fragmento de Wanik- Autores Rosa y Víctor E. Desierto de Nefud. Península Arábiga
“Mi nombre es Abdel Hâfer, nombre que en tu lengua significa Sirviente del Protector, tengo treinta y dos años, amo el desierto más que a nada en el mundo y soy un incansable devorador de libros.
El hecho de vivir aquí no me hace un bárbaro pues siempre tuve inquitudes y le di gran importancia a mis sueños.
Yo soñé.
Soñé con un valle en la Antártida donde en la larga noche del invierno se reúnen los pingüinos a pasar la época de la oscuridad. Todos se dirigen a ese valle cuando el invierno alcanza su máximo rigor.
Últimamente mis sueños son un tanto absurdos…
Aunque vivo en el desierto a veces me desplazo a poblaciones importantes y aprovecho la ocasión para comprar o intercambiar libros.
Realmente me interesan todos los temas. Los engullo con avidez. Hablo perfectamente inglés, español, francés y también algo de alemán aunque de forma muy básica. Esa fluidez de idiomas me ha sido dada desde la niñez pues, vivir aquí, en esta soledad, me hace hace soñar con diferentes gentes y lugares del mundo.
Hace apenas un año que volví aquí, al lugar en que nací. Mi vida en el desierto es dura, pero no exenta de encantos sobre todo, cuando contemplo en estas frías noches el cielo azúl índigo sobre el mar de interminables dunas rosadas.
A pesar de toda la monotonía de este paisaje casi lunar, nada aquí es perdurable.
Lo mejor de todo es la lejanía de la civilización. No hay contaminación, ni ruidos, sólo la extrema belleza de lo simple y no mancillado por el hombre.
A veces, bajo este calor sofocante, después de haber recorrido las principales ciudades de occidente, llego a la conclusión que la gente no es mala por naturaleza si no que son la desidia y avaricia de este mundo ajeno al individuo, las que hacen aflorar lo peor de sus mentes.
El desierto es un buen lugar para encontrarse con uno mismo, recargar la energía agotada y comprender que somos parte de un complicado engranaje.
Piensa un poco: Yo soy un granito de arena en el desierto pero lo pequeño hace lo grande y sin la mínuscula arena: ¿Que sería del desierto?
Yo soy una estrella en un cielo infinito pero sin Sol, me apagaría y ningún ser tendría cabida en mi mundo…
Así pues, no importa donde hayas nacido, ni cual sea tu origen porque, de todas formas aún a pesar tuya, ya formas parte de este complicado engranaje de la vida.
Si me preguntasen que amo de las ciudades les diría que las amo sin más, no para asentarme en ellas. Me encanta conocerlas aunque nunca he sentido el deseo de echar raíces. Allí, la individualidad no existe, te dejas arrastrar por el mundo, la sociedad, las circunstancias y acabas convirtiéndote en una víctima de ello… Sólo cuando regresas y te enfrentas a ti mismo aquí, en la soledad del desierto, dilucidas todas las cuestiones y tu actitud ante la vida.
Algunas especies en otras partes del mundo pero, sobre todo en África, marcan sus territorios e imponen sus límites a otros iguales. La especie humana debería haber aprendido a desterrar esa idea porque en el horizonte se encuentra nuestra única esperanza. El tesoro que buscas subyace allí enterrado, donde nace el arcoíris, donde nuestra especie ha de comenzar la búsqueda”
Abdel se protegía el rostro del fuerte viento del Simún, cuando sumido en estos pensamientos se topó con una flor. Era un extraño sitio para una planta tan delicada, posiblemente al día siguiente se agotaría la poca agua que la sostenía y dejaría de existir.
-”La vida es tan fugaz que casi no la percibimos”- Pensó.
Se agachó y tomó la delicada flor por su frágil tallo para no dañarla y con su enorme y morena mano la introdujo en una bolsa de lino. Pensaba dejarla tres kilómetros más allá donde sabía que habría agua.
En el desierto el agua es síntoma de vida y el mayor tesoro con que uno puede toparse.
-”¡Es hermoso el atardecer!- Caviló con la mirada perdida en el infinito.- Aquí donde la soledad del alma se respira cuando la noche cae y las estrellas te envuelven con su resplandor”.
Había que levantar la cabeza pero mirando al Este, alto en el cielo, a unos 80º, casi en la vertical, se veía majestuosa la estrella Sirio con su titilante y hermoso cambio de colores destacando sobre un cielo azúl que empezaba a volverse negro por el Oeste.
Abdel imaginaba que hermoso espectáculo sería un cielo con dos Soles: Una gigante roja y una enana azul viviendo juntas en un abrazo final donde lo nuevo y lo viejo se unirían en la relatividad de las eras estelares.
Tal vez, en mil millones de años, el cielo que veía ahora no se parecería en nada a este, si es que el mundo tal y como él lo concebía, continuaba existiendo cuando él hubiese muerto.
El universo es un hermoso lugar cuando uno está dispuesto a mirar y dejarse conducir.
A Sirviente del Protector le encantaba estar al acecho, cada noche, buscando estrellas fugaces.
Las contaba.
Anhelaba encontrar una, tan sólo una de ellas. Tal vez aparecería en el sitio más insospechado y tendría parecido con alguna de esas piedras refulgentes que con frecuencia veía durante sus paseos y que no encajaba con el ocre de la arena.
Nunca había sentido curiosidad por averiguar a quien pertenecía aquella tumba, los detalles morbosos no la inquietaban y no creía que pudiese haber nada más allá de la muerte: un día te morías y ya estaba. ¡Se acababa todo!. ¡punto y final!. Hasta el momento, nadie había regresado de aquel lugar.
Lo único que de veras le importaba era la casa que samuel y ella habían adquirido juntos. Era blanca de un único piso, con numerosas habitaciones y un largo pasillo; las tejas eran rojas, de un esmalte vivo, era la típica casa que dibujan los niños con un pequeño sendero y una chimenea llena de humo; tenía bastante claridad a primeras horas del día, aunque a la tarde se ensombrecía un poco por el ala oeste; a mano derecha, había una pequeña cocina con una gran nevera y también una despensa aunque el detalle de los víveres no era ningún obstáculo para ella ya que el supermercado del pueblo se hallaba bajando la carretera a sólo media hora de coche.
Por el momento, se hallaba vacía de muebles, excepto en la primera habitación en la que había colocado un camastro ocasional por si ella y samuel decidían pasar algún fin de semana hasta que terminasen de poner todo el mobiliario.
La casa, rodeada por eucaliptos pendía vertiginosamente sobre un acantilado. El paisaje que se veía desde allí era verdaderamente impresionante. Mirar hacia abajo producía vértigo.
A Adamaris le gustaba el olor de los eucaliptos y sentir el murmullo de sus ramas cuando el viento las agitaba. Le gustaba la paz que se sentía allá arriba era, como una anestesia para el dolor.
Era la casa de sus sueños.
La casa que samuel y ella habían soñado juntos.
Sólo tenía un defecto.
Estaba sola, vacía como ella.
Samuel la había abandonado hacia cosa de un mes sin darle ningún motivo convincente. Llevaban diez años juntos, toda una vida y de pronto él se iba y la dejaba diciéndole únicamente que algo en él había cambiado, que no sabía lo que quería y que deseaba emprender una nueva vida lejos de aquel ambiente que tanto le oprimía.
Se había marchado de la ciudad y la había dejado sola. Más tarde, se había enterado por unos amigos que tenía otra mujer y que viviría con ella la vida que le había arrebatado.
A consecuencia de esto, se hallaba en tratamiento psicológico porque no podía dormir, porque no concebía la idea de vivir sin él, envejecer y morir sin nadie que la quisiera, abandonada como un perro. Sola.
El psicólogo había desaconsejado su idea de ir a la nueva casa. aAsu temor patológico a la soledad, no le venía bien un lugar tan apartado como aquel. Adamaris necesitaba estar en compañía de mucha gente.
Había hecho caso omiso a la opinión médica y de todos sus amigos. el único sitio donde podía encontrarse feliz y menos sola era precisamente aquel, la casa en la que había planeado vivir hasta hacerse muy vieja en compañía de samuel, su amor.
Entró en la casa y admiró el brillo del parquet y el olor de la madera. Los obreros la habían dejado acabada aquella misma mañana. Quitó la cinta aislante que cubría una de las ventanas y observó la infinitud del mar a lo lejos.
De pronto, tuvo un sobresalto al sentir su móvil: ¿quién la llamaría? Adamaris suspiró al ver el nombre de Sandra en la pantalla. Sandra era su mejor amiga. Siempre se preocupaba por ella. Era algo bruja y también muy sincera. Decía las cosas tal y como le venían sin pensar en el efecto que podían producir en las personas.
¿Estás loca?- casi gritó- ¿pero a quien se le ocurre ir a esa casa tu sola? ¿y si te da un ramalazo y te da por tirarte por ese acantilado? ¡ahora mismo cojo el coche y me planto contigo! ¿por qué no haces caso a la gente que te quiere?
Durante algunos minutos mantuvo una discusión acalorada con ella. Finalmente rompió a llorar desconsolada.
Le confesó que estaba mal, francamente mal que continuamente sentía ganas de llorar y que la idea del suicido le rondaba cada segundo
pero le dijo, que únicamente en aquella casa encontraba paz y que le pedía por favor que no se inmiscuyera en sus asuntos.
Podía llamarla cada minuto, cada segundo si tenía miedo aunque ella no tenía intención de atentar contra su vida. lo único que quería ahora es que la gente que la quería respetase su voluntad de estar sola.
Entristecida por el estado de su amiga, Sandra dejó de insistir. ya iba a colgar cuando Adamaris en tono de broma y para restarle importancia a su discusión se le ocurrió preguntar:
¿oye, y no tendrás ningún ritual para encontrar al hombre perfecto?
-Pensé que tu hombre perfecto era samuel- respondió sandra.
-tal vez me convenga cambiar de aires- replicó- quiero a un chico guapo, mucho más guapo que samuel, inteligente, sensual, simpático, y que me quiera mucho.
Sorprendida sandra estalló a reír:
-ese hombre no existe adamaris.
-¿ves entonces porque quiero estar sola?
-cuidado con tus deseos adamaris por que pueden hacerse realidad
Siguiendo la broma le dijo que tomara nota. se inventó un ritual de atracción para su amiga diciéndole que necesitaba un pequeño gorrión muerto sobre el que debía verter unos granos de lavanda, envolver el pequeño cadáver en una hoja de un árbol y enterrarlo en una noche de luna llena al lado de una tumba.
Todo esto, lo dijo sandra, ignorando que cerca de la casa que adamaris había comprado, existía verdaderamente una tumba, de una persona desconocida, tal vez un suicida aunque era poco improbable por la pequeña cruz de mármol blanco o incluso, un marinero sin nombre o un antiguo morador de aquella colina.
Con los ingredientes, adamaris bajó al pueblo y compró unos saquitos de lavanda en grano pues no la tenía en casa. encontró efectivamente el cadáver de un pequeño gorrión, probablemente muerto de una enfermedad el poder adivinatorio de sandra era increíble y tal y como ella dijo, envolvió el pequeño cadáver en unas cuantas hojas de eucalipto atadas con una cuerda.
Interpretándolo como un juego simpático que le permitiría encontrar al hombre ideal ya que ella no creía en esas cosas esperó a que hubiese luna llena y enterró el cadáver del pequeño pajarito en un montoncito de tierra al lado de la tumba sin nombre.
Aquello no iba a resultar. ¿pero que perdía por intentarlo? si la magia no existía como ella creía no pasaría nada. nunca había creído en la magia. ¿por qué no empezar a hacerlo ahora?
Sucedió que aquel verano, no pasó absolutamente nada. bueno, sí pasó. pero no fue la aparición del hombre apuesto y encantador de sus sueños.
Lo que ocurrió fue algo más bien terrorífico.
Después de eso, comenzó a sentir como todas las noches una niña desconocida recorría su casa a la carrera. nunca la veía. cuando encendía la luz, los ruidos cesaban pero ella sabía que tenía que tratarse de una niña, una niña de corta edad.
Incluso, una noche cerró con llave la puerta, por temor a que realmente una niña del pueblo hubiese subido hasta allí arriba cosa improbable ya que era la única inquilina de aquella colina a gastarle una broma pesada.
Los ruidos de la niña volvieron a oírse también aquella misma noche dentro de la casa y justo al lado de su cama. pero al encender la luz, todo se desvaneció.
Pensando que la soledad le estaba haciendo volverse loca, tomó la determinación de abandonar la casa aquel verano. a su llegada a ribadesella, le contó a su amiga sandra lo que había acontecido y esta le habló de la posibilidad de que hubiese un espíritu en su casa a consecuencia del ritual practicado.
Sandra tenía la culpa. había jugado a inventarse un ritual y con la magia no se juega. aquel mismo año tuvo un accidente de tráfico en el que perdió la vida.
Pero adamaris no lo atribuyó en ningún momento a un castigo por jugar con la magia.
Pasaron los años y regresó a la casa. la casa blanca que se parecía a un dibujo infantil con su camino, y sus eucaliptos.
La casa donde samuel y ella habían planeado agotar los últimos días de su vida.
El espíritu de la extraña niña dejó de atormentarla desde el primer día en que había puesto un pie sobre la casa.
Adamaris estaba feliz. había encontrado al hombre de sus sueños. era un caminante, guapo, alto y rubio de habla extranjera. se dedicaba al senderismo cuando por casualidades de la vida fue a parar cerca de su casa. se hallaba alojado en el hotel del pueblo.
Le preguntó si era feliz allí y le dijo que debía serlo pues si él viviese en un lugar tan hermoso como aquel no pensaría en abandonarlo nunca.
Mantuvo una hermosa relación con él durante un mes. aquel adonis, llegaba a su casa cada anochecer y le colmaba de todos los besos y caricias que nunca había soñado tener.
La felicidad se reflejaba en su rostro.
Era enormemente feliz.
Pero un día, al igual que samuel, desapareció y la dejó nuevamente sola.
Intrigada por la extraña desaparición de su amado, volvió al pueblo y preguntó en el hotel por él.
Nadie le conocía. no había ningún muchacho alemán registrado con ese nombre durante aquel año.
Sin saber como ni porque, entró en la iglesia para hablar con el párroco. Ella no creía en aquellas cosas.
Pero necesitaba consuelo a su dolor. necesitaba hablarle a alguien de su temor a quedarse sola.
Cuando el párroco oyó el nombre y los apellidos de aquel muchacho, palideció.
Adamaris le preguntó que le sucedía.
Éste únicamente le dijo que no podía ser posible que hubiese conocido a aquel hombre ya que había muerto.
