Fotografía de Hulki Okan Tabak en Unsplash |
Me ha reconocido, sus ojos quedan fijos sobre mí, no hay más reacción y poco más puedo esperar. Debería alegrarme, decirle algo y sin embargo no digo nada, concentro mi atención en el sordo borboteo de la máquina que le suministra oxígeno.
Los cardenales de las manos destacan como una luz de advertencia, la vía asoma bajo el esparadrapo en una de ellas. Puedo ver esas manos acariciar la madera apartando el serrín. Sonríe a un niño que puedo ser yo y que buscaba su presencia en cada detalle. Boxeamos en broma, sus golpes siempre acaban en unas cosquillas que el niño que era no puede resistir. Sus manos entonces tenían la fuerza del mundo entero, al menos eso creí durante años.
Ahora es él, quien titubeante busca mi mano para que se la tome y la aprieto con todo el cuidado del que me creo capaz. Duele verlo, el pecho se me encoje y aún así, sonrío.