viernes, 25 de junio de 2021

Delirio

Fotografía de Emily Shirron en Unsplash

Y transcurridos aquellos aciagos días se cumplieron los peores pronósticos, el mundo se volvió justo y razonablemente feliz.

 

domingo, 20 de junio de 2021

Gula

Fotografía de Cottonbro en Pexels

Desde siempre he deseado morir en mi cama, sin darme cuenta. Bueno, quiero decir que llegado el momento me gustaría morir sin sufrir, y qué mejor lugar que la cama de uno, mientras duerme.


Algo había tenido que suceder, vislumbraba mi cuerpo quedo. Envuelto en una oscuridad densa, que no permitía observar detalle alguno. La percepción de las cosas había cambiado, no tenía frío, ni calor, no oía, sólo resonaban pensamientos huecos en mi cabeza. La conversación de un demente consigo mismo. 


Ahí parecía no haber nadie y sin embargo creí estar acompañado. Desconcertado no dejaba de preguntarme ―¿si he muerto, por qué no descanso?―


La esperanza se quebraba y a la par creí recobrar los sentidos, el espacio se hacía presente y amplio, el vértigo me revolvía el estómago, otra sensación nueva, un momento antes no era consciente de ninguna parte de mi anatomía. Regresaba a la vida, todo giraba a una velocidad mareante, por fin la luz de forma dolorosa fue abriéndose paso, por entonces sabía que no estaba muerto, ni en mí cama.

El médico le echó la culpa al cocido que me había comido, y los treinta y tantos grados a la sombra que hacía aquel día.

Yo sin embargo, pienso que fue el hielo, traicionero, de las copas de pacharán que tomé después.

 En cualquier caso he seguido sus consejos al detalle, tengo miedo, no quiero repetir la experiencia y a mi dieta habitual he añadido el aire acondicionado. Además hace un mes que duermo sentado en el sofá, la cama por si acaso ya no me atrae.

En cuanto al alcohol... sin hielo, por supuesto.




miércoles, 9 de junio de 2021

El dueño de los deseos

Fotografía de Aimee Vogelsang en Unsplash

 La fecha en que tomó conciencia de su poder,  no tiene la menor importancia. Pero el día lo recuerdo como si fuera hoy. 

Mamá nos consolaba, se preguntaba por qué llorábamos, no terminaba de comprender lo ocurrido.

No era una cuestión de compresión, ni de culpas, era cosa de intuir la fuerza que acababa de desatarse.


Mi hermano se levantó y sin siquiera desayunar, se puso a montar el puzle hasta bien avanzada la mañana, fue uno de los regalos que recibió en su cumpleaños y con calma, pieza a pieza, formó primero, la montaña y las nubes. Despacio, saboreando los pasos, tomaron forma el cielo y la tierra, la casita, ¿no sabe por qué? se resistía aunque eran pocas las fichas pendientes de colocar. 

Yo, mientras, rondaba inquieta por el salón, habría dado cualquier cosa por participar en la emoción de descubrir las imágenes ocultas, por disfrutar del tacto suave de las piezas.

―Déjame ayudarte, anda déjame ―le pedí.

Él, me consideraba el ser más pesado y pegajoso de la tierra.

Que no, que le dejara, ―¡Que no tocase!―.

Sin pararme a pensarlo di un manotazo. Desde la mesa, el puzle salió en un vuelo lleno de interrogantes. Planeo hasta el pasillo antes de tocar el suelo y destrozar la ilusión.

Fue el momento en que deseó que muriera.


Atónita, por lo que acababa de hacer. ¿No se que vi? Un desconocido. Todo su ser transformado. Espantada, recule hasta resbalar en un golpe seco y rotundo. La casa entera se estremeció, predecía la sorpresa.


Por lo que luego, él, contó, sintió detenerse el mundo y como la luz cambiaba a una transparencia irreal: «Era la mirada de Lauri, fija en el espasmo, la que suspendía la vida.»


Comprendí la angustia de los peces fuera del agua. La boca y los ojos muy abiertos, tendida en el suelo, el pecho encogido, incapaz de respirar. 

Inmersa en una burbuja, a mamá la escuchaba trastear en la cocina, ajena en la distancia.


Él, por entonces, ya sospechaba del poder de los deseos y había deseado lo peor. A pesar de ello, no podía creer lo que estaba sucediendo. Nervioso, tomó mis manos y me incorporó, me abrazó, besó y zarandeó; maldiciones y promesas se alternaron en su boca. 

De nuevo deseaba, y supe que era con todo su ser. ―No podía suceder nada―.


En el momento que una bocanada de aire, entrecortada como cuando tienes hipo, rompía las paredes de la celda en la que estaba recluida, llegó mamá alertada por el escándalo.

Lo demás fue rápido, sofocada bebía el aire y en un renacer yo misma me puse en pie .


No pudo reírse aunque quiso, mocos y lágrimas adornaban mi cara, según él, la más bonita que había visto en su vida.

Es cuando, mamá nos abrazó diciendo que no lloráramos, que no sucedía nada.


Sí, sí sucedió algo, como más tarde y en tantas ocasiones, en todo momento se cumplieron sus anhelos.

De la experiencia, dijo haber aprendido, quiso convencerme de que tendría cuidado, que algunos deseos daban miedo. 


Como críos que somos, a veces, olvidamos. Él, ya no recuerda las promesas.

Y esta vez no ha sentido lástima.



Pd.: Relato escrito para el concurso: Matilda, de Roald Dahl, en el Tintero de Oro.