Los cimientos de la nueva casa de adamaris estaban sobre la antigua casa. por lo visto, fue un hombre cuya hija murió de una enfermedad pulmonar. incapaz de soportar la tristeza, su mujer, la persona a quien él más quería en el mundo, le dejó solo. Incapaz de soportar la muerte de su hija y el abandono de su esposa se precipitó al mar.
Había anochecido cuando adamaris abrió sigilosamente la puerta de su casa con intención de coger las pocas pertenencias que tenía y poner los pies en polvorosa lejos de aquella casa maldita gracias al ritual de una amiga aprendiz de bruja y a ella misma que lo había llevado a cabo. Al poner un pie dentro un aire gélido le golpeó la cara y una fuerza sobrenatural la empujó hacia dentro.
Quiso encender la luz pero una mano gélida se lo impidió empujándola contra una viga que le hizo perder durante un instante la conciencia.
Cuando la recuperó, vio que la luz de la luna iluminaba a una niña con un hermoso vestido blanco, mesándole los cabellos. a su lado había un pañuelo manchado de sangre.
Adamaris recordó la enfermedad pulmonar de la que el párroco le había hablado con respecto a la niña.
A su espalda, surgió una voz de ultratumba que le decía:
Su nombre no es Sherezade aunque siempre deseó releer las mil y una noches y recuerda breves fragmentos que leyó cuando era pequeña: relatos llenos de misterio en que un navegante bravío atracaba la cueva de Alibaba y los cuarenta ladrones bajo la firme sentencia de “Ábrete o ciérrate Sésamo”. Ella ya no es tan joven como el resto de las bailarinas pero huele a miel, té moruno y especias, también tiene el corazón y los ojos de una niña que ha visto pasar los inviernos más duros y que aún así baila sin tregua. Baila con la fragilidad de un junco mecido por el viento y con la resistencia de algo duro, compacto que no puede ser abatido por ninguna fuerza natural o divina luciendo unos tobillos adornados con pulseras que titilan a cada paso grácil, a cada movimiento sensual, describiendo círculos imposibles en el aire al compás de la música que recuerda a un país donde los papiros aún suspiran y musitan extrañas sentencias al ritmo de brazos mecidos por olas imaginarias. Un día soñó que volvía a las dunas del desierto bajo un cielo índigo iluminado por la luna de los sarracenos e intento olvidarse de palabras como intolerancia, odio y dolor y las cambió por respeto, amor y alegría y entusiasmo por la vida. Se contó así misma todas las historias escritas y no escritas para quedar plácidamente sumida en un sueño del que aún no ha despertado como si fuese un genio atrapado en una lámpara. Cuentan que en las noches de invierno, Sherezade mueve sus caderas hechizando a las gentes con su danza sinuosa, plagada de misterio tan sólo para quienes pueden ver su corazón tierno, para aquellos que son capaces de captar la verdadera belleza del alma transmitida a cada parte independiente del resto del cuerpo: las caderas, las piernas, los brazos, las muñecas, las manos de dedos gráciles que parecen sostener y dejar caer un velo invisible, la expresión serena y vital de los gestos, en un vaivén infinito de dicha.
Y me voy por la vereda Con el corazón alegre Buscando días cálidos Junto al amor que me quiso.
EL ANGEL
En mi jardín tengo un ángel de piedra De una belleza extraña Y todos los días acaricio sus alas Esperando que despierte del sueño Y de mi se enamore.
LOCURA
Todas esas tonterías que se dicen Cuando eres joven, Los demás lo llaman así Y se ríen de la soledad de tu cuarto, De tus poesías. Sí, ese es el nombre. Tú formas rimas con tus propios latidos Y construyes un puente de recuerdos hermosos. Ellos dicen que la decepción del amor No es hermosa Y en parte no mienten. Pero quien ama Jugándolo todo A una sola carta No debe afligirse si pierde. Ellos quizá no sepan que es eso. Ellos, lo rechazan todo A cambio de la razón. Pero el amor, sólo es locura. ¡Y que hermosa!.
LA BUENAVENTURA.
A la salida de la Alhambra Una gitana leyó en las líneas de mi mano. Una vida larga y feliz me predijeron Dos retoños Que iluminarían mi vida De paz y sosiego Un gran amor que estaría Siempre a mi lado.
IMPERFECTO
Existe una gran diferencia Entre el perfecto placer Y el sencillo amor. El primero, Nos eleva hacia lo más alto Haciéndonos creer superiores Al resto de los mortales. El segundo en cambio, Nos hace descender A la altura del ser humano, Amando la imperfección Por encima de todo.
TRES COSAS
Tres cosas he visto hoy, A dios en la naturaleza Apolo en el corazón Y Eros en tus labios.
OLIMPO
Por Zeus que tienes una venda Que te impide ver. ¿Es que no has buscado en los ojos de la noche? ¿Es que acaso, no te has pasado media vida intentando desentrañar el misterio de esa estrella? Que los dioses del Olimpo te protejan Si no escuchas En el canto de las cigarras Y el murmullo de las olas. El amor Puede gritar muchas cosas En silencio.
AMOR DE CORSARIO
Cuando miro el mar Pienso en tus ojos Porque me resultan bellos, Límpidos, Vacíos de hipocresía, Navegables hasta el infinito Y pienso: ¡Quien pudiera convertirse en corsario, revelarse contra todo orden establecido!. Hacer de tu amor Mi patria Y mi estandarte Y abordar con valentía Tu reino acuoso. Quien pudiera amor Conquistar el firmamento Y ponerlo ante tus ojos.
LA FARSANTE
Algún día, al leer entre líneas, Me encontrarás, Y sin saber como, ni cuando, Pensarás en mí. Pequeño bufón, Muchacha triste Que reía Cuando lloraba por dentro. Que te quiso tanto A cambio de tan poco, Una sonrisa, Una mirada, Un beso.
Publicado para el Concurso Isauto Honda- La Nueva España
El despertador sonaba con insistencia. Anunciaba la hora de comenzar la lucha cotidiana, aquélla en que no existe un lugar para los cobardes ni para los ilusos que pretenden cambiar el mundo con sus locos ideales. Desde mi ventana pude ver que aún no había amanecido y eso me produjo una intensa desazón pues tenía el cuerpo entumecido y cansado. Pensaba en esto, cuando mis párpados comenzaron a caer como pesadas losas. Entonces y sólo entonces, la negra espiral del sueño me atrapó irremisiblemente. Era curioso observar, que de pronto, como por arte de magia, todo había desaparecido: mi cama amplia y confortable y el temible despertador objeto de todas mis pesadillas. En el lugar en que me hallaba, no hacía ni frío ni calor, una cálida luz dorada me envolvía y el aire tenía una consistencia maleable, gelatinosa que traía a mi memoria aquel recuerdo de infancia en que vi como un termómetro se rompía y me paré a observar las esferas de mercurio. De pronto, noté una caricia en mi mano, se trataba de una manita pequeña de tacto aterciopelado perteneciente a un pequeño ser de luz mucho más luminoso y dorado que la atmósfera que nos envolvía.
-¡Sígueme por favor!. ¿A que esperas?- en sus labios se dibujaba una sonrisa: -A partir de ahora.- Me dijo.- Yo seré el guía que te acompañará en este viaje. Fui en pos de la criatura luminosa a través de senderos irisados donde crecían unas flores gigantescas y exóticas. Surgían por doquier edificios retorcidos, disparatados, donde las ventanas hacían las veces de puerta y viceversa de modo, que si a alguien se le ocurría asomarse corría el peligro de precipitarse en el vacío. Aquella escena provocó en mí un incontenible ataque de risa. Mientras, mi pequeño amigo, no cesaba de preguntarme: -¡Dime!. ¿Y eres feliz?- Realmente lo era. Nada de lo que antes había experimentado podía compararse con aquella inmensa felicidad. Todo, absolutamente todo, parecía haberse borrado de mi memoria al igual que un libro en blanco. Seguimos subiendo y bajando pronunciadas pendientes hasta alcanzar un lugar de una belleza y serenidad imposibles de describir. En la lejanía, divisamos una casa pequeña, sensatamente construida con un pequeño jardín donde, dos ancianos se hallaban sentados como si llevasen ahí toda una eternidad esperando. La pareja, se sonrío al vernos, y se tomó de las manos con una ternura infinita. -Nosotros nos morimos.- Dijo el viejo fijando la vista en el horizonte y añadió.- Sí, nos morimos. Hace ya de eso muchos, muchos años....-Y somos muy felices.-Corroboró su esposa.-No añoramos para nada el sufrimiento y la soledad de antaño. Y...¿Sabes una cosa?. Cuando vivíamos teníamos unos ahorrillos. Pero el dinero aquí mi niña, no sirve de nada. Es el amor lo único que puede atravesar todas las barreras. El amor puede con todo. ¡No lo olvides!. Incluso con la muerte. Miré a mi pequeño guía sonriendo y éste asintió señalando a un numero grupo de seres como él que atraídos por nuestra presencia se acercaban a saludarnos. -¡Miradla!. ¡Ya está aquí!. ¡No tengas miedo de nosotros!. ¿Te quedarás para siempre? Aquellas sencillas preguntas me llegaban al alma. -¡Ojalá tuviese mucho más tiempo para quedarme!.- Les dije.- Pero mi guía tiene prisa por partir. -¡No!.- Dijo éste con rotundidad.- Allá arriba, una luz me dice que sólo eres una intrusa y que esto no es más que un error.
Entonces, quise rebelarme y decirle que mi felicidad estaba en sus manos que sólo él podría vencer la voz que me atormenta. Pero su voz sonaba triste cuando me gritó: -Eres una cobarde y aún no has llegado al final del camino. La luz te espera ahí abajo. Mi pequeño, volvió a fruncir el ceño y acabó dándome la espalda. Viendo, que nada conseguiría si continuaba insistiendo decidí que tenía razón. Aquel no era un lugar para mí, sólo había huido en un momento de flaqueza. Mas algo dentro de mí, se resistía a abandonar aquella cálida y dorada luz, aquellos seres brillantes, limpio que me infundían la paz que me faltaba y la que ansiaba por encima de todos los tesoros terrenales del mundo. -¡Puedes ignorarme si quieres!.- Admití con disgusto.- Pero me apena saber que nunca más nos volveremos a ver. -Eso no es cierto.- Murmuró antes de irse.- Podrás verme cuantas veces lo desees. ¡Búscame!. ¡Búscame en el mundo de tus sueños y allí, me encontrarás!. En ese momento, la realidad acabó golpeándome demostrando una vez más cuan efímeros son los estadios de la felicidad. Una vez más el despertador estaba sonando y yo volvía a ser un corazón sangrante, perdida entre el gentío. Pero a pesar de mi falta de coraje, me esfuerzo por estar aquí todos los días y aprender un poco de lo que me rodea. Y desde entonces, siempre que intento dormir, le busco a propósito en mis sueños, sin hallarle nunca. Y me pregunto si cuando llegue el momento tendré miedo y si habrá alguien luminoso, etéreo esperándome allí, al final de un hermoso sendero de luz.
Después de largo tiempo sin visitar Asturias, se decidió por fin a alquilar aquel hotelito próximo al Cabo Peñas, famoso por sus impresionantes acantilados y por el faro anejo a una casa, cuyas dependencias habían sido reconvertidas en un museo. Llegó sólo, sin más compañía que su perro Lucky, como Lucki strickes, la marca de cigarrillos que fumaba cuando hacía tan sólo un año estaba enganchado a la nicotina. En el pequeño hotel no admitían animales, pero como el dueño le conocía desde pequeño y conocía a sus padres, aceptó un generoso plus por dejarle permanecer con Lucky en una época invernal en que escaseaban los turistas. Eran múltiples los motivos que le habían traído a un lugar como aquel entre ellos, que su infancia había transcurrido allí, que aunque ya no le quedaban familia, ni arraigos, aún estaba encadenado a los recuerdos pues allí era donde había conocido a su mujer, con la que se casó y emigró hacia Madrid y que había muerto apenas hacía un año- el tiempo que Luky vivía en su compañía- presa de una enfermedad incapacitante que primero, la había baldado de las dos piernas, luego la había privado de la vista y el habla y finalmente había afectado su cerebro causando un daño sistemático a todos los restantes órganos. Corián sintió en su rostro la fría brisa matinal y se refugió bajo el cuello de su gabardina. Allí de pie, contempló las enormes olas que se estrellaban contra los acantilados y las gaviotas que volaban enloquecidas en busca de comida. Cuando era pequeño, sus padres decían que cuando las gaviotas estaban tan alteradas era porque iba a hacer mal tiempo. Lucky, bajo su espeso pelaje anaranjado parecía no sentir el frío y contemplaba feliz un basto territorio lleno de rocas escarpadas y misteriosos tesoros aún por descubrir. Coríán sonrío y le acarició el lomo. Juntos, eludieron el terreno seguro y se adentraron en las rocas que se precipitaban en un enorme abismo que daba el mar. Corián buscaba algo, algo que durante mucho tiempo había visto cuando era niño y que entonces, su mente infantil no había podido descifrar en que consistía ni lo que era. Ahora, sólo sabía que lo que sentía hacia “aquello” , era una mezcla de curiosidad y oscuro pavor.
