Estaba arrodillado y repasaban los mandamientos. Llegados al
quinto no supo que decir. "No matarás", dijo el confesor, y le llegó
el aliento agrio. "¿Has matado, hijo", insistió el cura, y él siguió
mudo. De pronto se dio cuenta de que todo era un sueño y oyó ladrar los perros.
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