La niña, apoyada en la barandilla del puente, observaba con la mirada perdida en el sereno cauce del canal cuando los vio.
Eran dos, uno apenas más pequeño que el otro. Y cayeron casi al mismo tiempo al agua. Se dejaron arrastrar por la corriente, persiguiéndose incansables en el agua mansa. Un poco más allá, el discurrir lento se tornó agitado en breve caída. Y el silencio del agua se volvió borboteo cantarín.
Fue allí, entre la blanca espuma y el ligero borboteo del remolino, cuando se alcanzaron y jugaron juntos al abrazo, mientras la niña sonreía feliz contemplando su cortejo.
me encantó, es un relato precioso
ResponderEliminarEstupendo mini relato admirada Mercedes; despierta estimulantes y sugestivas especulaciones sobre la suerte de los pequeñuelos.felicitaciones
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Siempre son un aliciente. Mientras tanto, permitidme que mantenga ocultos los sujetos de la persecución.
ResponderEliminar¿unas truchas, unos barbos, unas bogas...?
ResponderEliminarSaludos, Merche.