Estaban borrachos. Casi todos. Quizás más de lo que ellos mismos hubiesen deseado. El coche frenó en seco y los faros se apagaron quedando todo en la oscuridad, apenas dos o tres farolas iluminaban una acera empedrada, un malecón oscuro en que rugían las olas y al fondo, una imponente casona que emulaba en su arquitectura a las que les gustaba hacer a los arquitectos del anterior siglo. Sobre su fachada, cogaba un cartel luminoso que emitía veloces parpadeos. Aquella edificación oscura, imponente y adusta se alzó ante sus ojos cegados por el aguardiente como si fuese un coloso. Pedro, murmuró algo sobre que el local estaba cerrado y Tomás, rió a mandibula abierta afirmando que veía una tímida luz tras una ventana. Caminaron a tientas, dando traspiés. Julio, les avisó que continuasen su camino pues tenía el estómago algo revuelto. Antonio, que no había bebido nada, confesó que aquella casa despertaba en él una sensación parecida al miedo y que lo mejor y más sensato era regresar a casa. Pero... nadie le hizo caso. Otra vez risas, esta vez frente a la puerta. El motivo: Un viejo picaporte en forma de garra que aprisionaba un corazón sangrante, el único detalle en color de aquella escultura negra y un aviso a los recien llegados como una advertencia:
BIENVENIDOS AL MESÓN LA ÚLTIMA COPA. EXPERIMENTEN EL PLACER DE MORIR BEBIENDO LOS MÁS SABROSOS BREVAJES. Ahora comenzó la discusión de quien sería el primero en pasar. Pero nexplicablemente los resortes de la puerta cedieron con un ruido quejumbroso como si una mano invisible los hubiese accionado y dejado paso a una estancia umbría iluminada por l luz mortecina de unas velas. De fondo surgió una voz bronca: -¡Angeline!.¡Oigo pasos!. Pero: ¿Se puede saber donde andas metida? -¡Oh! ¡Merde!.- Protextó la voz de mujer, que parecía demasiada estresada por el trajín.-Tu sais que je suis occupée mon amour!. La tal Angeline, vino corriendo, portando en una mano un candelabro y en la otra un paño de cocina de abigarrados colores. Mostraba una sonrisa pícara en sus facciones del rostro irregular que conferían al conjunto una extraña belleza. Se disculpó en un torpe castellano: -Pegdón. Pego es que hoy, no espegábamos visitas a estas hogas. ¿Vous comprende? Caminaron en fila india, siguiendo a aquella mujer alta y delgada intercambiándose codazos y alguna sonrisa cómplice. Ella, sin volverse nunca atrás, les condujo hacia una barra amplia que alternaba las maderas nobles y un mármol veteado, indicándoles con un largo y huesudo dedo que ocuparan los taburetes de una estancia vacía, únicamente por sus presencias. A continuación llamó a su esposo con un cierto tono de exasperación: -¡Rodrigo!. Viens ici!. Attend ces monsieurs!. Antonio, echó un rápido vistazo al local. Hasta donde le dejaba ver la luz colgaban de la pared algunos cuadros en los que los tonos elegidos eran tan oscuros que resultaba difícil discernir el lienzo del marco. -¡Bien!.-suspiró Antonio echando una rápida ojeada al local.-¡Supongo que estaréis todos contentos!. Hemos llegado borrachos como cubas al Castillo del Conde Drácula y muy pronto saldrá un engendro jorobado a recibirnos preguntándonos que clase de bebida espiritosa nos va a servir. El engendro, como si fuese una premonición, no tardó en llegar. Sus ojillos eran vivos y aviesos y portaba al igual que su esposa un candelabro de tres brazos. Desde su imponente altura les miró con un manifiesto desprecio: -Si me permiten los señores, les recomiendo el licor de moras de la casa. -¡Bien!.-dijo Tomás.-¡A ver como sabe eso!. ¡Pónganos una ronda!.- Y miró a sus amigos para decir:- La última la pago yo y no admito protestas. Mientras Rodrigo les atendía. Angeline, se sentó en una mesa apartada y comenzó a jugar con sus tirabuzones negros. Sus enormes ojos verdes seguían felinos los movimientos de sus clientes, siempre solicita a cualquier petición que pudiese producirse. Antonio no quería beber. Había algo en aquel local que no acababa de gustarle. Acabó de explotar cuando todos comenzaron a mofarse de él: -¡Basta!.¡Estoy harto de vosotros!.¡Estáis borrachos como cubas!. Me habéis manchado la tapiceria, me habéis hecho dar más vueltas que una peonza y total ¿para qué?. ¡Valientes amigos que tengo yo!.
Una mirada desaprobadora de Angeline: -Mais non, monsieur!. Est-ce que le liqueur n´est pas bon?. -¡Perdone señora o señorita!. Pero no le entiendo nada, no hablo en francés. -Mil disculpas. Yo quiego decig si el licog no es bueno si quiegue alguna otra cosas. -No, muchas gracias. Ha sido usted muy amable, prepáreme la cuenta, por favor. Tenemos prisa. Todos se volvieron a mirarle. Pero:¿Es que te has vuelto majareta?¿O qué?.¡No serás capaz de dejarnos aquí!. ¡Es sólo una copa! Y además te has ofrecido a pagárnosla. ¡Anda! No te hagas el ronchas! ¡Sólo la última!. -¡Haced lo que os plazca!. Por mi que os zurzan a todos, os dejaré vuestras consumiciones pagadas y yo me vuelvo al coche. Acudió a la barra a saldar su deuda y después se encaminó hacia la puerta forcejeando con ella pero no conseguí abrirla. Presta, Angeline, se dispuso a ayudarle y le despidió con una cálida sonrisa y unas incomprensibles palabras que sonaban muy bien en su boca pero que carecían de todo significado para él. Allí estaba, solo frente al mar, con la brisa azotando su rostro. Entró en el coche y encendió la radio. Estuvo como una hora recostado escuchando música hasta que quedó plácidamente dormido. Pero el maullido de un gato en celo le despertó. Se desperezó y miró el reloj. Habían transcurrido casi dos horas. Ni un alma en la calle.. Esperaré media hora más, se dijo. Sólo media hora y si no salen que les zurzan. Intentó concentrarse en un crucigrama que había dejado a medio hacer. Fumó casi una cajetilla. Pero nada... Del local no había salido nadie aún. ¡Bueno!.¡Ya está bien!, dijo golpeando el claxón. ¡A ver si con esto se espabilan un poco!. Otra vez el silencio... Airado, cerró con violencia la puerta y dirigió sus pasos hacia el mesón. La puerta estaba cerrada a cal y canto tal y como él la habia visto cuando cerró. Golpeó varias veces pero nadie salió a abrirle. Su curiosidad le llevó entonces a bordear el edificio en busca de alguna ventana, alguna entrada trasera ya que la principal no daba muestras de querer abrirse. Lo que se encontró al bordear el edificio le llenó de inquietud y un terror incontrolable. No lo había visto. No había visto lo que había detrás de la casa. Era... Una ráfaga de aire gélido le cortó el aliento. Comenzó a sentir sus piernas flaquear y se derrumbó como un pesado fardo golpeándose la nariz con algo parecido a...... UNA LÁPIDA. Allí en el suelo, con la nariz sangrante, vio la sombra alargada de un hombre que cargaba unos bultos oscuros en una carretilla. Y una mujer de cabellos acaracolados, sonreía sosteniendo una pala, ante lo que parecía ser una fosa, en la que la tierra había sido removida para recibir a quienes habían bebido la última copa.
Los días en un hotel semi abandonado resultan interminables, por no decir infinitos. Hacía meses que trabajábamos sin descanso aún sin saber si cobraríamos nuestro sueldo. Se trataba de un viejo hotel que hacía tiempo había albergado un asilo de ancianos y que ahora, en tiempos de la crisis se volvía aún más decrépito como los antiguos inquilinos que allí habían morado. Las instalaciones eran viejas, cuando llovía podíamos escuchar el ruído de la lluvia al caer por las cañerías rotas. Las paredes estaban desconchadas y sucias y la vajilla que en otro tiempo fue hermosa, estaba rota en algunas partes así como la cristalería que se había vuelto opaca de tanto lavarla en el lavavajillas. Trabajamos sin descanso Andrea, un chica rubia y corpulenta con una obsesión enorme por la limpieza, aún sabiendo que ya hacía mucho tiempo que nadie venía a alquilar las habitaciones del hotel. Ella y yo, Rosely, me llamo, nos encargábamos de que las habitaciones estuviesen pulcras, mientras que Raúl, se encargaba de la cocina, y Pedro, era el encargado del mantenimiento y la limpieza de la piscina. Raúl era colombiano. Como digo se encargaba de la cocina, era nuestro cocinero oficial del hotel quien debía preparar suculentos platos para los clientes y que sin embargo, dada, la inexistencia de estos cocinaba para nosotros. Como digo, eramos unos buenos trabajadores, con la misión de mantener aquel hotel en buenas condiciones aún sabiendo que los verdaderos dueños habían desaparecido del país, sin pagarnos nuestro sueldo. Nosotros en el fondo, soñábamos con que aquel hotel sería nuestro con el tiempo, no nos pagaban pero al fin y al cabo estábamos mucho mejor allí que en nuestras casas, limpiando, cocinando, durmiendo, mientras algunos esperábamos la regularizacion de nuestros papeles de extranjería y otros deseábamos fervientemente que de algún modo se reconociese y se nos pagase por nuestro trabajo. Fue una noche de invierno. El hotel se hallaba suspendido sobre una loma. Era una imponente casona colonial, poblada de largos, oscuros y fríos pasillos, llenos de recovecos y de habitaciones misteriosas donde el teléfono sonaba misteriosamente a altas horas de la noche y donde la reja metálica que servía de apertura a los coches recién llegados aveces, se abría sola sin que nadie la accionase. Raúl el colombiano nos había dicho que cogería el coche para ir a la ciudad. Era su día libre y había quedado con unos compatriotas para celebrar que uno de ellos sería padre. Así pues sólo estábamos Andrea, Pedro y yo. A mitad de la noche la puerta de mi habitación se abrió con un golpe seco dejando pasar la luz del pasillo encendida, una luz que yo creía haber apagado antes de irme a dormir. Bostezé y medio dormida miré el umbral. A través de la puerta se dibujaba la figura de Andrea, no le veía bien el rostro pero sabía que era ella por que tenía un cabello largo, rubio y encrespado, muy parecido, y llevaba un camisón blanco y largo como el que ella solía utilizar. Me dijo: -No esperes a Raúl, porque no vendrá esta noche ni nunca. En la autopista ha sufrido un accidente y su coche ha volcado. Inmediatamente di un salto en la cama y pregunté presa del terror. -¿Andrea eres tú?. Pero nadie me contestó. Salí al pasillo y miré hacia ambos lados, se extendía un largo corredor de paredes abombadas por la humedad lleno de cuadros antiguos de los mejores momentos del hotel, cuando lucía en su máximo explendor. Pero allí no había nadie. Todas las habitaciones estaban cerradas con llave y sabía que Andrea no podía estar allí pues dormía en el último piso. Pensé que era una broma de la chica y continué dormiendo. A la mañana siguiente, hablé con Pedro, el encargado de mantenimiento y me dijo que nada sabía de Raúl, ni tampoco de Andrea, y que creía haberle oído durante la centa que se apuntaría a la fiesta del colombiano, así que ambos habían partido esa noche en el mismo coche. Más tarde nos llegó la noticia. Raúl y Andrea habían perecido en el mismo accidente de coche. Sin embargo, aveces tengo la sensación de que la chica que se asomó a darme aquella noche la trágica noticia no era mi amiga. Se parecía en ella en cuanto a su corpulencia y su pelo pero su voz no era la misma y no era posible que fuese ningun inquilino del hotel porque salvo nosotros cuatro allí no había absolutamente nadie.
Aveces tengo la impresión de que esa noche hablé con un fantasma.
Nunca más he vuelto a trabajar en ese hotel y todavía es el día de hoy que recordando aquella mujer en la penumbra de aquel pasillo siento escalofríos.
¿Sida?. se preguntó Margot. Asombrada pero inexplicablemente tranquila. Sabía que no había motivo para alarmarse. Sí, la situación no era para menos, sí, pero todos los días la medicina avanza, se descubren nuevos fármacos, todo es cuestión de tiempo. ¿Tiempo? ¿Y a quien le importa el tiempo? ¿Quién tiene tiempo?¿Ese hombre que pasa leyendo el periódico?¿Esa mujer que saca de una bolsa de plástico un bocadillo grasiento mientras mira como se columpian sus hijos? ¡Y un carajo el tiempo! ¡El tiempo es para los otros! ¡Para ella no!. Era primavera, hacía un día explendido, a sus oidos llegaba el ruído del viento ululando entre las copas de los árboles, el griterío de los niños, una bocina lejana. La palabra maldita, había brotado sin querer a la salida del ambulatorio,entre la realidad y el sueño: "Como una flor que expira" ¿Quién dijo eso?. Parece poesía. Poesía ¿No?. Sida. Deslizó una mano en su bolsillo y palpó algo, era el resultado del análisis de sangre, VIH positivo, decía. Recordó que ni siquiera lo había guardado en el bolso, había salido atropelladamente de la consulta, ciega,completamente ciega, sin ver el semáforo que estaba en rojo. Con las yemas de los dedos, rozó sus bordes, e inmediatamente las retiró como si el papel quemase. Entonces, cerró los ojos, sentada en aquel banco del parque y recordó sin saber porqué a Luismi, aquel muchacho seropositivo del instituo, el de los ojos saltones, el que siempre estaba triste y al que todos temían acercarse porque tenía ¿sida? Incluso ella había sentido un cierto recelo, a saber como habría contraido la enfermedad. ¡Ironias del destino!. Quién iba a decirle a ella que una simple operación sería suficiente para que le inyectasen la maldita sangre enferma. No había abierto más que un poco los ojos, cuando se dió cuenta que el parque había quedado muy atrás. La puerta de la habitación estaba entreabierta, había un insoportable olor a lejía y borrosamente vio pasar siluetas con batas blancas deambulando de un lado a otro. ¿Quién está ahí?. Miró y se encontró con los ojos de Luismi. Luismi, el paliducho. Sí, el que apenas levantaba los ojos cuando le hablabas. Su extraño amigo Luismi, allí contemplándola. Mudo. El chico sonrió dulcemente y bajó los ojos, como solía hacer. Ella pensó: Me estoy muriendo. ¿Muriendo?¡Tonterías!. Sin duda lo soñé. ¿Que es imposible? ¿Eh?.¡Por que tú lo digas!. Yo estoy sana ¿me oyes?. Yo no tengo eso. ¡No!.¡No digas la palabra!. Estaba mareada, mareada como después de conducir durante todas las noches viendo pasar las luces vertiginosas. ¿Era de noche?¿Había amanecido?. ¡No! ¡No quiero cerrar los ojos!. ¡No dejes que me duerma!. ¡Es muy importante que esté despierta!. La discusión de dos viejos en la sala de espera: -¿Y dice usted que tenga fe?¿Que crea en Dios?¡Pues demuéstremelo!. ¡Haga que aparezca Dios y yo le creeré!. Porque tengo cancer ¿Sabe?. Me estoy muriendo y sinceramente no creo que ni Dios ni sus malditos ángeles vengan a salvarme. Paredes blancas, asépticas, olor a desinfectante, demasiado desinfectante, timbres que no dejan de sonar, carreras por los pasillos. -Enfermera, a mi mujer se le ha acabado el gotero. -Siento tener que comunicarselo, su hijo ha entrado en la fase terminal... -¡Doctor Galavez!. Es preciso que acuda a la 243, los familiares quieren hablar con usted.
