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miércoles, 20 de octubre de 2010
El dibujo
Se despertó con un sobresalto y un grito ahogado. Un sudor frío recorrió su cuerpo, miró a su alrededor, todavía era de noche y pasaron unos segundos hasta que se acostumbró a la penumbra. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo. Respiró profundamente y se tranquilizó. Otra vez la misma pesadilla – pensó; la oscuridad envolvente la ahogaba poco a poco y le robaba sus último aliento.
Se incorporó en la cama ya totalmente despierta, había dormido apenas dos horas como todas las noches. Se levantó y se dirigió a su escritorio a tientas, encendió la lámpara de pie que iluminaba tenuemente la estancia.
Se sentía segura en ese cálido rincón, era completamente suyo, había logrado esa conjunción entre la elegancia y comodidad del hogar. Se dejó caer en su sillón favorito. Se encontraba exhausta, eran demasiadas emociones. Dos lágrimas rodaron por su rostro y cayeron al suelo, nadie las recogió. Ya no había nadie que recogiera sus lágrimas, se había quedado sola. Sola para siempre. Dándose cuenta de ello, se incorporó bruscamente, nerviosa, como si el asiento le quemara bajo el camisón de seda, y recorrió la casa a oscuras.
En todas las habitaciones sintió la presencia de su marido, reinaba la austeridad y la frialdad con que solía decorar la casa, la vida y su relación con ella. Ella había logrado salvar de esa frialdad algunos rincones del ático. Se dirigió a su pequeño estudio y encendió la luz.
Había conseguido una pequeña habitación de la casa para trabajar sus dibujos, desde donde se veía gran parte de la ciudad. El cuarto era un caos de rollos de papel; botes con miles de lápices de todos los tamaños, rotuladores de colores, pinceles, pintura se disponían en una alacena antigua de madera. Las paredes apenas se veían, pues colgados con chinchetas estaban dispuestos desordenadamente sus hermoso dibujo.
Una gran mesa de dibujo inclinada estaba situada al lado del ventanal, se veía sobre ella un dibujo de la urbe sin acabar. Se sentó en el taburete y tomó un lápiz. Observó atentamente su obra y se adentró tanto en ella que su mirada se perdió entre los tejados, y llegó hasta las calles desiertas y grises, paseó por allí un rato y le vio. Allí estaba, a unos metros de donde ella se encontraba, con su traje oscuro, era su preferido. Él pareció no verla, pero sonrió y comenzó a caminar lentamente, la bruma le envolvió y desapareció. Otra vez. Para siempre.
Él ya sólo existía en su imaginación, pero todo era cada vez más lejano.
Su mente no podía dejar de pensar y sintió la necesidad de plasmarlo. Se puso a escribir en la hoja de papel a medio dibujar, y las palabras y frases surgieron de la punta de su mina rápidas, claras.
"Cuando me quedo a solas con mi mar oscuro no puedo escapar de la inmensa soledad, la llanura me invade, el desierto con su arena fina me aprisiona, me ahoga y mi alma se queda a oscuras.
Una tristeza enorme me embarga y me envuelve y crece.
La planicie árida y gélida en la cual reside mi alma es insoportable para mi conciencia. Me quedo en un letargo del que es difícil salir, no hay nadie a quien recurrir. La imaginación ya no vuela. Es la muerte, hay que salir de ella, resucitar.
No me quedan más que lágrimas amargas y gran tristeza. ¿Ya no amo?
¿Qué pretendo con mis torpes palabras?
Intento sacar lo que llevo dentro, el papel es el único oyente, atento,interesado, comprensivo. Es fácil compadecerse ante una hoja en blanco.
Sólo dos ojos son testigos, pronto se cierran.
Debo seguir."
El texto quedaba inclinado con respecto al dibujo, con letra grande y clara en lápiz, parecía un poema sobre una ciudad a medio construir.
Sonrió. Por primera vez en muchos meses. De pronto se dio cuenta de que empezaba a clarear y los albores de la mañana iluminaban suavemente la ciudad aún dormida.
Pronto el bullicio de la gente y de los coches resonaría hasta su ventana.
Ésta era su hora preferida, los colores pastel de la mañana iluminaban los tejados, que se difuminaban en la bruma gris de la contaminación. Era el perfecto paisaje urbano.
Se sentía joven, viva y bella, pero tenía todavía mucho camino por recorrer hasta llenar ese gran hueco que había en su corazón. Sin embargo se sintió optimista. Se levantó y se estiró como un gato, se vistió y se dispuso a recorrer las calles que pintó.
Erró por ellas largo tiempo deteniéndose de vez en cuando en aquella ciudad de carboncillo y papel.
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Bonita imagen: "aquella ciudad de carboncillo y papel,para concluir este relato de insomne soledad en que vive la artista quien "encuentra fácil compadecerse ante una hoja en blanco". Felicitaciones Rosa
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