LEYENDO A ANTONIO PEREIRA EN VOZ ALTA
Francisco Flecha
1. PRESENTACIÓN DE UN LECTOR INOCENTÓN.
También en ocasiones como ésta tiene uno la sensación de que el ritual académico y cultural a la hora de presentar a un autor o a un conferenciante se produce de forma opuesta a lo que ocurre en el resto de la práctica social:
En la vida social el conocido presenta a un desconocido o a alguien que se inicia Aquí ocurre lo contrario.
Y más cuando el que tiene la osadía de presentar a Pereira es alguien como yo.
Parece pues imprescindible que, para aumentar el desconcierto, el presentador comience por presentarse a sí mismo:
Pues bien, yo, señores, pertenezco a ese gremio residual e inocentón de los filósofos, que ya lo dijo Pereira en su momento:
A Parménides –“lo que es es y lo que no es no es”, ¡qué tío!- le gustaba jugarse unas monedas con los trileros del ágora, y lo engañaban a ojos vistas.
Los filósofos son algo inocentones1
Además, y por si esto fuera poco, me ha tocado ser miembro de una generación oscura. Que no hay nada peor, o a mí me lo parece, que estudiar para el oficio en los años duros de una dictadura. Épocas de doctrinas, no de filosofías. No eran tiempos de maestros, sino de mayorales y pastores.
La poesía tenía un regusto de desfile y los cuentos, una larga moraleja.
Por eso, debo decir que me encandiló descubrir a Pereira, ya de hombre, y quise olvidar la orfandad y adoptarle como maestro.
Pereira me recordaba a Sócrates (aunque tampoco conocí a Sócrates, os lo puedo asegurar)
• Por su decir pausado, envolvente, seductor.
1 Pereira, La inocencia del filósofo, TLC, pág 770
• Por el maravilloso arte de contar lo cotidiano con la ternura, respeto y ceremonia de las grandes hazañas y conquistas.
• Por esa forma engañosa de aparentar improvisar lo que tenía pensado largamente.
Por todo eso, alguna vez lo dije y deje escrito:
Algunas veces (pocas, aunque ésta es una de ellas) me hubiera gustado ser Platón. Seguramente parecerá otro gesto histriónico de mi carácter veleidoso, continuamente oscilante entre el deseo de ser fraile, tamborilero, cantante de Country en un bar de carreteras del Ohio, cronista de este reino en el que vivo y, ahora, por si ello fuera poco, ser Platón. Lo digo, no porque quiera ir por la calle vestido con la sábana bajera, sino, más que nada, por poder (como él hizo con Sócrates) contar las glorias y enseñanzas del Maestro Pereira, que tiene la rara habilidad de escribir historias bien trabadas cuando habla2.
Pero incluso en esto he tenido mala suerte:
• Porque Pereira, como Sócrates, no pretendió formar escuela ni pertenecer a capillas, generaciones o tendencias)
• Porque jamás aspiró a tener discípulos ni seguidores. Le bastaba con tener oyentes y lectores cómplices o simplemente la presencia imaginada de una muchacha forastera, veraneante en alguna de aquellas sus ciudades del Poniente.
• Y porque, a diferencia de Sócrates, tenía escrito y corregido mil veces aquello que ahora parecía decir improvisando.
¡Cuánto hubiera yo dado por haber dejado escrita una “Apología de Pereira” que recogiera su discurso de aceptación del título de Doctor Honoris Causa con el que la Universidad de León quiso honrarse al contarle entre los mejores de los suyos!
Hubiera entonces escrito, por ejemplo:
“Reunido el Claustro en asamblea y, llegado su momento, subió Pereira al estrado y dijo, pausadamente, como era su costumbre y sin otra introducción, yendo directamente al grano, como el dejó recomendado:
En los veranos me llevaban a Portugal. Era hermoso marchar al extranjero, cruzar una frontera. Los inviernos estaba ocupado con las clases y esas maravillas viajeras no me ocurrían, pero en julio y agosto la quinta de Tras-os-Montes era una fiesta, nuestro tío Duarte Pereira en la biblioteca o recibiendo a los notables y la tía Guiomar preparando refrescos. Había tardes que en la veranda departían el señor Obispo y el Gobernador Civil, o compañeros del tío en la asamblea de diputados de Lisboa. Yo estaba orgulloso de tener tan cerca a señores así, y que a mí me hablaran como si fuera persona mayor. Alguna vez, incluso, les recité poesías (…)
Había una puesta de sol melancólica en el horizonte de la quinta, y el sonar del agua en el chafariz del jardín.
“Maestro como era en la gestión de los ritmos y las pausas , guardó silencio un momento par impresionar a la asamblea que ya tenía encandilada:
2 Flecha, F. Si esto fuera Macondo o, al menos un pueblo con palmeras
Todo esto de Portugal, mi señor Rector, señoras y señores, se me ocurría a mí con los calores que le ablandan a uno la sesera. Yo leía en los Paúles de mi pueblo el diccionario de apellidos y novelas como La ilustre Casa de Ramírez, luego iba al río con los otros chicos y no sabía nadar, y el sentarte a mirar cómo corre el agua te da muchas fantasías y toladas.
Pero, hasta esto, él que guardaba todos los papeles, como hombre acostumbrado a los negocios, lo dejo escrito, hurtándome esta última posibilidad.
Y, por otra parte, a la hora de presentarse lo hacía mejor que nadie podría hacerlo en su lugar, porque, como dice en un texto dirigido a los niños, “si una buena parte de mi vida la he dedicado a contar historias, no me parece un disparate que sea yo quien cuente la mía propia”3.
Y así lo hace también en un resumen magistral en esta solemne sesión de investidura
Crecí entre dos ríos de buen sonar, me llevaron al bachillerato memorístico del colegio de un cura, amplié mis estudios hasta el título honrosísimo de Maestro Nacional o Maestro de escuela, comercial en el hierro como mi padre y mis abuelos, ferreiros de los mazos galaicos, fui viajante y viajero por lo más próximo y lo más lejano en los mapas, y siempre, siempre, viví la vida con vocación de contarla. Y de cantarla.
En apenas dos líneas manifiesta los dos grandes ejes fundamentales de su poética personal, a la que siempre fue fiel en toda su producción poética, narrativa o periodística:
• Su vocación de contar y cantar la vida (como poeta, narrador o vicecersa)
• Su condición de viajante y viajero.
A partir de estos dos grandes ejes es posible orientarse en toda su obra como quien utiliza dos grandes coordenadas.
Y en esta aproximación apresurada, que no pretende (ni sabría) ser un análisis crítico, sino una simple incitación a la lectura realizada no por un especialista sino simplemente por un lector apasionado, así que, por poner un poco de orden en mi exposición y en mi cabeza (deformación profesional, que ya saben que nosotros los profesores sin un esquema de los temas terminamos hablando de la prensa o de las carreras de caballos y como barreras para que ustedes confirmen en qué momento me estoy yendo por las ramas), destacaría como puntos-guía los siguientes;
1. Ese niño con gafas que me mira.
2. Cantar y contar: Poesía y narrativa.
3. La mirada del viajante
4. El viajero siempre vuelve al territorio y los vecinos del poniente.
5. Todo lo vivido tiene vocación de cuento.
Quedo, pues, con vosotros, cada jueves, a las ocho (la hora del poeta) para dejaros aquí, uno a uno cada uno de los punto que os digo.
3 A. Pereira, Antonio Pereira y los niños, León, Editorial Everest, 1989, pg.5