¿Dónde está la maldita enfermera?. ¡Dame morfina!. Dame lo que sea, pero que me duerma, que me calme este dolor infame. ¿Para que seguir viviendo en estas condiciones? ¿Dime? ¡Quieta! ¡Tranquila!. Yo estoy a tu lado. Sé que estás muy cansada, pero ya queda poco. Yo estoy a tu lado. Imáginate que vamos hacia un gran lago, el más hermoso lago que has visto en tu vida. Yo te doy la mano. Yo te ayudo a cruzarlo. Sintió su voz susurrante y la dulzura con que él retiraba el sudor de su frente. Luismi la miraba, casi con afecto. ¿Cuántos años tendría exactamente? ¿Diecisiete? ¿Diecinueve? Aún no había desarrollado la enfermedad, se cuidaba bien, comía bien, nada de stress, mucho deporte. Mira!. Le dijo él. Hace un día precioso, te ayudaré a llegar a la ventana. Margot, miró. Pasaban los coches, pasaban las gentes, también una madre con un niño que volteó la cabeza para decirle adiós. ¿A quién decía adiós?. Tal vez se lo decía a ella o a los muchos que se quedan mirando tras una ventana como la vida fluye, como nada se detiene. ¡Llévame a la cama!. Le dijo. ¡No quiero ver la luz, no quiero ver la gente!. Luismi se despidió prometiendo volver al día siguiente. La puerta volvió a abrirse y el ser al que más amaba estaba frente a ella, con una mirada culpable y una distancia que dolía. ¡Oye!. Dijo Carlos tragando saliva. Dime:¿Que tal te encuentras hoy? Margot, cerró los ojos, pensó en el parque, en la bocina lejana, en Luismi, en el adiós inocente de un niño. Luego carraspeó y por fin empezó: Me muero, supongo que ya lo sabes...
Se despertó con un sobresalto y un grito ahogado. Un sudor frío recorrió su cuerpo, miró a su alrededor, todavía era de noche y pasaron unos segundos hasta que se acostumbró a la penumbra. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo. Respiró profundamente y se tranquilizó. Otra vez la misma pesadilla – pensó; la oscuridad envolvente la ahogaba poco a poco y le robaba sus último aliento.
Se incorporó en la cama ya totalmente despierta, había dormido apenas dos horas como todas las noches. Se levantó y se dirigió a su escritorio a tientas, encendió la lámpara de pie que iluminaba tenuemente la estancia.
Se sentía segura en ese cálido rincón, era completamente suyo, había logrado esa conjunción entre la elegancia y comodidad del hogar. Se dejó caer en su sillón favorito. Se encontraba exhausta, eran demasiadas emociones. Dos lágrimas rodaron por su rostro y cayeron al suelo, nadie las recogió. Ya no había nadie que recogiera sus lágrimas, se había quedado sola. Sola para siempre. Dándose cuenta de ello, se incorporó bruscamente, nerviosa, como si el asiento le quemara bajo el camisón de seda, y recorrió la casa a oscuras.
En todas las habitaciones sintió la presencia de su marido, reinaba la austeridad y la frialdad con que solía decorar la casa, la vida y su relación con ella. Ella había logrado salvar de esa frialdad algunos rincones del ático. Se dirigió a su pequeño estudio y encendió la luz.
Había conseguido una pequeña habitación de la casa para trabajar sus dibujos, desde donde se veía gran parte de la ciudad. El cuarto era un caos de rollos de papel; botes con miles de lápices de todos los tamaños, rotuladores de colores, pinceles, pintura se disponían en una alacena antigua de madera. Las paredes apenas se veían, pues colgados con chinchetas estaban dispuestos desordenadamente sus hermoso dibujo.
Una gran mesa de dibujo inclinada estaba situada al lado del ventanal, se veía sobre ella un dibujo de la urbe sin acabar. Se sentó en el taburete y tomó un lápiz. Observó atentamente su obra y se adentró tanto en ella que su mirada se perdió entre los tejados, y llegó hasta las calles desiertas y grises, paseó por allí un rato y le vio. Allí estaba, a unos metros de donde ella se encontraba, con su traje oscuro, era su preferido. Él pareció no verla, pero sonrió y comenzó a caminar lentamente, la bruma le envolvió y desapareció. Otra vez. Para siempre.
Él ya sólo existía en su imaginación, pero todo era cada vez más lejano.
Su mente no podía dejar de pensar y sintió la necesidad de plasmarlo. Se puso a escribir en la hoja de papel a medio dibujar, y las palabras y frases surgieron de la punta de su mina rápidas, claras.
"Cuando me quedo a solas con mi mar oscuro no puedo escapar de la inmensa soledad, la llanura me invade, el desierto con su arena fina me aprisiona, me ahoga y mi alma se queda a oscuras.
Una tristeza enorme me embarga y me envuelve y crece.
La planicie árida y gélida en la cual reside mi alma es insoportable para mi conciencia. Me quedo en un letargo del que es difícil salir, no hay nadie a quien recurrir. La imaginación ya no vuela. Es la muerte, hay que salir de ella, resucitar.
No me quedan más que lágrimas amargas y gran tristeza. ¿Ya no amo? ¿Qué pretendo con mis torpes palabras?
Intento sacar lo que llevo dentro, el papel es el único oyente, atento,interesado, comprensivo. Es fácil compadecerse ante una hoja en blanco.
Sólo dos ojos son testigos, pronto se cierran. Debo seguir."
El texto quedaba inclinado con respecto al dibujo, con letra grande y clara en lápiz, parecía un poema sobre una ciudad a medio construir.
Sonrió. Por primera vez en muchos meses. De pronto se dio cuenta de que empezaba a clarear y los albores de la mañana iluminaban suavemente la ciudad aún dormida. Pronto el bullicio de la gente y de los coches resonaría hasta su ventana.
Ésta era su hora preferida, los colores pastel de la mañana iluminaban los tejados, que se difuminaban en la bruma gris de la contaminación. Era el perfecto paisaje urbano.
Se sentía joven, viva y bella, pero tenía todavía mucho camino por recorrer hasta llenar ese gran hueco que había en su corazón. Sin embargo se sintió optimista. Se levantó y se estiró como un gato, se vistió y se dispuso a recorrer las calles que pintó.
Erró por ellas largo tiempo deteniéndose de vez en cuando en aquella ciudad de carboncillo y papel.
En mi sueño, navegábamos en una balsa de juncos. Era de noche, había buena luna.
De pronto se hizo el silencio ante un extraño zumbido.
-Es una serpiente gigante.-Gritó Truébano.-Lo sé por la espuma que despide.
Antes que pudiese terminar la frase se produjo el impacto.
Ese sueño, se repetía casi todas las noches y yo evitaba cerrar los ojos pues temía volver a la pesadilla.
NAVELGAS
Fue en aquel tiempo cuando Negueira: La reina Oscura, instauró su imperio de terror en la Tierra Interior. Entonces, sucedería algo que cambiaría el rumbo de la historia.
En silencio aguardábamos la llegada del mensajero.
Cuando el sol comenzó a declinar, le vimos aparecer cojeando tras una duna. Tenía la estatura de un niño pequeño y cargaba al hombro un hatillo harapiento.
El extranjero se detuvo ante nosotros y sin decir palabra alguna nos tendió la carta. Venía ésta firmada por el Mago Latores y en ella se nos hablaba de un extraño país: “ El país de la gente menuda”, lugar al que debíamos dirigirnos en busca del objeto mágico con que derrocar a Negueira e instaurar la paz en los clanes. El citado objeto, estaba en poder de un ser vulgarmente conocido como “El Sagrado” al que nadie había visto nunca.
El hombrecillo nos miraba ahora con ojos expectantes. Tenía la tez oscura, un rostro de rasgos aniñados y su piel se parecía a un pergamino viejo. Rostro extraño en el que destacaba una nariz descomunal. Vestía a la manera de los trasgos y sin embargo, no lo era.
-Supongo que tú eres nuestro guía.- Quise saber.- ¿cómo te llamas?
-Navelgas.
-Navelgas.- Repetí con suavidad.- ¿Por donde empezamos a buscar?.
-Es fácil.- Sonrió el pícaro.- Yo vengo de allí. En mi país, corren bulos sobre un ser muy sabio. Incluso para nosotros los Elementales es un misterio. No sabemos dónde vive ni cual es su verdadero nombre. Pero lo que sí sabemos es que no es ninguna quimera.
-Soy Alesga, sacerdotisa del Oráculo eterno.-Me presenté.-Y estos que ves aquí son Vidayán y Truébano. Espero que entre todos lo consigamos.
-Eso se verá.-Se encogió de hombros.
Sin querer pensé en el Oráculo Eterno. Mi infancia había transcurrido en aquel bastión amurallado donde me inicié por vez primera en las Artes Mágicas.
Desde mi torreón, veía las montañas Azules y los verdes pastos.
Me habían enseñado a no menospreciar la magia. La Magia, como decía mi instructora radica en el interior de nosotros y no existe técnica capaz de igualarla.
Pero los años pasaban y un día descubrí que estaba preparada. Entonces mi instructora me devolvió mis pertenencias y señaló la puerta.
-¿Dónde están mis libros?. ¿Qué haré sin mis talismanes?.- Demandé indecisa.
-No los necesitas.- Sonrió con dulzura.- El verdadero aprendizaje comienza ahora. ¡Recuerda la Magia está en ti!.
Quise responder algo entonces, pero me limité a asentir. Escuché como se cerraba la puerta a mis espaldas y me marché por el camino sin volver la vista atrás la mirada.
Aquella sería la última vez que las vería con vida. La guerra sólo dejó ruinas y campos sembrados de cadáveres.
Tan sólo las Montañas Azules permanecieron inmunes al horror.
La voz chillona de Navelgas me devolvió a la realidad. Eso, me recordó que debíamos regresar al campamento.
A pesar de su cojera se movía con una agilidad pasmosa. Pero fue a través de la noche cuando le fui conociendo mejor. Su punto débil era su sombrero, que como nos explicó, era su medio de transporte mágico, imprescindible para hacerse visible o invisible ante los humanos e ideal para localizar tesoros ocultos
Al despuntar los primeros rayos del sol, ensillamos los caballos y nos pusimos en marcha. Antes de partir los gaiteros nos deleitaron con una melodía triste de esas que te encogen el corazón. El pueblo entero se deshizo en muestras de afecto y frases esperanzadoras. Pero: ¿Volveríamos algún día?
Había comenzado a llover de forma copiosa. Lejos quedaban las cabañas de Limes con sus banderas rojas ondeando al viento.
Nuestros caballos enfilaban ahora caminos serpenteantes a través de gargantas y desfiladeros escarpados. A pesar del vértigo contemplamos fascinados el bello paisaje que se abría ante nosotros. Allí estaba la increíble e inconmensurable Madre Naturaleza que hacía brotar flores en los riscos más inaccesibles. Bajo la vegetación exuberante, fluía el agua limpia de multitud de arroyos, producto del deshielo. Pero a medida que descendíamos el terreno se volvía menos abrupto y la pendiente se iba suavizando.
Acabamos cerca de un río de poco caudal. Allí donde este se ensanchaba, apreciamos que la corriente era más bien lenta y de agua turbia.
-¡Bajemos aquí!.- Ordenó excitado Navelgas.
-¿A donde va el enano, Alesga?.- Protestó Vidayán enfurruñado.
-No tengo la menor idea.- Pensé en voz alta.
Nos dispusimos a seguirle en su precipitada carrera. Navelgas señaló la hierba y dijo entonces:
-¡Han estado aquí!.
-¿A quien te refieres?.- Preguntamos todos al unísono.
-¿A quien voy a referirme?. ¡Ah claro!. Olvidaba que sois humanos y que la mayoría de vosotros no podéis verlas. ¿Veis estas pisadas diminutas en círculo?. Pues esto es un anillo de silfo y quiere decir que las hadas han estado bailando aquí hace poco.
Se agachó para examinar algo y salió triunfante con una seta entre unos arbustos.
-¿qué es eso?.- Preguntó Truébano.
-Una amanita muscaria.- Le dije.- Una seta muy venenosa. Sin embargo, en pequeñas dosis puede producir efectos alucinógenos.
-¡ah!. ¡No!.- replicó Vidayán.-Si ese estúpido piensa que yo voy a tragarme esa cosa...
-¡No digas tonterías!.- Farfulló el enano.- ¿Y Cómo si no vas a entrar en la Tierra de la Gente menuda?.
TIEMPOS DE ABUNDANCIA.
De pronto, perdí toda percepción de la realidad. Los colores cobraron viveza a mí alrededor a medida que caía por un túnel en forma de espiral. Las luces desfilaban formando arabescos a la vez que mi cuerpo caía cada vez más y más abajo. Me tranquilicé pensando que solo eran los efectos de la seta porque podía sentir la tibieza de nuestras manos sosteniéndonos e impidiéndonos caer en el abismo.
Cuando abrí los ojos me encontraba nuevamente en el bosque pero ya no era el mismo. Vidayán se tocaba aturdido la cabeza y Truébano yacía aletargado en la rivera del río.
-¿Dónde estamos?.-
-Es un brugh.- recorrió maravillado el lugar con los ojos y exclamó.-¡Bienvenidos a mi país, el país de la gente menuda!.
Estábamos en un bosque sí, pero en que no era el mismo. Los árboles frondosos filtraban una luz pálida y mortecina. Los había de todas clases: acebos, cerezos, encinas, cipreses...
Fue en un roble milenario donde la oímos llorar. Su llanto sonó al principio como el de una niña desvalida. Apoyada en el roble, una mujer menuda vestida con telas de araña ayudaba a otra que se hallaba en cuclillas.
-¿Qué le está haciendo?.- Preguntó Vidayán con ojos inocentes.
-¡Tú sí que eres torpe!.- Protestó Navelgas.- Mucho músculo pero al final, un cerebro de mosquito. ¿Ah? ¿Pero no ves que es una comadrona?
La que estaba en cuclillas lloraba sin consuelo. Mientras, la comadrona, la calmaba con palabras dulces. Me dispuse a ayudarlas pero la que ayudaba en el parto declinó mi ofrecimiento y me indicó que si en verdad quería ser útil le acercase una No Duelas Más.
-¿No duelas que... ?.-Repetí atónita.
Señaló entonces una flor azulada que crecía al borde del camino. Cuando se la tendí, ella la tomó entre sus manos diminutas e hizo que la otra mujer masticase sus pétalos.
La mujer en cuclillas comenzó a sentir los efectos analgésicos de la flor. Con gran sorpresa por nuestra parte, vimos aparecer la cabeza de un diminuto ser entre sus piernas que una vez vio la luz aleteó torpemente sobre nuestras cabezas.
Endriga como así se presentó la comadrona, contempló alborozada el vuelo del pequeño que había ayudado a traer al mundo.
Tenía la sonrisa de una niña. Observé que no tenía alas como la mujer a la que había asistido. Endriga en realidad, no las necesitaba. Las alas en las hadas, como me explicó después, son órganos inútiles, algunas nacen con ellas y otras no, pero todas tienen el don de volar.
