lunes, 21 de noviembre de 2011

MAGDALENA

Llorabas y llorabas, y yo allí, sin saber qué hacer. Fuera estaba la playa, la gente despanzurrada alegremente al sol, pero tú no hacías más que llorar y llorar sin decir nada. Sólo hipidos y balbuceos sin sentido. Por un instante, calma, la mirada azul perdida como ausente; luego unos pucheros y vuelta a empezar. Era crispante, tu llanto y mi silencio. Tanto, que hacían chirriar mi mente hasta anular los bramidos de la escandalosa cafetera. Llegó un momento en que todos dejaron de seguir en la tele el encuentro Madrid-Celta de Vigo para mirarte; para seguir con los ojos el reguero de lágrimas que discurría por las baldosas hacia el mar. Yo, entonces, no entendía nada de mujeres. Ni de sirenas.

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