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Fotografía de Mladen milinovic en Unsplash |
Para ser una mañana invernal el sol aprieta. Sin quitarme ojo merodean por el paseo. Cuando por fin me siento en el banco ya todas están junto a mi. Inspiro hondo, llenando los pulmones, me encuentro en paz y una ligera brisa aumenta la sensación de bienestar. No se ve una nube y el paseo se ofrece solitario.
Ya está ahí plantado, está visto que la felicidad completa no existe.
Desconozco el por qué, de su interés. A diario se detiene frente a mí, observa a las palomas y lo que hago. Su presencia me incomoda. Ni el más leve gesto indica un intento de cordialidad por su parte.
Recordar la ocasión en que le saludé, tratando de romper el hielo, me pone de mala leche. En sus ojos vi claro el asombro… y no trato de ocultar el asco que le producimos.
Las palomas, son seres hermosos, no entiendo a quien se empeña en verlas como ratas.
He llegado a casa y no se me va de la cabeza su bigotito perfilado de actor trasnochado, enmarca un rictus frío e impersonal. Si hay dios, ojalá le perdone.
Las mañanas soleadas son malas para el negocio, ciclistas y paseantes desbaratan el corro; lo peor son las madres con los niños, así no hay manera de que se aproxime más de una y su paso es breve, desconfiado.
Le miro de reojo y siento como una provocación el lustre de sus zapatos. ¿De qué quiere presumir?.
Hace calor y el sol calienta mi espalda, le noto en apuros, suda copiosamente. Se le agria la sonrisa, se ha sentado una joven con los críos a su lado. Le han ensuciado los zapatos.
El bando entero me rodea, tengo una comiendo de la mano mientras otra se me ha posado en el hombro. Los niños junto a su madre me miran entre asombrados y envidiosos. La suerte me sonríe, la madre, tiene cara de estirada, agarra a los niños y no les permite acercarse. Él, arde por dentro.
Apenas tengo hambre, tumbado sobre la cama trato de recomponer la respiración y un corazón que da la sensación de querer ir por libre. Cierro los ojos buscando tranquilizarme. Espantar el miedo.
Ayer no falle a la cita; él, tampoco faltó. Estuvo lloviendo todo el tiempo. Los días lluviosos son malos en general, las pobres se refugian y acuden, como yo, por la fuerza de la costumbre. Mis pisadas quedaron, en un sendero de barro, como prueba única de que existo.
Llevo toda la mañana solo. Bueno con las glotonas. Una recorrió mi cabeza y el hombro. Llegué a tener cuatro, dos en cada mano y el bando entero alrededor.
Hoy no se ha presentado. La muchacha que algunos días le acompaña se ha acercado, discreta pero directa.
―Perdone, siento molestarle… su amigo no volverá.
No sabría decir si me ha sorprendido. Con gesto triste, ha posado una mano sobre mi hombro como queriendo acompañar un dolor que no siento. Doy salida a un pesar falso como una moneda de chocolate. Miento sin rubor.
Salta a la vista que es buena chica. Creo que la he conmovido. Se aleja con la promesa de volver.
Me ha molestado que piense que era «su amigo».
Necesito caminar. Me da por pensar si le importaremos a alguien. Ella realmente parecía afectada.
Un escalofrío me sacude por dentro. El tiempo parece cambiar y una nube solitaria oscurece el cielo. Al final lloverá y quizá ellas… nos echen de menos.