No se sabe de donde surgieron mil golondrinas. Volaban en formación de V y Endriga que conocía su lenguaje me traducía lo que decían pausadamente.
-Me cuentan que es imposible regresar al lugar en que nacieron.
-¿Y eso por que?
-¡Bueno!. ¡Es lo que siempre sucede!. En vuestro mundo los hombres talan los árboles y cada vez queda menos espacio para las golondrinas. ¿Te haces una ligera idea de lo que eso significa?.
Hice un gesto afirmativo y pregunté:
-Dime: ¿Y es cierto lo que cuentan de vuestras ciudades?.
Hizo un mohín de disgusto y se posó en mi hombro.
-¡Que bah!. Pero si cada uno cuenta la historia como le parece. En realidad cada persona percibe de un modo distinto nuestras ciudades. ¿Te gustaría ver una de ellas?.
Y así fue como conocí su ciudad. Su brillo nos cegó de repente. Era la suya, una ciudad completamente construida de oro. Las fachadas lucían enrejados de filigrana tan fino que sin duda no habían sido construidas por seres humanos. Enclavada en el corazón del bosque la recorría un río tranquilo.
La más hermosa música de flautas invadió el ambiente. Ellas y ellos, giraron a nuestro alrededor como luces tornasoladas. Subían, bajaban, se sentaban en las piedras para observarnos. Todos ellos, cantaban himnos que no acertábamos a comprender pero que no debían de hablar de otra cosa que no fuese belleza, sentimiento, bondad...
Las gentes eran como nosotros o sería más exacto decir que nos imitaban. Los había de todas las edades y clases sociales y también había perros y gatos diminutos. Algunos personajillos pasaban a nuestro lado esgrimiendo papeles en las manos y comentando lo atareados que estaban. Otros se emborrachaban y miraban su brújula estropeada. Algunos, los más osados, se batían en unos duelos en los que no moría nadie.
Los más jugaban. Jugaban a ser reyes con sus vestidos rimbombantes haciendo ostentación de todo su oropel, complacidos ante halagos y reverencias. Los había también que dormían en cualquier sitio: una hoja, un gusano, porque sin duda, eran perezosos y cualquier lugar les sentaba de maravilla. No podían faltar tampoco aquellos que soñaban al mundo o el mundo les soñaba a ellos y para demostrar que así era lanzaban discursos enardecidos a unos cuantos sufridores.
Flotábamos ahora sobre baldosas de colores interrumpidas por tramos de hierba. En las intrincadas callejuelas, una vieja hilandera afilaba su rueca, un alfarero daba el último acabado a un ánfora y una diminuta vendedora de verduras regateaba con un cliente exigente.
Y nosotros bailemos alrededor de la hoguera hasta que el sonido de las flautas se fue apagando gradualmente...
Pero no todo fue entusiasmo...
Al amanecer, Endriga nos despertó a trompicones. Nos frotamos los ojos y medio dormidos, contemplemos el paso de un cortejo fúnebre. Cargaban en sus hombros el cuerpo de una muchacha diminuta con el cuerpo cubierto de hojas. La cascada de su cabello relucía como el sol y en su rostro se dibujaba una débil sonrisa.
Endriga se llevó un dedo a la boca en señal de silencio y nos contó que la muchacha iba al encuentro de su alma grupal.
Nunca imaginé que las hadas pudiesen morir, al contrario, siempre pensé que serían eternas. Como después supe, las hadas son muy similares a los mortales: Nacen y mueren como ellos, son felices si se las cuida, pero si alguien las olvida acaban muriendo de tristeza.
Aquella que Endriga me presentaba había caído en desgracia. Sus días habían terminado porque, según me informó, había sido pertenencia de un niño que al hacerse mayor, se olvidó de soñar.
Ahora retornaba a su alma grupal: El agua donde había nacido en espera que alguien la rescatase. Aquello era peor que la muerte y sin embargo, sonreía...
-Para ella.- Susurró Endriga.- Es un proceso más, un alto en el camino. No deja de existir totalmente sino que se transforma en otra cosa. ¿Lo ves Alesga?.
Vi como la arrastraban al río un grupo de hermosos mancebos. Luego, el que parecía ser el maestro de ceremonias, tomó en sus manos una antorcha y prendió fuego a la balsa que se perdió en la lejanía envuelta en las llamas.
Inexplicablemente todo el lugar quedó impregnado con un delicado aroma de rosas.
Aquella noche, soñé que volaba junto a Endriga por encima de árboles y nubes. La noche estaba cuajada de estrellas. Mi amiga, abrió las manos dejando escapar de ellas un arco iris de gotas de lluvia.
Bajamos allí donde la corriente del río es más peligrosa y al oírla de nuevo, pensé que era el viento repitiendo lo que sólo estaba en mi mente.
-¡Tengo que darte una cosa!.- Me dijo.
Le expliqué que volaba demasiado deprisa y que a pesar de la magia yo no podía alcanzarla. Ella soltó una risita burlona y aguardó mi llegada en una roca.
Endriga sacó un pequeño envoltorio y lo depositó en mi mano. Al preguntarle que era, desenvolvió el paquete con sumo cuidado y pude ver que en su interior relucía una barra dorada de textura similar a la resina.
-No puedo dárselo a nadie más.- Se lamentó.- dicen que con esta cosa puedes conseguir que regrese un ser querido pero que con los muertos no sirve. Me gustaría que alguien lo emplease en la dimensión en que vives para traerme de vuelta pero yo, hace años que he muerto y no tengo a nadie que me recuerde.
-Si quieres- Le dije.- Yo lo utilizaré para que vuelvas...
-¡No!.- Suplicó.- Puede que lo necesites en tu viaje. Sobre el sagrado, ese ser al que andáis buscando, tan sólo sé que vive en soledad y que rehuye a las gentes. Puede que se trate de ese ermitaño llamado Nievares que vive en el desierto blanco, aunque no parece de fiar, y no estoy muy segura.
-Me temo que entonces esto es una despedida.
-Me temo que sí.-exclamó.
El ruido de unas pisadas me devolvió a la realidad.
Endriga había desaparecido y en mi mano aún aferraba el oro de las hadas.
Pero no había despertado. El efecto de la seta continuaba y todos excepto Navelgas, estábamos en una tierra hostil, como en un sueño dentro de otro sabiendo que nuestros días estaban contados y que moriríamos antes de alcanzar la cumbre.
Ahora, cabalgábamos sin rumbo fijo a través de una tundra helada con la vana esperanza de hallar el rastro del ermitaño, Nievares, al que se había referido Endriga.
Cuando más desfallecidos andábamos, se unió al grupo un nuevo miembro. Se trataba de Argolibio, un simpático nomo que vagaba perdido al igual que nosotros......
Argolibio intentó ganarse nuestra amistad compartiendo los pocos víveres que tenía y mostrando orgulloso las armas y joyas que había fabricado con los metales extraídos de la mina. Orfebre y minero de profesión, había dejado en su pueblo a una mujer dulce y buena que le había dado mucha descendencia y a la que había dejado por buscarse a sí mismo.
Al principio, fue acogido de buen grado. Llevábamos varios días sin ver a nadie pero cuando los víveres comenzaron a escasear, cundió el desánimo y su presencia resultó ser una carga molesta.
Al cabo de unos días, todos comenzaron a odiarle hasta el punto que Vidayán y yo debíamos montar guardia para evitar que los otros intentasen matarlo.
A veces en las frías noches, montado en su pony, buscaba un rincón apartado para tocar su violín. Luego regresaba al grupo con su eterna sonrisa jovial y entonces le decía a Vidayán, su único amigo:
-¡Ven aquí fortachón y dame un trago de tu cantimplora!.
Galopaban juntos ligeramente separados del grupo y hablaban de sus pueblos, sus respectivas esposas e hijos. Y entre frase y frase dejaban escapar largos suspiros.
Al cabo de unas semanas, la situación empeoró y todos, hasta los más optimistas, comenzamos a tener grandes dudas sobre la existencia de Nievares. Los caballos hundían sus pezuñas en una capa de nieve de grueso espesor que dificultaba la marcha. Habíamos perdido dos de ellos y ahora, debíamos turnarnos para continuar a pie, avanzando muy despacio ya que en algunos de nosotros habían aparecido los primeros síntomas de congelación.
Vidayán a estas alturas estaba muy mal...
Argolibio, el pequeño nomo, cuidaba de su amigo como un animal cuida a su cría. Pero Vidayán a pesar de todas las atenciones se moría...
-¡Seguid vosotros sin mí!.- Suplicó dejándose caer al suelo.- Estoy muy cansado. Soy muy lento y no hago más que entorpeceros. ¡Seguid adelante que ya os alcanzaré!.
-¡Ni hablar!..- Protestó el nomo.- Lo dices porque crees que eres una carga pero tú eres mi único amigo aquí y los amigos van juntos siempre.
-Esta vez no Argolibio.- Dijo Vidayán con lágrimas en los ojos.
Truébano y yo quedamos en silencio contemplando sus manos. Las tenía como el rostro, azules, rígidas y llenas de ampollas. No las sentía, en cambio sí decía notar un fuerte dolor en las piernas. Al retirar los vendajes, comprobamos el olor fétido y el mal aspecto de las llagas. El torniquete había resultado inútil.
-¡No!. ¡No puede ser!. –Gritó Argolibio horrorizado.- ¡Mirad!. ¡Tiene gangrena!.
Truébano, el guerrero, habituado como estaba a ver la muerte tan de cerca parecía no encajar el golpe. Me culpaba de no utilizar mi magia y de no haber hecho lo suficiente por salvar su vida.
Le dije que lo había intentado todo y repliqué que solo era una maga, no una bruja.. Aveces ni siquiera la magia puede contra la poderosa Muerte. Entonces Vidayán comenzó a maldecir. Amenazó con asesinar con las pocas fuerzas que le quedaban al primero que intentase auxiliarle o mostrase el más leve signo de lástima.
Ninguno de nuestros argumentos fueron suficientes para convencerle de que no era una carga.
Aquella fría mañana, muertos de dolor, le abandonamos a su suerte en el desierto blanco. Se llamaba Vidayán, era el más noble y valiente guerrero que jamás he conocido. Murió sin sepultura, como tantos heroes, sin honores pero en el vivo recuerdo de aquellos que le amaron.
Días después, apareció la primera pisada, prueba inequívoca de que Nievares existía. Las huellas gigantescas fueron aumentando en número, desapareciendo en algunos tramos, como si alguien se esforzase en borrarlas y reapareciendo a escasos metros. Indicaban la presencia de un homínido de gran estatura y peso descomunal. Por la enorme presión ejercida dedujimos que caminaría en posición erguida apoyado en sus talones.
No fue difícil encontrar la gruta porque todas las pisadas conducían allí. Así que permanecimos a la espera sin atrevernos siquiera a respirar.
Un homínido de pelaje blanco y espeso, apareció en pie sobre la gruta.
Navelgas y Argolibio corrieron asustados y Truébano desenfundó su espada y se puso en guardia.
La bestia corrió a nuestro encuentro con un aullido tan desgarrador que incluso el valiente guerrero se hizo a un lado sobrecogido.
Aquel ser que podría despedazarnos de un solo zarpazo se detuvo en seco.
-¿Quiénes sois?.- Bramó
-Las hadas.- Tartamudeó Navelgas.
-¿Qué pasa con ellas?
-Las hadas nos hablaron de ti.- Tartamudeó Navelgas.- Dicen que tal vez seas tú el sagrado.
-Yo solo soy el ermitaño, el guardián de las puertas del mundo subterráneo. ¿Y porque había de ser yo el que buscáis?. Si quisiera os comería ahora mismo. Hace muchos días que no me alimento.
Ante estas palabras el imprevisible Argolibio abandonó su seguro refugio y le plantó cara. Los golpes que le daba el pequeñín no parecían afectar a Nievares que lo cogió con su enorme mano y le izó ante sus ojos.
-¡curioso!.- Exclamó el homínido moviéndolo de izquierda a derecha para verlo mejor. Luego, perdido el interés lo depositó en el suelo y preguntó con voz cansina:
-¿Y Por qué razón buscáis al sagrado?.¡ Bueno, mejor no me lo digáis que prefiero no saberlo!.
Nievares se alejó corriendo hacia la peña en que le vimos posado por vez primera. Se quedó allí parado durante largo tiempo sonriendo de un modo maléfico. Luego, hizo un gesto que parecía un adiós y tal y como había aparecido, se esfumó...
RETORNO DE UN FANTASMA.
Estábamos ante la gruta cuando nos sobresaltaron unos ruidos intermitentes. Aquellos golpes secos parecían brotar de las mismas entrañas de la tierra.
-¡Allí!.- Señaló Argolibio.- ¿habéis visto eso?
Al parecer, en la oscuridad, creyó ver una cara diminuta. Cuando se había girado para comprobar que no soñaba, el propietario de esta había echado a correr gimiendo como un alma en pena.
Navelgas rió a carcajadas ante el miedo de Argolibio
-¡Caramba pequeñín!. Dijo sin parar de reír.- ¡No te asustes por eso!.-.- Has debido ver a un Doira, uno de esos ayudantes de los Maestros Golpeadores.
Recogió del suelo su hatillo, su candil y su pala y seguimos su gordo trasero hacia el interior de la cueva. Era mucho más profunda de lo que habíamos adivinado y con un terreno muy resbaladizo.
El doira, o ayudante, como lo había llamado Navelgas se asomaba de cuando en cuando para hacernos saber que no quería perder el contacto. Tenía una cabeza desproporcionada en un cuerpo pequeño y peludo y lucía unos horrorosos incisivos. No obstante, en aquel pequeño monstruo había algo parecido a la ternura. Eso me hizo recordar que hace mucho tiempo, cuando aún era una niña, escuché una leyenda sobre estos ayudantes. Los Maestros Golpeadores los utilizaban para localizar vetas de oro y plata y como aviso de los lugares donde se producían derrumbes. Los Doiras habían sido siempre criaturas huidizas olvidadas por los dioses que ofendidos ante tanta fealdad les habían condenado a vivir en el mundo subterráneo.
-¡Mirad!. – Gritó entusiasmado Navelgas.- ¡Allí!. ¡Allí se ve una luz!.
El doira había desaparecido a través de una galería de la que surgía una luz amarilla intensa. Seguimos la luz como niños perdidos.
La luminosidad procedía de mil candiles, los candiles que utilizaban los duendes mineros o maestros golpeadores. Sus gorros eran de un rojo encendido y sus delantales de cuero marrón. Clavaban sus picos en unas vetas de mineral. Al parecer habían encontrado oro y estaban muy animados.
