viernes, 8 de octubre de 2010

"Con decrépito sol y luna vieja"

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.
Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.
Federico García Lorca

Dobló la esquina de su calle y desde lejos vio al perro sentado ante las escaleras del portal. Entonces lo traspasó el aguijonazo brutal del pánico puro. Echó a correr con la insoportable presión de la culpa robándole el aire y cuando por fin llegó a la puerta , ella estaba sentada en el primer peldaño, las rodillas moradas de frío, la cara escondida entre las manos, llorando sin ruido ni consuelo un llanto suave de lágrimas torpes. Miró agradecido al cachorro, y creyó leer un reproche en los ojos terriblemente humanos del animal: la-dejaste-sola-la-dejaste-sola-la-dejaste-sola. Se sentó a su lado muy despacio, la abrazó, le estiró la falda sobre las rodillas, le separó las manos de la cara, le limpió las lágrimas con los dedos, le pidió perdón con cada gesto.

_Era una tarta tan fácil…consiguió decir ella al fin.


Treintaycinco años antes, apenas estrenados los diecinueve, ella lo había esperado en otro portal no muy distinto de este. Entonces no lloraba pero se retorcía con saña las manos y al final consiguió mirarle directamente a los ojos para anunciarle que estaba embarazada. Empezó a llorar después, muy bajito. Llevaba un vestido rojo con mucho vuelo en la falda, cinturón, bolso y zapatos blancos, la larga melena oscura, suelta y brillante, cayendo con gracia a ambos lados de una cara preciosa de virgen macarena con los labios cuajados de cerezas maduras. Algunas veces, cuando baila con ella, cuando ella se desliza con su perfecta gracia ingrávida entre las otras parejas que se apartan y se paran a mirarlos, el cierra los ojos y consigue ver aquella tarde en blanco y negro, una rapidísima sucesión de fotos fijas, un sueño del que no quisiera despertarse y en el que la única nota de color, es el rojo furioso de la falda de aquel vestido que se le enrollaba una y otra vez sobre esas mismas rodillas que ahora están moradas de frío.


Se acostumbró a la felicidad, a que la vida fuera mucho mejor que los sueños, a pasear llevando del brazo una mujer tan hermosa que todavía hoy hace volver la vista algunas veces, a encontrarse cada noche su cuerpo glorioso entre las sábanas siempre suaves y frescas como recién planchadas, a que ella lo esperase con la mesa puesta, a la luminosa pulcritud de su casa, a la amable tutela que vigilaba la frecuencia y el orden de sus pastillas, que ordenaba sus papeles, que compraba los regalos de cumpleaños de sus sobrinos, que no olvidaba nunca nada. Se acostumbró a la paz, a leer y celebrar con un punto de orgullo algo ausente, las excelentes calificaciones de esos tres niños morenos y guapos como su madre, los tres niños con los que ella se sentaba cada tarde a hacer los deberes y charlar en francés. Se acostumbró a la lista interminable de pequeños milagros que lo esperaban a diario en su casa. Se acostumbró tanto a la dicha que no quiso atender a los primeros indicios del desastre. No sabría decir cuando le empezó a costar sostener su  mirada, ni cuando ella empezó a contarle dos y tres veces la misma historia y a olvidarse las llaves y a mancharse los dientes al pintarse los labios y a dejarse encendido el fuego de la cocina y a perder el teléfono…

_Te estás poniendo vieja, eh?, se te va la cabeza, le decía en broma y ella no le  contestaba y se metía en el baño a llorar a escondidas, porque sabía que sí, que se le iba. Entonces él la oía llorar al otro lado de la puerta y quería gritarle que abriese y le dejase entrar, pero nunca conseguía terminar de sacar la voz definitivamente bien adherida a las cada vez más  angostas paredes de su garganta y enterraba un poco más la cabeza en la arena y le suplicaba a cualquier Dios que no pasara nada, que siguiera no pasando nada. Nada. Nunca.

 Una noche se quedó dormido viendo la tele y cuando por fin se fue a la cama la encontró despierta, etiquetando meticulosamente  el impresionante montón de álbumes de fotos que había ido acumulando en casi cuarenta años felices con su elegante bastardilla inglesa.

