Allí estaba una vez más. Sola, en medio de la noche. Entre la oscuridad y el silencio. Bajo la pálida mirada de la luna y el leve titilar de un tupido manto de estrellas.
Recordó aquella primera noche, hace ya muchos años, cuando siendo poco más que una niña se empeñó en ir a ver las estrellas. Fuera de la ciudad, donde la hermosa nocturnidad no pudiese ser hollada por las luces impías de neón. Aunque en muchas ocasiones ésta le había sorprendido fuera de ella, siempre había sido en bulliciosa compañía. Nada que ver con el romanticismo que exhalaban tantos poemas leídos, tantas historias entrelazadas en las páginas de las novelas... Y decidió que ya era hora, que el momento había llegado. No supo muy bien a que podía responder tan imperiosa y repentina necesidad, ni si su deseo pretendía tan solo experimentar nuevas sensaciones o si, además, pretendía poner a prueba el amor de su acompañante. El caso es que sentía ese impulso en su interior de forma insistente y desbocado. Insistió; insistió hasta que consiguió cumplir su deseo, un deseo que solo su conciencia sabía tenía muy poco que ver con el aparente romanticismo que la situación podía aparentar.
Era una noche tardía de otoño, casi de invierno, y el ambiente estaba muy frío para aquel tiempo. A pesar de todo, su pertinaz insistencia consiguió convencerle (era él quien conducía) para buscar un espacio un tanto alejado de la ciudad, un lugar en el que poder contemplar limpiamente las estrellas. El coche les condujo por veredas y caminos hasta una pequeña ermita oculta entre pinos, robles y encinas, refugio de cazadores en los días abiertos de veda. Apagaron el motor. Él no hizo ningún ademán que permitiera adivinar su intención de abandonar el automóvil. Ella, decidida, dio el primer paso. Había sido su deseo. Abrió la portezuela y salió al silencio de la noche. Era oscura. Allí, lejos de las luces protectoras de la ciudad, parecía de repente más profunda de lo que nadie pudiera jamás imaginarse. La luna no brillaba como en otras ocasiones y el manto estelar, casi invernal, parecía infinitamente más lejano que en las noches estivales. Dio unos pasos hacia la oscuridad y el silencio. Y allí, en medio de una intangible inmensidad, miró hacia el cielo.
Estaba sola. Se sintió sola. Fue como si de repente el silencio, más que la noche, lo invadiese todo. Y se vio de pronto convertida en un minúsculo grano de arena batido por la enorme grandeza del mar, un breve y leve sonido en el grandioso conjunto de una orquesta. Se notó pequeña e indefensa, como si de pronto todo el peso del mundo cayese sobre sus jóvenes hombros. Y sintió tal opresión que hasta se le hizo un nudo en la garganta. Comenzó a tiritar, aunque no por el frío de un nocturno otoño, sino por la indefensión de tan diminuto ser ante la enorme magnitud del mundo, ante su grandiosidad. Creyó sentir en un solo momento todos los sonidos que la ciudad desconoce..., el viento entre los árboles... el vuelo de nocturnas aves... la respiración tranquila de pequeños animales..., el sonido acechante de los depredadores ... Y un ciento de sonidos más difícilmente reconocibles en aquel momento y en aquel lugar. Y el peso fue tal, ¡tan grande! la opresión sentida, que su inmediata reacción fue escapar, escapar del peso de la noche buscando el único resquicio de civilización que podía encontrar en ese momento a su alcance.
Se refugió en el coche. Él no se había movido de allí, observando – tal vez sorprendido – su extraña actitud. Y ante la angustia que ella demostraba, la abrazó. Se dejó rodear por sus brazos, pero el gesto de él no pudo impedir las convulsiones nerviosas que la azotaban, no pudo impedir que las lágrimas aflorasen incontenibles, cual catarata en época de deshielo. ¿Angustia?, ¿miedo?, ¿rabia?... ¿soledad? Cada gota caída parecía llena de inconmensurables sentimientos que aún hoy, cuando recuerda lo ocurrido aquella noche, no es capaz de descifrar.
... Pasó el tiempo. Desde entonces, muchas veces se ha enfrentado al silencio de la noche y ha descubierto las mil caras de una belleza apenas vislumbrada por la mayor parte de la gente. Una belleza real, no inspirada por sentimientos románticos, basada en su propia inmensidad, en el sentimiento de grandeza de una oscuridad cargada de luces y reflejos, de un silencio lleno de sonidos, de una soledad compartida con la compañía del tiempo y el espacio. El miedo fue desapareciendo. Y frente a la angustia fue surgiendo la paz.
Y fue en esta comunión que poco a poco fue creciendo entre ella y la noche que llegó el momento... Hoy es una noche de estío. Las estrellas brillan temblorosas, iluminando el entorno con destellos que acompañan la lechosa claridad de la luna llena. Tras ella se recortan los montes elevándose nítidamente al cielo con una extraordinaria grandeza, como un antiguo grabado lleno de mágicas insinuaciones... El silencio se ha plagado de nocturnos sonidos ni siquiera imaginados en las noches urbanas: cálidos, profundos, misteriosos,..., llenando de vida la inmensidad de la misma. Hoy es el momento. Hoy es la noche...
Desnuda de cuerpo y alma, tumbada sobre la propia desnudez de la Tierra, ha sentido latir dentro de ella el milagroso influjo de la Madre que la arropa. Y hoy, que sabe que lleva una semilla de vida nueva en su interior, ha sentido de repente toda la sabiduría que durante siglos se ha transmitido por línea femenina. Ha aprendido de golpe los misterios de la vida. Ha descubierto el lazo invisible que durante tantos años la ha unido con la naturaleza. Hoy ha comprendido qué la atraía de la Noche..., la llamada de la Madre Tierra queriendo transmitirle el saber de tanto tiempo, haciéndola heredera de conocimientos ancestrales. Hoy ha sabido por qué ha perdido el miedo y se siente tan cerca de la tierra y las estrellas. Y hoy ha conocido, en comunión con ella, que la semilla que guarda en sus entrañas será una niña, una niña que heredará de nuevo tantos de esos misterios apenas vislumbrados, una niña que será la heredera de sus saberes y esperanzas.
Me sorprendió mucho el final.
ResponderEliminarNo me esperaba que la protagonista estuviera embarazada.
Muy bueno el relato en el que nombras la conexion de la mujer con la madre Tierra y los conocimientos ancestrales.
Un estupendo relato, un abrazo Charo
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarEn horabuena Mercedes. Es un relato cargado de bellas imágenes literarias. Buen comienzo, buena narrativa, buen final.
ResponderEliminarCordial Abrazo.