Alguien entonces reclamó mi atención. No lo vi hasta que lo tuve delante y por sus dotes de mando intuí que debía ser el jefe de los Maestros Golpeadores: gordo, mofletudo, con un delantal distinto al de los otros y acompañado por dos esperpénticos doiras.
-¡Sígueme!.- dijo sin titubear.- ¡Buscáis al sagrado y quiero hacer algo por vosotros!.
-¿Quién te lo ha dicho?.- Pregunté sorprendida.
-¡Quién me lo iba a decir!.- Replicó indignado.- Aquí en la tierra interior las noticias vuelan. Pero: ¿Vas a quedarte ahí parada o vas a seguirme?.
Me condujo a través de intrincados pasadizos. En aquella encrucijada, mi extraño acompañante caminaba con total seguridad como si pudiese recorrer el camino con los ojos vendados. Pero al parecer alguien más nos seguía pues de cuando en cuando sentía ruidos de pisadas a mi espalda.
-¡No te preocupes!.- Me tranquilizó el Maestro golpeador. ¡Ese sonido no es más que el viento que se cuela por las grietas!.
Llegamos a un templo maravilloso de estalagmitas y estalactitas de colores y a un lago interior sobrevolado por mil criaturas celestes del tamaño de una mosca con todos los atributos de las personas pero a tamaño reducido.
-¿Te gusta?.- Inquirió el Maestro golpeador.
-Sí. – Respondí.- Es maravilloso.
Uno de los ayudantes rió sin ruido alguno con la boca totalmente desencajada.
-¡Le gusta! ¡Le gusta!.- Paladeó el otro con suavidad.
-¡Ven!.- Ordenó el duende minero.- ¡Quiero enseñarte algo!.
Me mostró una de las paredes de la gruta. Eran pinturas. Pinturas que mostraban todo lo acontecido y que ocupaban más espacio del que mis ojos podían abarcar.
-¡Fascinante!. ¿Verdad?.- Manifestó con orgullo.
-Sí. Sí. Fascinante, sin duda.- Corroboré.- Pero: ¿Dónde está el sagrado en todas estas pinturas?
Me señaló una que mostraba la imagen de una mujer de cabellos negros que rozaban el suelo-Este es el único retrato que poseemos de la Maléfica Negueira.- Me dijo.- Ahora que es sombra, pero cuando ella era luz, todo era distinto. Por aquí corren leyendas que dicen que su parte buena reposa en algún lugar. Cuando ese momento llegue, cuando alguien nos la devuelva, el mundo dejará de ser subterráneo y todos, incluidos los doira, dejaremos de vivir en la oscuridad de la tierra.
El Maestro golpeador me condujo nuevamente adonde continuaba la extracción. Volvíamos a estar en el centro de trabajo. Allí miles de doiras recogían trozos de mineral y piedras preciosas para entregárselos a Ujo, el cíclope que golpeaba la forja.
Los días de Ujo habían transcurrido en el interior de un templo: La hermandad de los Perluces. Estos benefactores, habían recogido al huérfano y le habían instruido en el arte de la orfebrería y la forja. Y ahora, prestaba temporalmente sus servicios al mundo subterráneo.
-¿Qué fabrica?.- Pregunté interesada..
-Ya está casi terminada.- informó uno de los duendes mineros.- Está forjando una espada. Nosotros la vamos a llamar “La Invencible”.
En el suelo rodeando a los trabajadores miles de gemas hacían refulgir la cueva con sus brillos.
-En el centro de trabajo.- Explicó el Jefe Golpeador dándose importancia.- Fabricamos armas para dioses y también joyas. Las piedras son recogidas por los doiras sobre la base de su rareza, brillo, color y pureza pero el éxito del tallado depende únicamente de Ujo, que es quien se encarga de limar imperfecciones y realzar las características de la gema.
Nos enseñó ahora una piedra de un raro color azulado:
-¡hermoso!. ¿Verdad?. Se llama Hope que quiere decir esperanza en el lenguaje de los mortales y es el diamante más antiguo que existe. Esta maravilla fue robada al mundo subterráneo y trajo a la desgracia a todos los que la codiciaron. Afortunadamente, regresó con nosotros. ¿Podríais hacer lo mismo con Negueira?
-¡Tal vez!.- Dijo Navelgas.- Aunque es una empresa difícil.
Todos escuchaban atentamente al Jefe Golpeador, yo en cambio, no podía apartar la miraba de Ujo. Ujo que calentaba al fuego una pieza de metal y le daba forma a golpe de martillo. Ujo que en algún momento me devolvió la mirada de su único ojo y que extrañamente tenía el rostro de Vidayán.
Hay quien dice que los muertos regresan para torturar a los vivos y se equivoca.
Habíamos cenado opíparamente y celebrábamos que la espada Invencible estaba acabada. El jefe golpeador nos había alojado en unas literas excavadas en la misma roca.
Entonces me arropé y me quedé dormida escuchando el animado coloquio de mineros y doiras.
En mi sueño volvía a caminar por el desierto blanco.
¿Por qué no había ayudado a Vidayán?. Podía haber lanzado un conjuro e impedir que la gangrena avanzase y sin embargo me quedé parada sin hacer nada.
Y Vidayán estaba a mi lado y sonreía. Intentaba decirme algo que yo no entendía. Entonces le abracé y me di cuenta que no existía, que todo era un sueño, que nunca volvería, que era aire...
No era Vidayán, sino Ujo. Ujo, el cíclope que preguntaba el porqué de mi llanto. Y allí estaba yo porqué hablando con aquel extraño de mi viejo dolor. Sólo, porque su rostro me recordaba al de un buen amigo al que había abandonado un día.
A la mañana siguiente, me despertó un fuerte temblor de tierra y unos gritos desgarrados. Maestros golpeadores y doiras corrían ciegamente en busca de la salida, sembrando la muerte a su paso.
Corríamos sin saber a donde escuchando comentarios sobre un gigante que al parecer con sus pisadas había causado el desastre. Sucedía aproximadamente cada milenio pero al parecer esta vez, se había adelantado.
Quizás no haya nada que no sucumba al paso de un gigante llamado GUERRA o Nievares.
Entonces oí a Ujo que corría a mi lado.
-¡Ha sido Nievares, el ermitaño!.- ¡Seguidme!. ¡Conozco un atajo!.
Nos condujo nuevamente a la cueva que el jefe de los golpeadores me había enseñado. Y allí, varada en el lago, aguardaba una balsa construida con juncos.
Reparé entonces, que Truébano llevaba en su bolsa un objeto grande y pesado. Pero no había tiempo para reparar en preguntas...
Ujo remó con sus poderosos brazos hacia nuestra única esperanza: un hueco que filtraba la luz del atardecer y donde el lago desembocaba. Entonces escuché el estrepitoso sonido de la avalancha final.
¡Quién sabe cuantos doiras y cuantos duendes mineros perecieron en aquel derrumbe!.
PELIGRO INMINENTE
Navegamos en una balsa de juncos.
Recuperado el aliento, hallé las suficientes fuerzas para preguntarle a Truébano que llevaba en la bolsa.
-¡ La invencible!.- Exclamó con orgullo.- Creo que los duendes no van a echarla en falta
-No has debido hacerlo.- Intervino Ujo.- Era un tesoro del mundo subterráneo y como el diamante que visteis podría hacer caer la desgracia sobre vuestras cabezas..
-No creo que esta maravilla traiga la desgracia a nadie.- Acarició una vez más el arma y añadió.- Además, ninguno de vosotros sabe utilizarla y yo sí.
-Lástima.- replicó Ujo.- Tu codicia no te conducirá a nada pero ¡Bueno!.
El tramo del río discurría por una zona montañosa y torrencial. Nuestra frágil embarcación se bamboleó sorteando rápidos y caudales antes de entrar en una basta llanura de vegetación tropical.
Luego, llegó un ocaso de impresionante belleza. Ujo remaba sin descanso y cantaba una canción de amor que los Perluces le habían enseñado.
Era de noche, había buena luna.
Entonces dejó de cantar y soltó asustado los remos.
-¿Qué ha sido ese zumbido?.- Preguntó Argolibio.
-¡Parece una serpiente gigante!.- Alzó la voz.- Lo sé por...
Antes que pudiese acabar la frase se produjo una enorme sacudida que agitó violentamente la balsa.
Era efectivamente una serpiente, la más grande que haya visto nunca.
El monstruo se izó sobre su abdomen y mostró sus colmillos exhalando una bocanada de vapor abrasadora.
Truébano, en el agua, intentó desenfundar la invencible pero la mano de Navelgas impidió el movimiento.
-¡Espera!.- Le previno.-¡No podemos matarla!.- ¿Y si fuese ella el sagrado?.
-¿El sagrado?.- Siseo la serpiente.-¿Y porque había de ser yo el sagrado?. Yo sólo conozco a Samalea y ella tiene una mirada mucho más adormecedora que la mía.- ¿Quiénes sois vosotros?. ¿y qué hacéis en mi territorio?.
Argolibio escupió agua y dijo con ironía.
-¡Bueno!. Si la dama dice que ella no es el sagrado mejor nos marchamos. Muchas gracias por ser tan amable y hasta la vista.
-¡Cállate nomo!.- Le increpó Navelgas. ¿ Porque nos interrumpes?.- ¡Intento ser amable con la señora culebra!. ¡Perdóne a mi amigo.!. ¡Es tan torpe!. Lo que intenta decir es que no vamos a molestarla. Sé que hemos irrumpido en su territorio pero ahora nos iremos sin hacer ruido
-¡Quietos!.- exhibió su lengua sibilina.- ¿a dónde creéis que vais ahora?.
Truébano apretó bajo el agua la empuñadura del arma. Luego contó hasta tres y sin mirar los ojos del reptil la sacó del agua.
El acero ni siquiera logró rozarla. Un misterioso haz de luz azul desgarró el corazón de la serpiente.
-¿Cómo lo has hecho?.- Dijo Argolibio con los ojos como platos.
-¡No tengo ni idea!.- Exclamó confuso Truébano y añadió.- Debe ser por que es una espada mágica.
-¿Pero qué has hecho?.- Gritó exasperado Navelgas.- Ha muerto sin decirnos el paradero del sagrado. ¿En que diablos tenías la cabeza?.
-Os dije que esa espada no traería nada bueno.- Sentenció el cíclope.- La serpiente era mala, pero la necesitábamos..
Sobre las aguas del río quedó una enorme mancha roja. La serpiente dio el último coletazo y se quedó con la cabeza colgada como si fuese una res. Entonces empezamos a dar brazadas y no descansamos hasta que alcanzamos la orilla.
La mañana vino precedida por una calma extraña. Ni siquiera se oía el trino de los pájaros. Navelgas y Ujo habían salido a talar unos árboles porque la serpiente había destruido completamente la balsa.
Argolibio despertó en ese momento e intentó mantener una afable conversación con Truébano que parecía más huraño que de costumbre.
Este, le ignoró y susurró en mi oído.
-¿Te has fijado que llevamos más de una semana y aún no hemos despertado?
-¿Qué intentas decirme, Truébano?
-Digo que ya llevamos más de una semana y que no hay rastro del sagrado.
Navelgas que acababa de llegar con las maderas percibió de pronto que algo ocurría y quiso averiguar que era.
-¿Qué te sucede, amigo Truébano?
-¡Déjame en paz, enano!.- Farfulló el otro.
-¿Es por lo de la espada?. Ujo ha debido ponerte nervioso. ¡Es natural!. Él mismo la fabricó. ¿Pero que te pasa Truébano?
-¡Nada!.
Pero Navelgas andaba dándole vueltas.
-¡Escucha!.- Sonrió para darle confianza.- Cuando todo esto se acabe, tú y yo tomaremos unas buenas jarras de cerveza.. Tú y yo en la Cantina del Arce.
De repente, sentí un pánico inmenso al ver que las manos de Truébano se cerraban en torno al cuello de Navelgas.
-¡Para!. ¡Te he dicho que pares!.- Supliqué.-¡Es tu amigo! :
-¿Mi amigo?.- Los ojos de Truébano se encendieron en ira y apretó con más fuerza los dientes.- ¡No es mi amigo!. Oculta algo. ¡Lo sé!. ¿Por qué no hemos despertado ya, Alesga?. ¿Por qué nos convenció a todos de que probásemos la seta?. ¡Sois unos ilusos si pensáis que el sagrado existe!. ¡Nunca despertaremos!. Todos estamos muertos. ¡Muertos!.
EL ROSTRO DE LOS AMADOS.
Finalizada la labor de construcción remontamos el río con la nueva embarcación. Ujo remaba con sus brazos curtidos y la mirada puesta en el horizonte.
Dejamos muy atrás el río y nos adentramos en el océano. ¿Quién sería la misteriosa Samalea que había nombrado la serpiente?.
Una escuadra de delfines escoltó la barca. Emitían chillidos agudos como si quisiesen comunicarnos algo pero Navelgas tenía la mirada extraviada y el entrecejo fruncido.
-¿has descubierto algo?.- preguntó a Ujo.
El cíclope movió apesadumbrado la cabeza.
-¡nada, Navelgas!. ¡No he descubierto nada!. Llevamos varios días navegando a la deriva. Me temo que tus amigos humanos no saldrán de este sueño. ¡Este es nuestro mundo!. ¡No lo olvides! ¡No el suyo!.
Navelgas quedó contemplando como los delfines se alejaban. Luego se acercó a Argolibio y le miró dubitativo.
-¿Quieres unas bocanadas de mi pipa, pequeño nomo?
-Sí te lo agradecería.- admitió Argolibio con cara de enfado.
-Sé que os he engañado.- Trató de disculparse.- Lo sé, yo falsifiqué la carta del Mago. ¿Pero me habríais acompañado igualmente si os hubiese dicho la verdad?
Yo fingí que no les oía y me limité a observar las pequeñas olas que se producían alrededor de nuestra embarcación.
-¡Amigo!.- se dirigió ahora a Truébano.- ¡Perdóname amigo!. ¿Quieres un trago de mi cantimplora?. ¡Mira!. ¡Tengo mucho!.
-¡Al diablo tú y tú maldito vino!.- Escupió Truébano con rabia.
El enano miró el horizonte intentando escudriñar algo a lo lejos.
-Para ti es sencillo.- Le atacó el nomo Argolibio.- Te quitas y te pones el gorro y entras y sales cuando te viene en gana. Pero: ¿y ellos?. Entraron aquí gracias a la seta. Ahora, no hay salida posible porque ni siquiera tú la conoces.
-Lo hice por mi hija.- Sollozó Navelgas.- Negueira la tiene en un oscuro calabozo. La niña no tiene agua, ni alimentos. Además, está muy enferma.... Ella tenía un sueño. Soñaba que el sagrado debía existir en algún lugar y que la bondad y la clemencia jamás abandonarían a los pobres desgraciados.
