viernes, 27 de noviembre de 2020

Vigilia


Con la madrugada, regresa la quietud y la soledad. En una atmósfera que irradia calma, de forma pausada como en un ritual despliega sus manías: sus viejas zapatillas de felpa, el vaso de agua sobre la mesa y un murmullo de radio al fondo.

Lo normal es que lea, hasta aburrirse. Deambula sin rumbo por el salón. El ventanal, tal que una pantalla de cine, le muestra una ciudad que, al igual que él, parece no descansar.

Encerrado en su pensamiento, lo soñado y lo vivido se entremezcla. Sus fantasmas vagan libres por la estancia, han acudido sin ser invitados, surgiendo de lo más profundo y oscuro de sí mismo.

 Su agitación aumenta con los minutos. Necesita fijar con palabras el mundo, dar salida a tanta historia imaginada, abarcarlo todo.

Mientras escribe, el tiempo queda suspendido, se encuentra en otra dimensión, inmerso en un frenesí del que solo saldrá con el alba, cuando la noche anuncia su fin y la claridad le devuelve a la realidad.

Sale del trance agotado, con el primer café del día despeja sus ideas; y por una vez querría haber conseguido unos resultados tangibles.

 Más allá de una hoja llena de tachones y este insomnio que acabara con él.




Fotografía de Christian Lambert en Unsplash.



jueves, 19 de noviembre de 2020

El baile del albatros



Se retrasa y no paro de mirar el reloj. No debería de haber venido, me siento infantil, casi ridículo.

Mi hija ha insistido, ―tienes que salir―.

Por no hacerle un desaire, como si fuese un crío obediente he aceptado la cita.

La mano me suda, sujeto demasiado fuerte el libro que hará que nos reconozcamos.

La salida del metro está atestada. No sé si es el lugar más apropiado. La gente pasa indiferente, algunos incluso portan su lectura en la mano. Sería mejor que me marchara.

Un destello me retiene, entre la multitud destaca su cabello oscuro, y ya no puedo separar los ojos de ella. Reconocería a Natalina, mi ex, incluso a oscuras.

Parece que busca a alguien, cuando nuestras miradas por fin se encuentran, sonríe, me saluda; y al acercarse saca un libro del bolso.

No sé qué esperaba, el efecto que me causa no es precisamente de alegría, tampoco desilusión, confundido es la palabra.

Me da dos besos, para luego tomarme del brazo. Un gesto inesperado que consigue de mí una sonrisa, que no reconozco, que brota natural; sin esfuerzo.

Nos hemos quedado solos… y los nervios han desaparecido. Fotografía de Jason Wong en Unsplash






sábado, 14 de noviembre de 2020

El lector mutante


Berta, dice de la pasta con qué sirve el café, ―que no es nada ―, pero lo cierto es que se agradece, tanto como su sonrisa. Sentado, junto al ventanal, veo desenvolverse a la gente con sus prisas. Remuevo el azúcar y al tiempo que el humo del café asciende, las historias desbordan las páginas que las contienen y desde los anaqueles elevan su murmullo y tratan de hacerse notar. No es de extrañar. Hay tanto para leer y los personajes, ya se sabe, solo reviven cuando los leen.

¿Quién tendría la feliz idea de integrar librería y café?. Ese si que merece un monumento.

Valle-Inclán, desde un rincón, no deja de observar con cierto asombro el pequeño altar que le rodea.

Hoy «viajo intramuros», de la mano de un José María Merino, niño, que me muestra esta ciudad de otra manera, con otros ojos. 

  Que rápido oscurece en otoño, el tiempo pasa sin sentir al calor de un libro. Berta me cobra y de nuevo, la sonrisa.

Los murmullos se han vuelto llamadas y no puedo más que detenerme y como en un hasta luego, recorro con la mirada unas estanterías donde me aguardan mil historias.


Pd.: Esta semana se ha celebrado el día de las librerías y me apetecía hacer este pequeño homenaje. Y en especial a la librería mutante Tula Varona por su valentía al abrir sus puertas, por primera vez, en mitad de la pandemia.



Fotografía de Renee Fisher en Unsplash

jueves, 5 de noviembre de 2020

Sobremesa


Un poco de actividad después de comer no habría estado mal, pero no hay forma de que salga a dar un paseo, soy más de tumbarme un ratito. Estos días fríos, nada de series, ni películas, me gusta dormitar viendo un canal, de esos de pago, en el que en una chimenea se consumen lentamente unos troncos con un crepitar suave y relajante. Tanto, que cuando el cigarrillo prendió en el sofá no sentí más que el olor a leña quemada y un calor que me acogía con dulzura.

Los bomberos salvaron lo que pudieron. Tras este desastre, no volveré a descansar tranquilo; y temo que las llamas de la incineración no me gusten.