Sonríes. No hay nadie más que pueda verlo, pero estás sonriendo. Dudo, pero tengo la esperanza de formar parte de esa sonrisa, que tus sueños, de alguna manera me incluyan junto a ti.
El verano pasado está tan lejos. Las luces de los coches en la noche podrían ser estrellas fugaces de no ser por sus colores tan estridentes. Sigo en su recorrido las gotas de lluvia, resbalan por el cristal, se unen unas con otras para tomar velocidad y escapar en su camino hasta el suelo, quizá alcancen el mar.
Ese mar en el que no parabas de salpicarme, cada ola traía un nuevo mensaje en la botella. Te reíste de mí, cuando me devolvió medio ahogado y sin bañador, en un juego en el que las olas eran cómplices tuyas. Yo tosía escupiendo agua, tu rodabas por la arena fingiendo avergonzarte.
Suena un móvil al final del pasillo, alguien habla rompiendo la calma, no siente pudor, comparte a voces su conversación intrascendente. Cierro la puerta, escuchar vuestra respiración me devuelve a la tierra.
La niña, inquieta, se revuelve en su nido. Aún no he decidido a quién se parece. Desde la ventana las luces insisten en llamarme, el árbol de navidad del hospital se balancea con el viento, tu reflejo sereno en el cristal me confirma que sonríes y no me importa con qué sueñas, sé que en tu sueño, está la niña y estoy yo.