-¡Iluso!.- Protesté.- ¡El infierno está sembrado de buenas intenciones!. ¡Solo era el sueño de una niña!.
-¿y que me decís de los sueños?.- Replicó Navelgas.- Los sueños nos alimentan. Gracias a ellos las hadas pueden vivir y los hombres pueden hacer grandes cosas. Vosotros mismos lo habéis comprobado. Todo el mundo tiene sueños incluso los esperpénticos doiras.
-¡Pero tú!.- Clamó indignado Argolibio.- Tú les engañaste. Falsificaste la carta del mago. Ellos te siguieron como su única esperanza. También ellos tenían un sueño. Soñaban que si hallaban a ese ser, el sagrado o como quiera que se llame, sus pueblos se liberarían del yugo de la guerra.
-¡Sí!.- Intervino Truébano.- Y ahora nos quedamos sin sueño, tú, yo, todos nosotros. Sólo porque te has encargado de destruirlos todos. Y que ironía que nada exista. ¡Ni la salida de este mundo, ni ese horrible ser al que nadie conoce!.
-¡Es difícil para mí pediros que confiéis!.- Navelgas contempló las ondas que producían sus dedos al contacto con el agua.- ¡Solo os pido que confiéis en el sueño de una niña!. ¡Parece descabellado!. Pero quizás no lo es tanto.
Tarde en la noche sucedería algo extraordinario. Nuestra barca se mecía en un suave vaivén y todos excepto Ujo estábamos dormidos.
En aquella duermevela escuchamos un canto melodioso y extraño similar al sonido que produce una caracola hueca mezclándose armoniosamente con el oleaje.
-¿Habéis oído?.- nos golpeó suavemente con el remo.
-¿qué?.- pregunté somnolienta.
-¡Escuchad!.
El canto se acercó muy lentamente y contuvimos la respiración. Venía en dirección a la barca y parecía proceder de una niña. Si se acercaba demasiado a la barca podía volcarla o lastimarse.
-¡Samalea!.-exclamamos al unísono.
La pequeña criatura dio un salto vertiginoso exhibiendo una cola de escamas plateadas.
Era sin duda la más hermosa criatura del país de la gente menuda. Su cabello era verde formado por algas finísimas y sus dientes relucían como perlas a la luz pálida de la luna.
Entonces recordé lo que había dicho la serpiente de sus ojos himnópticos.
-¡No la miréis!.- Advertí demasiado tarde. Navelgas estaba ya con la mitad del cuerpo fuera de la barca gritando desaforadamente que aquella era su hija.
-¡No es Agoveda!.- Me agaché a su lado.- Es Samalea y es peligrosa. Hace que veamos lo que deseamos ver.
-¿Quieres jugar conmigo?.- demandó una preciosa voz infantil.
Navelgas apretó los puños intentando contenerse.
-¡Agoveda!. ¡Agoveda!.¡Mi preciosa niña!.
-¡Estoy muy triste!.- Lloriqueó la ninfa.- ¿Por qué no vienes al agua conmigo?. ¿Es que ya no me quieres?
-¡No le hagas caso Navelgas!.-Supliqué. Ella no es tu hija.
Pero sin poder evitarlo también la estaba mirando.
-¡Alesga!. ¡Querida amiga!.- Dijo el rostro de Vidayán.
-¡Moriste!..- Grité con dolor.- Vi como morías en el desierto blanco.
Se oyó una risita hueca y otra vez el canto.
-¡Bien!.-Retornó su voz de ninfa.- Veo que no conseguiré nada y no quisiera morir como mi amiga la serpiente. ¿Por qué me buscabais?
-Queremos saber si eres el sagrado.- Dijo Truébano con profunda voz de barítono.-Si es así, podrías indicarnos la salida de este mundo tuyo.
La risa encantadora de la pequeña se dejó oír a mil leguas marinas.
-¡Mirad!.- Sonrió divertida.- Todos saben que mi canto no es de este mundo aunque la verdad: ¡No es para tanto!. ¿Pero quien os ha dicho semejante tontería?. ¿La serpiente?. Yo sólo guardo una llave y no conozco su verdadera utilidad. Ese que decís llamar el sagrado podría ser el que mira al sol del mediodía sin pestañear aunque aquí hay muchos impostores.
Samalea arrojó a la barca una llave plateada.
-¡Tomad!.- Gritó. - Llevaba mucho tiempo esperando que alguien me la pidiese y casi había perdido la esperanza...
El canto más hermoso se fue alejando como una caracola hueca que se enreda con el oleaje.....
UNA SOLEDAD COMPARTIDA.
El tórrido calor unido a la ausencia de agua nos sumió en un profundo sopor. De no haber sido porque aún conservaba en mi mano la llave de Samalea y el oro de las hadas, habría jurado que todo fue un efecto del golpe de calor.
El primer aviso fue un dolor de cabeza agudo y generalizado, precedido de vómitos, nauseas y vértigos. Al segundo día, todos habíamos perdido la orientación y al tercero yacíamos inconscientes navegando a la deriva.
Pero tuvimos suerte. Nuestra barca fue interceptada por un grupo de pescadores que faenaban cerca. Ellos, nos remolcaron, a un pueblo de casas colgantes y de allí a una cabaña seca y umbrosa propiedad de la curandera del pueblo.
Cuando Navelgas despertó y se vio a sí mismo con aquellas ropas, gritó como si hubiese visto a un difunto.
En aquel momento, Pielame, acaba de entrar con unos trozos de leña.
-Lo siento.- Se disculpó.- no he podido encontrar ropa más adecuada para vosotros dos. Los vestidos de mi nieta y sus muñecas han sido lo más a mano que tenía.
-Pues ahora que te veo.- Sonrió Argolibio con sorna.- ¿sabes que te pareces mucho a mi primera novia?
-Pues era bastante fea.- Rió Ujo con complicidad.
La mujer posó cuidadosamente la leña sobre la cocina de carbón.
-¡Bien!.- Aplaudió.- me alegro de que ya estéis bien porque así podré perderos de vista
Truébano se incorporó en el camastro luchando por mantener inútilmente el equilibrio y respirando con dificultad.
-¡No tenemos tiempo!.- se dejó caer abatido- ¡Moriremos en esta tierra maldita! ¡Nunca! !. ¡Nunca encontraremos al sagrado!.
-¿El sagrado?.- Piélame adoptó una actitud pensativa.- ¡sí claro!. ¡El sagrado!. Ahora que lo recuerdo ese debe ser Vandalisque, el centauro de la pradera..
Le lancé lo que me rondaba la cabeza. Al despertar, había descubierto que me faltaba la llave y el oro de Endriga.
-¡Ah eso!.- Cayó por fin en la cuenta.- ¡tranquilízate muchacha!. Lo he guardado todo para que no se pierda y también esa espada. ¿Para que diablos quereis una espada?. ¡No tolero las armas!. Os he salvado la vida y os he ofrecido mi hospitalidad, pero mañana, al amanecer, abandonareis mi casa!
Al amanecer, Piélame, apareció para entregarnos más víveres y cerró de un golpe seco su puerta. Partimos hacia la pradera que ella había nombrado: un terreno árido, seco y amarillo flanqueado por palmeras.
Discurría un débil hilo de agua que nos hizo pensar que fuera de la época angosta sería un río caudaloso.
A estas alturas la espada Invencible ya era como una prolongación del brazo de Truébano.
A Vandalisque lo hallamos sumido en sus divagaciones y recostado en una palmera. Estaba tan inmóvil como si estuviese petrificado.
Truébano dio un paso al frente erigiéndose en portavoz del grupo.
-¡Venimos en busca del sagrado!.-
Vandalisque fingió no oír y continuó mirando al sol sin pestañear.
-¿Es que estás sordo?.- Le increpó.-¿Quieres que desenfunde mi espada y te corte la testuz?
-No me gustan las armas.- Suspiró cansinamente.- Ni tampoco aquellos que las utilizan.
-¡Vaya!. Pero si tiene lengua el caballito.- Rió con sorna.
Vandalisque se movió ligeramente y miró con dureza a Truébano.
-Si buscáis al sagrado.- Resopló.- No os habéis equivocado porque ese soy yo. Pero solo acepto hablar con gentes de buenos modales. Si no es ese vuestro caso, podéis dar la vuelta.
Hice una profunda inspiración y me aproximé:
-No venimos a buscar guerra que de eso ya hay bastante de donde venimos. Pero, estamos cansados y nerviosos y necesitamos que nos des el objeto mágico que permitirá destruir a Negueira.
-Puedo hacer que en un abrir de ojos cicatrice la herida de una flecha.- Dijo sin pestañear.- Puedo....
Ahora se removió con furia y por un momento temí que quisiera embestirnos pero desde la estática posición que había vuelto a adoptar volvió a hablar:
-¡Oh estúpidos mortales!.- dijo con lánguida voz.- ¡Cuándo aprenderéis la lección!. En mi pueblo erramos muchos. Y aunque siempre habíamos sido bárbaros no nos iba tan mal hasta que comenzamos a luchar contra los humanos. Usamos contra ellos nuestras armas arrojadizas y nuestras mazas hasta no dejar a ni uno vivo. Luego, devoramos sus cadáveres y festejamos la matanza. Pero ¡Ay de nosotros cuando nos sentimos saciados!. Iniciamos las refriegas por nuestro tedio. Fue una guerra cruenta: hermanos contra hermanos. Y ahora, sólo queda Vandalisque el sabio, orgulloso de haber vencido, pero solo.
-¿Quieres un poco de vino?.- Preguntó compasivo Navelgas.- Una vieja curandera me lo ha dado.
El viejo centauro miró agradecido al enano y tomó su cantimplora. Bebió ávidamente y después se la devolvió con una sonrisa triste.
-¿Quieres otro?.- Insistió el enano.-¡Caspita!. ¡Cómo bebes!.
-Sí por favor.- Suplicó.- Dame otro trago. Y bien ¿Por qué me buscabais?
Alzó sus ojos al sol del mediodía y antes que volviese a sumirse en aquel trance me dispuse a preguntarle.
Emitió un sonido mezcla de carcajada y dolor inmenso.
-Tal vez lo tenga ese otro.- dijo.- Ese al que todos llaman Valpoli.
-¿Pero entonces?.- Me sorprendí.- ¿No dijiste que eras tú el sagrado?
-Efectivamente, lo soy.- Respondió él.- Ese es el nombre porque se me recuerda.
-¿Pero porqué?.- Dije sin acertar a comprender.,
-Eso es evidente.- dijo volviendo sus ojos al Sol.- Me llaman el sagrado porque soy el único que queda.
LUCHA EN LA OSCURIDAD.
Aquella noche intuí el peligro. Ese peligro al que me refiero procedía de un batir de alas que solamente yo oía. No se trataba del viento, ni de ninguna ave nocturna. Y sin embargo: ¿Por qué me parecía ver unos ojos grandes que escudriñaban la oscuridad?. ¿Qué sentido podía tener aquel misterioso batir de alas?
Truébano caminaba pensativo a mi lado.
-¡Oye!. ¡No estés tan triste!.- Dijo.- Al menos sabemos que su nombre es Valpoli.
Aquel batir de alas sonaba cada vez con más fuerza en mis oídos haciendo que no estuviese concentrada en lo que me decía Truébano.
Argolibio y Navelgas hablaban de sus cosas. En otras circunstancias me habría echado a reír al verles con aquellos ridículos vestidos y sin embargo, pensaba en La Tierra Interior a estas alturas ocupada.
En ese instante, la oscuridad que yo presentía voló sobre nuestras cabezas hasta ocultar completamente la faz de la luna.
Entonces supe de donde procedía aquel sonido tan familiar que durante todo el camino me había torturado.
-¡Es un dragón!.- Gritó Ujo.- ¡Rápido Truébano, desenfunda la invencible!.
Truébano colocó la espada en posición perpendicular a los ojos de la bestia tal y como había hecho con la serpiente. Pero esta vez no funcionó.
El dragón, previendo los movimientos del guerrero, comenzó a aterrizar en posición vertical para elevarse nuevamente virando a nuestro alrededor. Tan sólo un rayo de la invencible hizo mella en una o dos palmeras sin llegar a rozarlo.
-¿Sabes que no eres muy bueno?. ¡Vas a destrozar todo la pradera!.- Carcajeó expulsando fuego por las fosas nasales.
El dragón vomitó fuego y esta vez aunque Truébano se apartó, algunas chispas consiguieron rozarle la camisa. Para evitar que la cosa fuese a más, al pobre Navelgas, no se le ocurrió otra cosa que vaciar sobre él el contenido de su cantimplora.
-¿Pero que haces, imberbe?.- Gritó Truébano intentando no convertirse en una antorcha humana.
-Yo sólo pretendía ayudar.- Se disculpó el enano.
Pero el dragón subestimó la valentía del guerrero que lleno de coraje volvió a apuntarle con la espada. Esta vez, hubo más suerte y consiguió herir uno de sus flancos. El monstruo, con un rugido estremecedor, se derrumbó a nuestros pies.
A pesar de todo reía roncamente.
-¡Pero que estúpidos que sois!.- Decía.- ¿De veras creéis que os dejaré llegar hasta Valpoli?. Antes tendréis que matarme y yo no soy dócil como la serpiente del río ni como el mono blanco guardián de la puerta. ¡No!.- Gritó dolorido.-¡Yo soy Zeluan el Magnífico!.
Aún así, herido de gravedad y aunque fiero, noté que el dolor le hacía resollar. Impedí el avance de Truébano que venía dispuesto a rematarle.
De pronto, sentí a mi espalda el grito del guerrero.
-¡Alesga!. ¡Apártate!.
Un peso enorme me embistió por la espalda y una bola de fuego salió disparada en la misma trayectoria.
Recuperada del impacto avancé impasible hacia el dragón.
-¡No tengas miedo!.- Susurré.- ¡Déjame ver tu ala!. La herida está demasiado cerca del corazón y si me dejas, puedo curarla.
La vibración del grito de Zeluan fue tan poderosa que un fino reguero de sangre resbaló en mis oídos. Aún así, no me amilané ante el dolor, porque quería sentir en mis manos su dura y fría piel de reptil.
Mis ojos captaron más de cerca, el rojo encendido de su melena y sus ojos que brillaban en la negrura de la noche como mil centellas. Resoplaba con temor porque en realidad, ya no sabía que hacer, si abandonarse al dolor, o morir con el honor de los de su especie.
Puse mi mano sobre su cabeza sin llegar a rozarle. Luego, noté que ya no se resistía y que cerraba aliviado los ojos.
