miércoles, 24 de enero de 2018

CRÓNICA DE INDIAS



Cuando, en el año de gracia de 1542, Hernán Pérez de Oviedo embarcó en Sevilla para las tierras de más allá del mar, lo hizo lleno por igual de esperanza y temor. Corrían leyendas sobre grandes tesoros, pero también sobre seres horrendos: gigantes de un solo ojo y brazos de simio, despiadados comedores de hombres, sirenas subyugantes. Sin embargo lo que a Hernán verdaderamente fascinaba era la leyenda de las amazonas, mujeres belicosas que mataban a los varones una vez cumplida su función genésica. Decían los bulos que su misma madre les quemaba un pecho para facilitarles en la adultez el manejo del arco, arma en el que eran expertas consumadas. En eso pensaba Hernán cuando el vigía grito “tierra a la vista”, y casi sin darse cuenta se encontró entre árboles tan descomunales y bestias tan extrañas que todo le parecería ya posible, fueran monstruos de tres metros o mujeres guerreras. Las de aquella isla tenían los dos pechos en su sitio, de eso sí pudieron dar fe. Empezaron a maliciar algo al tercer día de desenfreno. Dijo el capitán: “¿y los hombres?”, y les cayeron encima cien saetas. Y no eran precisamente las flechas del amor.

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