En su 72 aniversario pidió un deseo: quería ser madre. A los
nueve meses tuvieron que extirparle la vesícula y los médicos se la dieron en
un frasco. Ella en su casa le puso el nombre de Esther y le acomodó una
habitación. Diariamente la acunaba, le hacía mimos y le contaba cuentos, pero
no crecía. Se dirigió al pediatra para
consultarlo y de allí la llevaron ante
un psiquiatra. A la pregunta decisiva para ser internada confesó que era
consciente de la farsa, todo había sido fruto de sus ansias por tener una
hija y la dejaron marchar. Ya en su
casa, dirigiéndose al apéndice dijo: “Te
pido perdón, siempre supe que eras niño,
a partir de ahora te llamaré Antonio y te vestiré de azul.
Texto y Fotografía de Manuela Fernández Cacao.
No sé como no se dio cuenta antes, pobre Antonio.
ResponderEliminarMuy Bueno. Manuela.
Gracias ¡¡¡¡
EliminarMe ha impresionado Manuela, por cómo lo cuentas, por cómo la anciana se da cuerda a sí misma.
ResponderEliminarBravo Manuela , sorprende como siempre.
ResponderEliminarMe gusta. Bienvenida a esta cocina. Abrazos
ResponderEliminarGracias a todos, me alegra que os guste.
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