Amanecía tímidamente entre los pinos de aquel pequeño bosquecillo que aún se mantenía junto a la playa. Sintió junto a ella las respiraciones profundas de sus compañeros de acampada que dormían todavía ajenos a los aromas que despertaban aquellas primeras horas matinales. Se quedó quieta unos instantes, envuelta en el cálido saco, perezosa, sin ganas de enfrentar el nuevo día que seguramente les acechaba con nuevos problemas y preocupaciones. Se oía lejano, perdido en la espesura del bosque, el canto de algún mirlo y de fondo, justo detrás de sus cabezas, un rumor lento de olas estrellándose en la playa. Una infinita tristeza comenzó entonces a invadirla en aquella soledad llena de presencias que no deseaba, de problemas que no se había buscado. Miró a un lado y a otro. Nadie se movía a su alrededor. Todos parecían dormir plácidamente ajenos a sus angustias. Y de pronto un impulso irresistible la llevó a levantarse con sigilo, a abandonar el abrigo del grupo que la ahogaba.
Casi sin darse cuenta se encontró descendiendo hacia la playa por el serpenteante y abrupto sendero que separaba ésta del pinar. Estaba fresca la mañana y una mezcla de olor a resina y a sal, salpicado de aroma a madreselva, penetró por todos sus sentidos. El cielo permanecía gris un día más mientras parecía presentirse próxima la llegada de la lluvia.
Se descalzó para sentir bajo sus pies el frescor de la arena. Los arrastró con pereza dejando tras ella un surco que paso a paso se acercaba al agua. Había bajado la marea y quedaban en su extremo, al descubierto, un grupo de rocas. Se dirigió a ellas. La espuma jugaba a esconderse entre sus recovecos acariciando con mimo su áspera superficie. Se acercó aún más y se sentó por fin en una de ellas, sus pies desnudos penetrando en el líquido elemento que quedaba atrapado cuando las olas se retiraban. Fijó su mirada en el acerado horizonte y se quedó absorta en sus pensamientos que de pronto se vieron invadidos por aquella canción que tantas veces cantó de adolescente
“Por la blanda arena / que baña el mar / su pequeña huella / no vuelve más
Un sendero solo / de pena y silencio llegó / hasta el agua profunda
Un sendero solo / de penas mudas llegó / hasta la espuma…"
Después sintió sobre su rostro la fresca caricia de la lluvia anunciada y elevó su cara al cielo ansiando perderse bajo ella. Se puso en pie, abrió sus brazos a la brisa y comenzó poco a poco a desnudarse. Allí, en la soledad de la playa, mirando fijamente aquel apacible mar que abrazaba con suaves caricias la arena desierta, desnudó su cuerpo bajo la caricia húmeda y tibia del amanecer y avanzó despacio entre las rocas hasta alcanzar de nuevo la arena. En el silencio matinal, sólo el rumor de las acariciantes olas sobre la orilla aún húmeda tras la marea alta, el chasquido de las pisadas de sus pies descalzos. Desnudo su cuerpo cubierto de tensiones, desnudas de miedos su cabeza y su alma, avanza paso a paso hacia el abrazo del agua que la envuelve poco a poco. Cierra los ojos, deja que su cuerpo flote sobre las suaves ondas marinas mientras cae la lluvia sobre ella. Abandonada a la superficie del mar, no piensa nada, no siente nada más allá del abrazo de las olas y siente que podría perderse para siempre, dejarlo todo, olvidar sus angustias y preocupaciones… Pasan los segundos, los minutos, tal vez las horas y se resiste a abrir sus ojos, a perder para siempre la caricia de la lluvia mientras la mecen tan dulcemente las olas…
Al fondo comienza a oírse el bullicio del grupo que despierta. Voces, gritos, risas, …, llegan hasta ella por encima del rumor del mar y de la lluvia rompiendo su rato de ensimismamiento. Se gira en el agua y nada hacia la playa. Con un suspiro de resignación recupera la ropa abandonada entre las rocas y se viste lentamente. Ha llegado el momento de volver a sus obligaciones.
Desde el sendero se vuelve una vez más hacia la playa y sonríe, casi imperceptiblemente, mientras su mirada se pierde una vez más, soñadora, sobre la superficie plateada.
Esta muy bien escrito, mientras lo leía veía la imagen que describes. Me gusta la historia que cuentas.
ResponderEliminarEstupendo relato admirada Mercedes. Impecable narrativa muy sugestiva y agradable de leer. Felicitaciones
ResponderEliminarCon esos versos de "Alfonsina",y el paisaje de playa y pinar,me has llevado una vez mas a las costas de Urugüay,bosque,playa y río.Bello país,con un pueblo auténticamente democrático.Gracias, Mercedes Rojo!
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros amables comentarios. Es curioso como los paisajes son capaces de evocarnos diferentes lugares. Y el mar parece universal.
ResponderEliminarHas dado la vuelta al tema mar-muerte para convertirlo en mar-placidez. Uno se deja ir detrás de esa mujer que se desnuda...
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