tras la marea alta, el chasquido de las pisadas de sus pies descalzos. Desnudo su cuerpo cubierto de tensiones, desnudas de miedos su cabeza y su alma, avanza paso a paso hacia el abrazo del agua que la envuelve poco a poco. Cierra los ojos, deja que su cuerpo flote sobre las suaves ondas marinas mientras cae la lluvia sobre ella. Abandonada a la superficie del mar, no piensa nada, no siente nada más allá del abrazo de las olas y siente que podría perderse para siempre, dejarlo todo, olvidar sus angustias y preocupaciones… Pasan los segundos, los minutos, tal vez las horas y se resiste a abrir sus ojos, a perder para siempre la caricia de la lluvia mientras la mecen tan dulcemente las olas…

            Al fondo comienza a oírse el bullicio del grupo que despierta. Voces, gritos, risas, …, llegan hasta ella por encima del rumor del mar y de la lluvia rompiendo su rato de ensimismamiento. Se gira en el agua y nada hacia la playa. Con un suspiro de resignación recupera la ropa abandonada entre las rocas y se viste lentamente. Ha llegado el momento de volver a sus obligaciones.
            Desde el sendero se vuelve una vez más hacia la playa y sonríe, casi imperceptiblemente, mientras su mirada se pierde una vez más, soñadora, sobre la superficie plateada.

domingo, 31 de octubre de 2010

La llamada de la noche.


Allí estaba una vez más. Sola, en medio de la noche. Entre la oscuridad y el silencio. Bajo la pálida mirada de la luna y el leve titilar de un tupido manto de estrellas.
Recordó aquella primera noche, hace ya muchos años, cuando siendo poco más que una niña se empeñó en ir a ver las estrellas. Fuera de la ciudad, donde la hermosa nocturnidad no pudiese ser hollada por las luces impías de neón. Aunque en muchas ocasiones ésta le había sorprendido fuera de ella, siempre había sido en bulliciosa compañía. Nada que ver con el romanticismo que exhalaban tantos poemas leídos, tantas historias entrelazadas en las páginas de las novelas... Y decidió que ya era hora, que el momento había llegado. No supo muy bien a que podía responder tan imperiosa y repentina necesidad, ni si su deseo pretendía tan solo experimentar nuevas sensaciones o si, además, pretendía poner a prueba el amor de su acompañante. El caso es que sentía ese impulso en su interior de forma insistente y desbocado. Insistió; insistió hasta que consiguió cumplir su deseo, un deseo que solo su conciencia sabía tenía muy poco que ver con el aparente romanticismo que la situación podía aparentar.
Era una noche tardía de otoño, casi de invierno, y el ambiente estaba muy frío para aquel tiempo. A pesar de todo, su pertinaz insistencia consiguió convencerle (era él quien conducía) para buscar un espacio un tanto alejado de la ciudad, un lugar en el que poder contemplar limpiamente las estrellas. El coche les condujo por veredas y caminos hasta una pequeña ermita oculta entre pinos, robles y encinas, refugio de cazadores en los días abiertos de veda. Apagaron el motor. Él no hizo ningún ademán que permitiera adivinar su intención de abandonar el automóvil. Ella, decidida, dio el primer paso. Había sido su deseo. Abrió la portezuela y salió al silencio de la noche. Era oscura. Allí, lejos de las luces protectoras de la ciudad, parecía de repente más profunda de lo que nadie pudiera jamás imaginarse. La luna no brillaba como en otras ocasiones y el manto estelar, casi invernal, parecía infinitamente más lejano que en las noches estivales. Dio unos pasos hacia la oscuridad y el silencio. Y allí, en medio de una intangible inmensidad, miró hacia el cielo.
Estaba sola. Se sintió sola. Fue como si de repente el silencio, más que la noche, lo invadiese todo. Y se vio de pronto convertida en un minúsculo grano de arena batido por la enorme grandeza del mar, un breve y leve sonido en el grandioso conjunto de una orquesta. Se notó pequeña e indefensa, como si de pronto todo el peso del mundo cayese sobre sus jóvenes hombros. Y sintió tal opresión que hasta se le hizo un nudo en la garganta. Comenzó a tiritar, aunque no por el frío de un nocturno otoño, sino por la indefensión de tan diminuto ser ante la enorme magnitud del mundo, ante su grandiosidad. Creyó sentir en un solo momento todos los sonidos que la ciudad desconoce..., el viento entre los árboles... el vuelo de nocturnas aves... la respiración tranquila de pequeños animales..., el sonido acechante de los depredadores ... Y un ciento de sonidos más difícilmente reconocibles en aquel momento y en aquel lugar. Y el peso fue tal, ¡tan grande! la opresión sentida, que su inmediata reacción fue escapar, escapar del peso de la noche buscando el único resquicio de civilización que podía encontrar en ese momento a su alcance.
Se refugió en el coche. Él no se había movido de allí, observando – tal vez sorprendido – su extraña actitud. Y ante la angustia que ella demostraba, la abrazó. Se dejó rodear por sus brazos, pero el gesto de él no pudo impedir las convulsiones nerviosas que la azotaban, no pudo impedir que las lágrimas aflorasen incontenibles, cual catarata en época de deshielo. ¿Angustia?, ¿miedo?, ¿rabia?... ¿soledad? Cada gota caída parecía llena de inconmensurables sentimientos que aún hoy, cuando recuerda lo ocurrido aquella noche, no es capaz de descifrar.
... Pasó el tiempo. Desde entonces, muchas veces se ha enfrentado al silencio de la noche y ha descubierto las mil caras de una belleza apenas vislumbrada por la mayor parte de la gente. Una belleza real, no inspirada por sentimientos románticos, basada en su propia inmensidad, en el sentimiento de grandeza de una oscuridad cargada de luces y reflejos, de un silencio lleno de sonidos, de una soledad compartida con la compañía del tiempo y el espacio. El miedo fue desapareciendo. Y frente a la angustia fue surgiendo la paz.
Y fue en esta comunión que poco a poco fue creciendo entre ella y la noche que llegó el momento... Hoy es una noche de estío. Las estrellas brillan temblorosas, iluminando el entorno con destellos que acompañan la lechosa claridad de la luna llena. Tras ella se recortan los montes elevándose nítidamente al cielo con una extraordinaria grandeza, como un antiguo grabado lleno de mágicas insinuaciones... El silencio se ha plagado de nocturnos sonidos ni siquiera imaginados en las noches urbanas: cálidos, profundos, misteriosos,..., llenando de vida la inmensidad de la misma. Hoy es el momento. Hoy es la noche...
Desnuda de cuerpo y alma, tumbada sobre la propia desnudez de la Tierra, ha sentido latir dentro de ella el milagroso influjo de la Madre que la arropa. Y hoy, que sabe que lleva una semilla de vida nueva en su interior, ha sentido de repente toda la sabiduría que durante siglos se ha transmitido por línea femenina. Ha aprendido de golpe los misterios de la vida. Ha descubierto el lazo invisible que durante tantos años la ha unido con la naturaleza. Hoy ha comprendido qué la atraía de la Noche..., la llamada de la Madre Tierra queriendo transmitirle el saber de tanto tiempo, haciéndola heredera de conocimientos ancestrales. Hoy ha sabido por qué ha perdido el miedo y se siente tan cerca de la tierra y las estrellas. Y hoy ha conocido, en comunión con ella, que la semilla que guarda en sus entrañas será una niña, una niña que heredará de nuevo tantos de esos misterios apenas vislumbrados, una niña que será la heredera de sus saberes y esperanzas.