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Fotografía de @soblowingclouds |
Cuando en el aire reverbera el tañido lento de las campanas, creo llegado el momento.Con un sol que declina. La tarde avanza serena. A mi lado, pinos torturados por los años custodian el sendero.
El camino juega conmigo, sube y baja al ritmo de cráteres extintos, se difumina en un laberinto. Hace rato que no encontraría la salida.
El bosque es un ser vivo que palpita hermético, un ente indefinido que controla todo lo que penetra en él.
Estoy siendo puesto a prueba, avanzo con la seguridad de ser observado. Susurros de conversaciones furtivas se deslizan por las ramas.
Sumergido en las sombras me sacudo el barro del ánimo, y solo consigo manchar más cada palabra. Busco respuestas entre las acículas.
«¿Qué necesidad me empuja?»
Quizá dejaron de interesarme mis propios sueños y he pasado a convertirme en una suerte de oráculo que en vez de visionar el futuro, revivo el pasado.
Con la caída del sol se ha levantado una leve brisa y el aliento forma nubes evanescentes.
En el ambiente se condensa un lamento triste, es un lamento apagado; un lamento emitido en el idioma no escrito del dolor.
Con él una niebla deshilachada me rodea, retuerce las formas, de la oscuridad brotan volutas informes que a cada paso afinan su corporeidad, son los caídos, portan sus viejas armas cubiertas de óxido y derrota. No hay gloria en la visión de estos rostros marcados por el abandono.
Mis huesos se unen a la queja y protestan. Acurrucado en una cicatriz del suelo, siento el rumor perdido de antiguas explosiones. El olor a quemado satura el espacio, de la nada surgen monstruosos carros de combate.
Una tras otra, multitudes uniformadas, como en un espectáculo sin fin, esparcen el sabor agrio de la muerte. Las horas caen heridas. Cada imagen vomita su delirio de cuerpos mutilados, la tierra se suspende en el vacío. Llueven aviones desmembrados y en su caída siembran el silencio en el campo. El aire tenso hasta ahora, queda perplejo, por fin se respira calma.
La razón ha luchado durante horas por no perderse. Las primeras luces me arrancan de la locura.
Tras una noche alucinada, ejerciendo de oficiante en el fango, parece alcanzada la catarsis purificadora. Tras haberle prometido no olvidar lo soñado, lo vivido; el bosque se muestra generoso como un dios clemente y me devuelve al camino.