_ ¿Qué haces? , le preguntó, y se lo preguntó sabiendo que lo único que de verdad quería era seguir sin saber.

_Apuntalar los recuerdos, murmuró ella, y se echó a llorar. Esta mañana he ido al médico, continuó. Fui a buscar  los resultados de unas pruebas que me hice. No le dije nada a nadie porque no me atreví y no te dije nada a ti tampoco porque tú tampoco te atrevías.

El tragó saliva y luego volvió a tragar, intentando desesperadamente tener algo que decir, pero no lo tuvo.
_Tengo alzhéimer, Alberto, dijo  ella  algo más tranquila, y  también tengo miedo, tengo mucho  miedo  porque esto es mucho peor que morirse, esto es  como enterrarse en vida. Un día no sabré volver sola a casa, ni llamar por teléfono a mis hijos, otro no te conoceré. Nunca más voy a poder fiarme de mi misma o decirle a Marta que nos deje a los niños el fin de semana. Dejaré de ser la abuela que me enseña francés para ser esa vieja loca que me da miedo y babea o se mea encima y…

 No la dejó seguir, la abrazó tan fuerte como había abrazado a la muchacha del vestido rojo   y le repitió una y otra vez  que no pasaba nada, que allí estaba él, que la quería, que la iba a querer todavía más, mucho más  y  muchísimo mejor, que la cuidaría tanto y tan bien que jamás llegaría a echar en falta nada y  que por Dios dejara de llorar, que no llorase,  porque llorando se ponía todavía más guapa. Las palabras eran casi las mismas y todavía las recordaban los dos. Las palabras eran casi las mismas pero ellos no, por eso, esta vez, a ninguno le sirvieron de mucho.

Lo primero que hizo fue comprarle el perro, el precioso pastor alemán de ojos cálidos que jamás se separa de ella, el mismo cachorro que ahora lo mira y lo acusa. Ella estaba tan contenta esta mañana que se animó a preparar un pastel para invitar a merendar a los nietos, pero cuando ya había batido los huevos se dio cuenta de que no podía seguir, porque no se acordaba de nada, de si tenía que ponerle levadura, de si se la había puesto ya, de si los huevos eran dos o tres, de donde estaba el cuaderno de recetas. Se puso muy nerviosa y deseó arrojar todo aquello a la basura, quitarlo de su vista, borrarlo de esa mente cruel que borraba diaria e implacablemente tantas otras cosas por su cuenta. Empezó a llorar mientras lo recogía todo de cualquier manera y lo metía en una bolsa de plástico y hasta que no estuvo en la calle no se acordó de que de que era mejor que no saliera sola. Cuando quiso volver a entrar, tampoco tenía llaves de casa.

_Era una tarta tan fácil, ha vuelto a decir ella mirándose fijamente las manos.
  
El se ha reído, le ha revuelto el pelo como hace con los nietos, le ha quitado importancia, le ha dicho que mejor así, si ya sabes tú que a mi no me gusta el bizcocho de piña. Se ha aguantado las ganas de echarse a llorar él también, de llorar de una vez ese bloque compacto de lágrimas fermentadas que le oprime el pecho desde hace meses, que le estrecha todavía más  esas cada vez más  angostas paredes de la garganta. Luego  ha buscado un pretexto para convencerla de que entren en casa de una vez. Lo último que quiere es que ella se de cuenta de que también se olvidó de ponerse las medias.

3 comentarios:

  1. Magistral relato Almalaire. Me conmovió profundamente.Tu impecable estilo mueve sentimientos con este tierno relato de un amor conyugal enfrentado a la aterradora enfermedad que agota, paulatina e inexorablemente, la fuente de la felicidad madura: los recuerdos. Enhorabuena.

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  2. almalaire, muy bonito, cuando lo leía sentía una congoja muy grande, y me dio mucha tristeza también por él y por su olvido al final del relato. La verdad que me ha gustado todo: la forma en que relatas y lo que relatas.

    Así como la breve introducción con la poesía de Lorca.

    Yo diría como kapizán que tu relato no tiene mácula y que es magistral.

    Rosa

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  3. Precioso relato, he sentido la angustia de ella y la tristeza de él. Enhorabuena es fantástico.

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