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Fotografía de Jonatan Pie en Unsplash |
El sonido de las teclas me invadía y eso me extraño, digamos que no formaba parte de la rutina.
Sin pensarlo detengo el coche y me bajo, arrojo el cigarro al suelo, hace un momento que lo he encendido y sin embargo su sabor me resulta insoportable, lo piso con el tacón del zapato.
No sé donde me encuentro, la gravilla del suelo amenaza con mancharme los zapatos. Nunca me he preocupado por ellos, esto debe ser una señal de que comienzo a madurar, espero que no tenga nada que ver con el socorrido sentar la cabeza.
Apenas iniciado este camino lo primero que me encuentro son mis propias dudas.
Aire fresco es lo que necesito, llevo encerrado demasiado tiempo y el limbo en el que me muevo es demasiado estrecho. No hay esperanza en las palabras no pronunciadas, ni vida en los personajes no leídos.
Ahora parece que empieza a correr una ligera brisa, y sigo sin reconocer el lugar. Esta oscuridad se asemeja a una noche cerrada. No hay nadie, por los alrededores, a quién preguntar.
Poco a poco el roce de los dedos sobre el teclado va haciéndose más lento, temo que en cualquier momento pare.
Espero que me dé tiempo a despedirme, y que si lees esto alguna vez, sepas que también pienso en ti. Si surgiera otra ocasión desearía tener tiempo para que nos conociéramos o de tomar una copa.
Pero creo que no volveré a fumar. ¿Quién sabe?