Fotografía de Mi Phan en Unsplash |
He perdido la cuenta de las vueltas que le he dado a la casa, ella continúa empecinada en bajar las persianas, y por un lado la entiendo, pero esta oscuridad me asfixia y por supuesto no pienso encender la lámpara. El ambiente está tenso y no tengo ganas de discutir. Es este calor el que hace que nos volvamos locos. Prefiero arder en la calle.
La luz me ciega, desde que he salido noto la camiseta pegada al cuerpo y las manos pegajosas. Somos pocos los que nos atrevemos a andar por la calle. Me enciendo un cigarro y trato de calmarme. Justo en la placita los chavales juegan con los aspersores, me extraña verlos funcionar a esta hora.
Como un chiquillo más me acerco al agua y a su frescor. No me importa mojarme.
Empapado, con la lluvia del riego, el día cambia de color, por un momento he visto al niño que fui. El poco aire que corre me pone la piel de gallina.
El cigarro, húmedo, ha terminado por apagarse. Es una lástima pero será mejor que me arme de paciencia y vuelva.