De su existencia, como la de cualquier aparecido, ni se toma en serio, ni se deja de tomar, todos tenemos formada una imagen irreal de ella, aunque, nadie que yo conozca se la encontró nunca.
Las historias de fantasmas y aparecidos son recurrentes y seguidas con interés en las noches de frío y vino caliente, en estos páramos helados, donde en las tertulias, todo se vuelve cuento.
Esta leyenda nos atraía con la fuerza de lo fantástico y la incredulidad de los sitios comunes.
Situada la curva a la salida del pueblo es un lugar recorrido por todos, sin más novedad que algún conejo cruzando a destiempo.
La primera vez que la vi, resultó un encuentro inesperado y extraño por la dolorida paz que transmitía. La envolvía una familiaridad que no supe entender.
Algunas veces he tenido la tentación de dirigirme a ella, pero me a faltado valor.
―¿Qué decirla?―.
Su visita, poco a poco se ha vuelto rutinaria, y el asombro inicial ha dado paso a la comprensión.
No alcancé a darme cuenta de nada, y me ha costado terminar de asimilarlo.
La energía con que siempre me he desenvuelto, se agotó igual que la llama de las velas.
Desde las seis de la mañana en danza y sin pasar por casa, de copas hasta las tantas.
Ahora, muy a menudo, la chica de la curva, trae flores y la veo llorar.
Sé que es mí madre, como tantas madres en otras curvas.