-¡Buscamos a Valpoli!.- Susurré en su oído.
-¡Valpoli!.- Jadeó.- Todo el mundo busca a Valpoli. Me enteré por el ermitaño que le andabais buscando. Ese mono blanco quiso acabar con vosotros cuando os hallabais en el Mundo Subterráneo. ¡Yo no quería hacerlo!. ¡Yo soy pacífico!. Pero me hablaron de la culebra del río y lo que le habíais hecho, y tuve miedo.
Deposité mis dedos alrededor de su herida y observé como se iba cerrando hasta quedar totalmente cauterizada y regenerada la piel de alrededor. El dragón emitió un suave bufido y me miró agradecido con sus ojos sin párpados.
-Todo el mundo busca a Valpoli.- dijo cansado.- Y puede ser que esté hecho del mismo material con que se construyen los sueños.
YO SOY VALPOLI
Afortunadamente las quemaduras que habían sufrido los pequeños Argolibio y Navelgas, no revestían mayor gravedad. Nos sentamos en el suelo desesperanzados y entonces, Truébano preguntó:
-¡Bueno!. ¿Y que hacemos ahora?.
En realidad, yo estaba igual de confusa. Debía de haber algún modo de abandonar el país de la gente menuda aún en el caso que no existiese Valpoli. En todo caso, lo primero era reponer fuerzas.
-Yo sé de un lugar.- Sugirió de pronto Ujo, el cíclope.- Está cerca de aquí y es el Monasterio de los Perluces.
-¿El Monasterio de los Perluces?.- Repetí enfrascada en mis preocupaciones.
-Sí, claro.- replicó Ujo.- Todo lo que soy se lo debo a ellos aunque son un poco extraños y puede que os asustéis al verlos.
-¡Lo que me faltaba!.- Protestó Truébano.-¡Mira que sois extraños en este lugar!.
Su voz aunque ligeramente burlona denotaba un atisbo de esperanza. Pensé que estaba tan cansado como todos y que bromear un poco le liberaba de una pesada carga. Mi voz debió sonar áspera y dura:
-¡Vayamos entonces al Monasterio!. ¡No tendréis intención de pernoctar en el bosque esta noche! ¿Y si Zeluan regresa?
Todos estuvieron de acuerdo en este punto. Ujo, caminaba a mi lado hablando entusiasta de los extraños monjes. Al parecer, decía que habían sido muy buenos con el pobre huérfano. Le habían dado cobijo, alimentos y cariño.
La pradera fue desapareciendo dejando paso a un precioso bosque. Un vergel maravilloso en el que brotaba una cascada y bebiendo en sus aguas, estaba un extraño. Se parecía a un humano y, tal vez, en otros tiempos lo fue, pero ahora, tenía orejas puntiagudas y cuernos incipientes y a pesar de estas y otras lindezas, hubiese resultado atractivo de no ser, porque de cintura para abajo era un macho cabrío.
-¡Pss!. ¡Pssss!.- Nos llamó.- ¡Eh!. ¡Vosotros!. ¡Sí, vosotros!. ¡Venid aquí!. ¡Yo soy el que buscais!. ¡Yo soy Valpoli!:
-¡No os acerquéis!.- Previno Ujo.- Yo le conozco y es un mal tipo.
-Soy Alesga.- Le dije al extraño.- Soy una sacerdotisa.
-¡Ah!.- dijo con suave cortesía.
-Venimos en busca del sagrado.- Continué diciendo.- Mi pueblo se muere y sin él no existe esperanza.
El diablo burlón se deleitó con la contemplación de su reflejo en el agua.
Viendo que no nos hacía ni caso proseguimos nuestro camino y a las espaldas volvimos a escucharle con insistencia.
No puedo precisar cuanto tiempo estuvimos en el monasterio de los perluces. Pero era un lugar donde gaiteros invisibles soplaban melodías a la noche. Un viejo monasterio enclavado en el bosque.
Mis pasos sonaron huecos en aquel silencio sepulcral mientras caminaba por la hospedería y los claustros bajos. Aquí, un patio interior y el centro, una fuente. Y luego aquella puerta cerrada que el cíclope nunca pudo abrir y aquel patio desierto.
Pasé a una habitación desnuda sin más adornos que los útiles que Ujo necesitaba cada día. Un brasero apagado hacía mucho tiempo junto a un yunque olvidado, una prensa, una forja. Allí debía trabajar antes que los Perluces le enviasen al Mundo Subterráneo, y allí, debió pasar sus horas él sólo, con su martillo, restañando el metal, para arrojarlo después a un oscuro rincón, y olvidarlo.
Estábamos tan cansados que quedamos dormidos. Sólo al llegar la noche, nos despertaron unos cánticos lúgubres y el cíclope nos apremió a levantarnos.
-¡Ya están aquí!.- Gritó alborozado.- ¿No os dije que vendrían?.
-¿Quiénes?.- Pregunté restregándo mis ojos.
-¡Los Perluces!.-Exclamó.- Los Monjes de quienes os hablé. No les habéis visto durante el día pues tienen costumbres nocturnas.
Todo el Monasterio se inundó de luz de repente. Aquella luminosidad debía proceder de mil velas encendidas pero no tardé en darme cuenta que eran los mismo Perluces quienes la irradiaban.
Un ser luminoso se acercó volando. Tenía la estatura de un niño pequeño y en el iris de sus ojos bailaban diminutos puntos de luz. Todo su cuerpo desprendía una energía irreal.
-¡Hola!.- Se dirigió a Ujo sin mover los labios.-¿Quiénes son?
-Mis amigos.- Respondió el cíclope.
-¿Y Por qué estás aquí?.- Quiso saber.- ¿Y la Invencible?. ¿la acabaste?
Ujo comenzó a relatan los incidentes sufridos. Le habló del derrumbe del Mundo Subterráneo, el ataque de la serpiente y el dragón, la desesperación de quedar atrapados en el País de la Gente Menuda, el encuentro con Samalea, la inexistencia de Valpoli, la llave......
Al oír lo de la llave sonrió el Monje- Niño.
-Vaya!. Habéis vagado en busca de algo que estaba muy cerca de vosotros. ¡Seguidme!. Yo tengo la llave que abre vuestro mundo.
Estábamos de nuevo ante la puerta que Ujo nunca pudo abrir siendo un niño y ahora, el Monje-Niño mostraba una llave, en sus manos luminosas.
-Esta es la que abre el umbral de las edades.- Señaló la llave dorada.- La otra, la que os regaló la niña de las aguas, pertenece a la entrada a vuestro mundo. En el umbral de las edades hallaréis a Valpoli. ¡Id pues en busca de lo que tanto anhelabais!
.
La llave encajó a la perfección y los goznes chirriaron abriendo la puerta del Umbral de las Edades.
Valpoli trotaba en un valle bañado por una luz blanca, sobrenatural. No era ni de día ni de noche, y el unicornio vagaba solitario hasta la eternidad.
Al vernos, adoptó una postura arrogante y continuó bebiendo de un claro riachuelo.
Corría una suave brisa que mecía las hojas de aquel bosque otoñal.
-¿Eres Valpoli, el sagrado?.- Me acerqué a preguntarle.- ¡Dime!. ¿Lo eres?
-Soy el amor incondicional.- Dijo el unicornio.- Soy la ternura, soy la inocencia. Pero no tengo nombre. Algunos me llaman Valpoli porque siempre quieren ponerle nombre a las cosas. Soy aquel al que todos olvidan y al que nadie recuerda. No sé quien soy. Soy todo y soy nada. Soy uno y soy muchos. Soy al fin al cabo, eso que llaman amor y que hace temblar los cimientos del mundo.
Levantó una polvareda azulada con sus pezuñas y sin saber porqué nos apresuramos a recogerla en un saco.
Eso era todo lo que teníamos de Valpoli.
Quizás ese no fuese su verdadero nombre.
Tal vez fuese:
BELLEZA.
NEGUEIRA.
Y así fue como utilizamos la segunda llave y despertamos en el mismo bosque del principio y enterramos las llaves y la invencible con la absoluta certeza de que volverían de nuevo al Mundo Subterráneo.
-¡No es necesario que vengáis vosotros dos!.- Comuniqué a Ujo y a Argolibio.- Vosotros perteneis al país de la Gente Menuda y no es justo que vengáis con nosotros. Pero os guardo en el corazón.
Después de eso, los demás, partimos a la Tierra Interior en poder del polvo azul que nos había proporcionado el unicornio. Pero el destino, había de hacernos una mala jugada pues al llegar al poblado unos soldados se nos echaron encima y nos condujeron a presencia de Negueira. Al vernos, la bruja, esbozó una sonrisa maléfica y triunfal.
-¡Bravo enano!. ¡Has conseguido traerme a los rebeldes!.
-Su Majestad.- Dijo Navelgas.-¡Son todos vuestros!.
La bruja se frotó enérgica las manos y comenzó a pasear de un lado a otro nerviosa.
-Majestad.- Continuó Navelgas.- Ahora que los tenéis, os suplico dejéis libre a mi hija Agoveda.
-Eso será después de la ejecución.- Refutó ella.- Y ahora vete a tu habitación y quítate esas ridículas ropas.
Los dos secuaces que esperaban órdenes preguntaron al unísono.
-¿Y que hacemos con estos dos, Majestad?
-¡Al calabozo!.- Ordenó, aunque al acercarse a Truébano se lo pensó mejor:
-¡Bonitos músculos guerrero!. Si combatieses en mis filas no solo salvarías tu vida sino que te nombraría Príncipe de Pambley. ¡Piensa en las riquezas que te esperan!¡Imagina el poder!.
-¿Qué debo hacer Majestad, para serviros?.- Respondió Truébano, el traidor
-Para empezar.- Dijo señalándome con el dedo.- Haz que retiren esta piltrafa de mi vista.
Me encerraron en una enorme estancia: sucia, oscura junto a muchos desgraciados que como yo, clamaban por un simple mendrugo de pan y alivio a sus heridas. Todos amalgamados: heridos y leprosos en quel hedor, rodeados por las ratas.
Y junto a esa inminencia de la muerte, estaba la profunda pena de ver todas las cosas que había sacrificado, perdido y ensuciado en el camino junto a la promesa incumplida de alguien a quien yo había llamado “amigo”.
-Tal vez tengas razón.- decía acariciando su cabello.- Tú, Truébano, no te venderás jamás a la oscuridad. ¿Verdad?
-Pues ¡Claro que no!.- Decía un Truébano niño.-¡Te lo prometo, Alesga!.
Y aquellas palabras del hombre ya adulto retumbaban ahora en mi cabeza hiriéndome con más violencia de la que lo había hecho la furia del dragón o la maledicencia de la serpiente.
Pero la verdadera sorpresa estaba por llegar cuando me condujeron a la ahorca para dar un castigo ejemplar a los insurrectos.
Me subieron sobre un caballo y colgaron alrededor de mi cuello la soga suspendida del árbol. El enano, por supuesto, sería el encargado de arrear al caballo pero antes de hacerlo se volvió hacia la bruja.
-¡Majestad!.- dijo.- Yo ya he cumplido mi pacto. ¡Cumplid vos el vuestro!.
-¡Primero ejecuta a la traidora!.- Ordenó.- Y luego, ya hablaremos.
De espaldas a todos Navelgas murmuró por lo bajo.
-Era yo quien te seguía en la gruta. ¿Por qué razón no te fijaste mejor en las pinturas?. Yo solo quería liberar a mi gente y ahora, no puedo fallarte a ti.: ¡Pide mi gorro!.
-Pero Navelgas.- Murmuré sorprendida.- Tú eres vulnerable sin tu gorro. ¿Qué vas a hacer sin él?
-¡No importa!.- Replicó.- Tengo una buena organizada para cuando tú te vayas.
-¿Qué dice la prisionera?.- Quiso saber la bruja.
-¡Majestad!.- Empezó el enano.- Es su última voluntad y pide mi gorro.
-¿Tu gorro?.- Rió siniestramente - ¡Bien!. ¿ Y a que esperas?. ¡Dáselo!.
Imagino las facciones de sus caras cuando me vieron desaparecer por arte de magia. La poderosa magia en la que ahora creo más que nunca.
Resurgí nuevamente en el bosque y derramé en el suelo el polvo azulado pensando que no surtiría efecto.
Dicen que la oscuridad, se alejó un buen día en forma de nubes oscuras. Debió regresar como el diamante Hope a las entrañas del mundo subterráneo. Tal vez, en estos momentos en que te cuento esto, la oscuridad ya forma parte de Valpoli. Y eso me hace sonreír pensando en los Doiras.
EPÍLOGO.
Mis ojos miran al cielo. Hoy he recibido noticias de Argolibio. Me cuenta que anda atareado con la educación de sus hijos y que por eso ya no escribe tan a menudo.
Sé por lo que me cuentan que Truébano se volvió loco, que el poder le cegó y que incapaz de vivir sin el poder que Negueira le había concedido huyó a las Tierras Altas donde le perdí el rastro.
Ujo, el cíclope, se quedó a mi lado. Es el único que me queda de toda esta aventura. Es él quien en mi soledad sonríe y me mira con su único ojo para decirme una y otra vez que no debo rendirme.
Es primavera y el campo está lleno de flores. ¡Quien diría que un día pasó por aquí un fantasma llamado GUERRA.
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Hoy froté el oro de las hadas esperando que la vida entrase también en mi parcela. Recordé las palabras de Endriga y las de todos los amigos me habían acompañado.
Entonces, cerré los ojos y dije el nombre de Navelgas como una plegaria y mi sorpresa fue grande al verle aparecer a lo lejos silbando con un vendaje en la cabeza.
Y allí a mi lado, estaba Ujo con esa mirada triste que tienen todos los niños que han sobrevivido al horror sin perder la sonrisa.
¿Sabes?. Hoy he comprendido que incluso en la paz, nuestro corazón es un país en guerra donde personajes internos libran feroces batallas ya que todos, al fin y al cabo, somos la cara y la cruz de una misma moneda.
Pero si hay algo que debas salvar, es tu corazón, porque sin enarbolar tu corazón guerrero no podrás enterrar las verdaderas armas del mundo, serás inmune a las desgracias ajenas, tu corazón, órgano inútil, bombeará sangre sin participar de la vida que le rodea.
Todo el mundo tiene una historia y yo, te he contado la mía. Pero mira y dime: ¿Qué ves ahí adentro?. ¿Rabia?. ¿Amor?. ¿Alegría?. ¿Tristeza?. ¿Por qué no recuperar la inocencia?. ¿Por qué no creer en los sueños?
Tal vez si nos vemos algún día quieras contármelo.
Yo, entre tanto, te seguiré esperando con ternura.