Había sido una de tantas cosas que el Abuelo había traído de sus viajes. Una sombrilla de la India. Si la sabías rotar te narraba una historia a una velocidad imposible de registrar. Es decir: registrabas figuras. Esbozos. Bien podían ser animales corriendo o luchando. Mujeres con sendas capelinas u hombres que se perseguían al infinito.
Si
uno deseaba volver a mirar la misma historia, terminabas
frustrado, indignado contra ti mismo. Tu único pensamiento
estaba en la torpeza de tus manos y en las habilidades del
Abuelo que tanto era capaz de arreglar relojes,como hebillas para el
cabello,armar un camión pieza por pieza o reparar maquinarias.
Muchas
veces los nietos peleamos por la tenencia de la sombrilla y
hasta es posible que le hayamos cometido algunos desgarros en la
fina tela. Solo cuando nuestra Abuela nos alertó de lo difícil
que era reparar aquel destrozo, caímos en la cuenta que la
sombrilla era mucho mas que un objeto. Era en verdad una joya que
además tenía vida propia.
Alguna
de mis hermanas logró concentrarse en aquellos giros con pausa
y aceleración. Por años la sombrilla era el vínculo mas
estrecho entre los niños de la familia. Lo único que lograba
hacernos permanecer horas en silencio. Tal era el silencio que a
nuestros mayores les resultaba harto sospechoso,y de tanto en tanto
asomaban sin hacer ruido al lugar de los juegos.
Me
pregunto si hubo un tiempo en que pudimos haber agotado las
historias. En verdad nunca llegamos a percatarnos de ello.
Fueron el álgebra, el inglés, las ciencias naturales, las
complicadas geometrías , las que nos fueron alejando poco a poco
de las historias de la sombrilla.
Algunas
veces mis hermanas se vistieron con capelinas como las del
cuento para asistir a una boda. Mis primos paseando por las
cercanías de una playa se vieron atacados por una jauría de
perros abandonados. Llegaron a verse corriendo a toda velocidad
para evitar ser alcanzados , y mientras corrían no podían dejar
de recordar las escenas de la sombrilla. Más aún: llegaron a
imaginar que estaban inmersos en ella.
El
primo Horacio - el único de nosotros que había seguido los pasos
del Abuelo - se vió detenido en el puerto de
Murmansk
luego de haber huído de la persecución de unos policías que
le confundieron con un sospechoso de homicidio. Cuanto le ocurría
no coincidía con él, pero allí estaba, indefenso, hablando en
una mezcla de inglés y español en un puerto ruso. Hasta que
finalmente logró que un cónsul que hablaba español le
visitase en los calabozos y oyera su historia. Aún así, pasó
un largo mes entre las rejas . Cuando finalmente lo liberaron su
nave había partido, y con la mejor de las suertes - probando
solidaridad con diversos transportistas - pudo llegar al barco
apenas unos minutos antes que partiera de Malmö.
Por
alguna razón nunca dialogada, la sombrilla cayó en el olvido.
Alguien debió guardarla en el entretecho de la casa como un juguete
roto y nunca mas se supo de ella.
Fue
a causa de las refacciones que se hicieron en la casa de los
Abuelos, que nuevamente la encontramos. Estaba como aquel día
de Reyes que el Abuelo la había sacado al jardín.
Nos
causó una profunda tristeza. Mi hermana , la que sabía
entenderse con la sombrilla y le absorbía las mejores
historias , hace tiempo se ha marchado al mejor de los mundos
posibles.
Horacio
se radicó en Australia. Otros primos eligieron paises diversos
para dedicar vidas y esfuerzos. La sorteamos entre los pocos
que quedamos y me ha tocado a mí.
¿No
ha querido el Destino que mi mejor amigo viniera a visitarme
justo en el momento de llegar a casa con la sombrilla ?
Aunque
no la hice girar ante sus ojos, ni le conté historia alguna, se
enamoró de ella. Sin que esto signifique un elogio, debo reconocer
que mi amigo colecciona telescopios ,largavistas, caleidoscopios que
aparecen en las casas donde venden antigüedades.
“Te
la compro, pibe, te la compro!” empezó. A la media hora, sin
haber bebido una gota de alcohol, con una voz traspasada de una
rara ebriedad continuaba: “Te la compro, pibe, te la compro!”
Se
puso tan pesado, que discutimos. Le encajé una trompada. Cayó
al suelo tan mal, que los dientes le cortaron el interior del
labio inferior y algo de la lengua. Comenzó a sangrar
profusamente. Atiné a ayudarle a levantar y llevarlo a la sala
de guardia del Hospital. Lo curetearon como acostumbran los
médicos. Compré los antibióticos que le recetaron. Lo llevé a su
casa y juro por mi santa madre que le pedí, le rogué, que
perdonara mi reacción.
No
respondió nada, porque la misma anestesia no le permitía hablar.
Ni siquiera movió la cabeza para mirarme. Salió del auto como alma
llevada contra voluntad.
La
Abuela solía decir que uno debe liberarse de los agentes
tóxicos. Sean objetos, animales o personas.
Luego
de pensarlo bien decidí empacar la sombrilla y enviarla a
mi amigo.
Esa
misma mañana se la envié a su domicilio hasta con un moño
escocés !
Han
transcurrido largos dos años. No he vuelto a saber nada de mi
mejor amigo hasta este mismo dia, que me crucé de pura casualidad
con su esposa. Nos saludamos. Cambiamos esas preguntas
protocolares en que todos incurrimos.
Ella
intuyendo mi falta de iniciativa para preguntar por mi ex gran
amigo, me dice, mirando hacia las losas de la vereda:
- Antony ya no vive conmigo. Ha regresado con su madre. Se la pasan ambos bajo una sombrilla dentro del living y dicen que el Universo radica en ese sitio. Mas le digo: Lo he visto aplicar alguno de sus telescopios a la misma sombrilla. -
Perdona, Beatriz. Hacia mucho tiempo que no pasaba por aquí (son tiempos de pertinaz sequía) y no habia visto tu esplén dido regalo. Me parece maravilloso y, con tu permiso lo voy a rebotar en el Facebook y otros altavocea. Un abrazo y que tengas un feliz año
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