lunes, 1 de noviembre de 2010

pequeña historia de Halloween

Los días en un hotel semi abandonado resultan interminables, por no decir infinitos.
Hacía meses que trabajábamos sin descanso aún sin saber si cobraríamos nuestro sueldo. Se trataba de un viejo hotel que hacía tiempo había albergado un asilo de ancianos y que ahora, en tiempos de la crisis se volvía aún más decrépito como los antiguos inquilinos que allí habían morado.
Las instalaciones eran viejas, cuando llovía podíamos escuchar el ruído de la lluvia al caer por las cañerías rotas. Las paredes estaban desconchadas y sucias y la vajilla que en otro tiempo fue hermosa, estaba rota en algunas partes así como la cristalería que se había vuelto opaca de tanto lavarla en el lavavajillas.
Trabajamos sin descanso Andrea, un chica rubia y corpulenta con una obsesión enorme por la limpieza, aún sabiendo que ya hacía mucho tiempo que nadie venía a alquilar las habitaciones del hotel. Ella y yo, Rosely, me llamo, nos encargábamos de que las habitaciones estuviesen pulcras, mientras que Raúl, se encargaba de la cocina, y Pedro, era el encargado del mantenimiento y la limpieza de la piscina.
Raúl era colombiano. Como digo se encargaba de la cocina, era nuestro cocinero oficial del hotel quien debía preparar suculentos platos para los clientes y que sin embargo, dada, la inexistencia de estos cocinaba para nosotros.
Como digo, eramos unos buenos trabajadores, con la misión de mantener aquel hotel en buenas condiciones aún sabiendo que los verdaderos dueños habían desaparecido del país, sin pagarnos nuestro sueldo.
Nosotros en el fondo, soñábamos con que aquel hotel sería nuestro con el tiempo, no nos pagaban pero al fin y al cabo estábamos mucho mejor allí que en nuestras casas, limpiando, cocinando, durmiendo, mientras algunos esperábamos la regularizacion de nuestros papeles de extranjería y otros deseábamos fervientemente que de algún modo se reconociese y se nos pagase por nuestro trabajo.
Fue una noche de invierno.
El hotel se hallaba suspendido sobre una loma. Era una imponente casona colonial, poblada de largos, oscuros y fríos pasillos, llenos de recovecos y de habitaciones misteriosas donde el teléfono sonaba misteriosamente a altas horas de la noche y donde la reja metálica que servía de apertura a los coches recién llegados aveces, se abría sola sin que nadie la accionase.
Raúl el colombiano nos había dicho que cogería el coche para ir a la ciudad. Era su día libre y había quedado con unos compatriotas para celebrar que uno de ellos sería padre.
Así pues sólo estábamos Andrea, Pedro y yo.
A mitad de la noche la puerta de mi habitación se abrió con un golpe seco dejando pasar la luz del pasillo encendida, una luz que yo creía haber apagado antes de irme a dormir.
Bostezé y medio dormida miré el umbral. A través de la puerta se dibujaba la figura de Andrea, no le veía bien el rostro pero sabía que era ella por que tenía un cabello largo, rubio y encrespado, muy parecido, y llevaba un camisón blanco y largo como el que ella solía utilizar.
Me dijo:
-No esperes a Raúl, porque no vendrá esta noche ni nunca. En la autopista ha sufrido un accidente y su coche ha volcado.
Inmediatamente di un salto en la cama y pregunté presa del terror.
-¿Andrea eres tú?.
Pero nadie me contestó.
Salí al pasillo y miré hacia ambos lados, se extendía un largo corredor de paredes abombadas por la humedad lleno de cuadros antiguos de los mejores momentos del hotel, cuando lucía en su máximo explendor. Pero allí no había nadie.
Todas las habitaciones estaban cerradas con llave y sabía que Andrea no podía estar allí pues dormía en el último piso.
Pensé que era una broma de la chica y continué dormiendo.
A la mañana siguiente, hablé con Pedro, el encargado de mantenimiento y me dijo que nada sabía de Raúl, ni tampoco de Andrea, y que creía haberle oído durante la centa que se apuntaría a la fiesta del colombiano, así que ambos habían partido esa noche en el mismo coche.
Más tarde nos llegó la noticia. Raúl y Andrea habían perecido en el mismo accidente de coche.
Sin embargo, aveces tengo la sensación de que la chica que se asomó a darme aquella noche la trágica noticia no era mi amiga. Se parecía en ella en cuanto a su corpulencia y su pelo pero su voz no era la misma y no era posible que fuese ningun inquilino del hotel porque salvo nosotros cuatro allí no había absolutamente nadie.

Aveces tengo la impresión de que esa noche hablé con un fantasma.

Nunca más he vuelto a trabajar en ese hotel y todavía es el día de hoy que recordando aquella mujer en la penumbra de aquel pasillo siento escalofríos.

3 comentarios:

  1. También he sentido escalofrios al leerlo, muy logrado. Un saludo Charo Acera

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  2. Un buen relato de Halloween. Bien descrito el escenario apropiado para sucesos terroríficos.
    Felicitaciones Rosa.
    Un cordial abrazo.

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  3. gracias a los dos, no había podido leerlo hasta ahora.

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