Quiero recordar historias,
de mi época infantil,
quiero que mi mente regrese,
a aquellos años
y recuerde
las palabras,
que cuenten mis historias.
Y no salen…
simplemente no están.
Quiero recordar un cuento,
un recuerdo,
un cantar,
de cuando en mi día y en mi vida
el campo existía,
de cuando el monte
era mi hogar,
cuando los árboles mis amigos
se callaban al pasar,
hacían silencio con sus ramas,
y dejaban de susurrar,
de contarle historias al viento,
se guardaban los cotilleos,
y quietos
me miraban al pasar.
En mi tierra, de pequeña,
Mi Extremadura olvidada,
Mi infancia atareada
eran,
las herramientas del huerto
mis juguetes
y mis cosas de jugar.
Cuando por ser chica,
pequeña de edad,
el botijo del agua era,
era mi trabajo y mi andar.
“Chica a la fuente”,
“Chica a por agua fresca”,
Y si protestabas,
“Chica a callar”.
Que eran las palabras, orden,
Y el silencio la respuesta,
Que si encima protestabas,
ración doble te esperaba;
por lo qué,
no había otra que:
obedecer y callar.
Recuerdo caminos y miedos,
de silencio
y soledad.
Caminos de lobos imaginarios,
de serpientes escondidas,
de mariquitas contando,
de tiempo embobado y perdido,
de mariposas volando,
de arañas escondidas,
azuzadas por un palo,
de nidos observados,
y gorriones trinando,
de jilgueros y tórtolas,
lavanderas y mirlos,
de un ruiseñor solitario…
Todos ellos en su mundo,
ellos, todos en el mío.
Paseos interminables,
por el monte:
“a por agua”,
“por helechos”,
“la merienda”,
“esa cesta”,
“chica no te embobes”,
“chica trae el gancho”.
Chica era,
un jornal yo trabajaba,
que, aunque chica, no paraba.
Pero,
No recuerdo ni cuentos ni historias,
y sí que las contaban.
Con los años,
ya de grande en mi casa
de la ciudad,
crecida,
en el recuerdo,
no hay palabras,
ni hay chistes, ni fanfarria,
solo recuerdos del campo,
solo recuerdos intensos,
de las muchas horas trabajadas,
de chica y de moza
y de grande…
Olvidos intencionados,
de todas aquellas palabras.
No hay recuerdos para convertir,
ni en filandones ni en historias,
no hay palabras.
El cansancio me impidió,
almacenarlas
para después contarlas.
La ciudad se las comió…
Y mi vida mejorada
las olvidó…
No hay nada que contar,
de filandones de mi casa,
donde la vida era labrar
la tierra con las manos
y el silencio por cantar.
En tierras de Extremadura,
tierra dura del campo,
en aquellas épocas tan crudas,
que no eran épocas de cantos
Ni de chistes.
Los cantos,
eran solo obligaciones.
Era, trabajar el campo.
Charo Acera.
Muy buen poema aderezado con el sabor agridulce de la nostagia.Me gustó mucho. Felicitaciones Charo. Cordial abrazo, kapizán
ResponderEliminarme gustaron mucho las descripciones de tu poema, son muy emotivas
ResponderEliminarFelicidades
Rosa
Gracias a los dos.
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