lunes, 14 de febrero de 2011

EL NAUTA

Lo conocí en sus buenos tiempos. Era lo que se dice “ un triunfador” . Cuanto tocaba se convertía en oro, o poco menos. Hombre con espíritu aventurero, capaz de largarse en solitario a navegar por los litorales bravíos de los mares del Sur. Sus regresos eran triunfales. Gozosos. Plenos de recuerdos hilvanados con elegancia. Hubo tardes en que fue hasta el aeropuerto a tomar un café con una joven, y ahí mismo, acercarse a las ventanillas, adquirir un par de pasajes de avión y largarse a una nueva aventura. Así de simple. Aquel atardecer que recaló en nuestra casa, no era el mismo. Le precedía una larga respiración, como un suspiro pausado y las palabras salían de su interior entrecortadas, exánimes. Nos miraba ya no desde su maestría de pintor, ni de sus peritajes marinos , ni siquiera desde sus arenas destempladas . Así como un sediento pide un vaso de agua, el pidió una cama donde yacer unas horas. Y allí se fue, a lanzar su humanidad sobre un lecho alcanforado . Un par de años mas tarde tropezamos con él, en los bordes de una esquina . Si cayó en ese lugar, o se sentó al borde de la calle , allí estaba. Al vernos quiso recobrar el rostro perdido, y poner en pié su humanidad desencajada. Nos tendió la mano y balbuceó algunas palabras carentes de sentido. Le preguntamos si deseaba que lo alcanzáramos a algún sitio . Mi casa, exclamó, y hacia allí lo llevamos. No habló nada durante el trayecto. Bajó del auto hasta con elegancia, nos palmeamos mutuamente , y se perdió detrás de un cerco de bignonias. Luego nos llamó y acaso intentó contarme una larga historia. Aunque tomé nota de las palabras que logré reconocer, ninguna de ellas lograba tener un sentido . -Eres un hombre fuerte. Tu estas por encima de las circunstancias.- le dije al despedirme. Un mes mas tarde me invitó a su casa. Vivía en el piso superior. La escalera era maravillosamente accesible. Cuando llegamos al sitio que deseaba mostrarme, quedé impactado. Se trataba de una biblioteca. Me sentí atribulado. Libros y libros ordenados en anaqueles que iban desde el piso hasta el cielorraso. Olía a papel y a betunes. Herencia de su padre. Con el tiempo descubrió que muchos de ellos habian sido robados en bibliotecas de provincia, que aún conservaban sus sellos oficiales. Para su progenitor, la sabiduría bien valía aquellas sustracciones. Al fin y al cabo, no era esa la historia de la Humanidad? Generar conflictos y guerras para robar los tesoros del enemigo?Qué no darían ciertos pueblos por recobrar los mapas que sus invasores les habían quitado? “Un mapa, hijo, es el delator de las riquezas de un reino“, había dicho su padre. Ahora, según mi amigo, ya ningún mapa estaba a salvo. Impertérritos ojos cruzaban hora tras hora los cielos, grabando aquellos movimientos humanos semejantes a hormigas, que surcaban carreteras , autopistas, caminos comarcales, puentes. Los ojos satelitales miraban impasibles hasta los cultivos de las opiáceas y calculaban las toneladas que se lanzarían a los mercados del mundo para aplacar las rabias y venenos de los más exaltados. También predecían las cosechas de cereales y hacían oscilar los precios internacionales a la baja o a la alta. “Pero aquí me ves. Soy el hombre lúcido que se sumerge en estos libros, como en un baño de sal que nos convertirá en indolentes. Una mentira más. El interior de mi cuerpo se va despidiendo cada día de millones de células que no vuelve a reponer nunca más. No duermo a causa de los estertores de mi tórax cuando descanso. Al principio imaginaba que algún gato del vecindario se había acomodado debajo de mi camastro y emitía esas respiraciones hechas de quejidos sutilísimos. Hasta que me dí cuenta que eran mis propios bronquios quejumbrosos. Mas allá de las tres o cuatro de la madrugada mis respiraciones son hipopótamos enfilando por las oscuridades de la selva. Al final me veo a mi mismo , sudoroso , con mis gruesas pieles colapsadas , caminando en mi laberinto literal. “ Ya no salgo de esta casa. Mi madre se las ingenia para que nos traigan un pollo rotisado los domingos, y el resto de la semana inventamos unas comidas en las que aparecen finamente picados los restos del pollo. Al final, el sábado hacemos un caldo con los huesitos y les añadimos restos de hortalizas que los verduleros tiran a la basura, y para que la sopa resulte mas sustanciosa, le arrojamos crostones de pan viejo. Se acercó mas a mí y en tono confidencial me dijo: Conservar nuestro velero anclado en la dársena deportiva es la única recompensa a tanta penuria.-

4 comentarios:

  1. Muy buen relato Beatriz. Triste pero digno final para el periplo vital de tu navegante. Felicitaciones.

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  2. ser nauta de la vida al final es casi tan o peligroso como ser nauta del mar.

    Precioso relato

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  3. Gracias a Kapizán y Sharkey lady of the stars.Vivir es una aventura cotidiana.Hasta para llegar a este mundo cada uno de nosotros fué un mínimo nauta!
    Cordiales saludos.

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  4. Me ha gustado el relato. Deberías regalarnos más.

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