Había escuchado muchas veces
aquel viejo piano. Desde que apareció en la taberna, desde entonces, muchas
manos lo tocaron y arrancaron de él notas que hacían transitar a los oyentes
por todos los sentimientos.
Ella nunca lo tocó. No dominaba
el arte de la música aunque le gustaba dejarse llevar por ella. Esa tarde,
sentada en el patio emparrado, escuchó una vez más como alguien desgranaba sus
notas en el silencio de una tarde bastante solitaria. Se dejó llevar por una
melodía que le despertó antiguos recuerdos, reminiscencias del pasado.
La curiosidad pudo con ella y se
levantó lentamente. Parada en el quicio de la puerta, escuchó con más atención
aún que antes. La melodía le resultaba ¡tan conocida! Sigilosamente, se acercó
un par de pasos más. Sentada en el piano, una figura masculina se inclinaba
sobre el mismo con mimo, desplazando sus manos con infinita delicadeza. Su
rostro, oculto en la sombra del ala de un ancho sombrero, parecía querer
guardar celosamente el anonimato del intérprete.
Dio un paso más. Se sentó en uno en
uno de los taburetes de la barra y redobló su atención. Las manos del pianista se
alargaban sobre las teclas acariciándolas al ritmo de aquella melodía que
repetía una y otra vez. Sus ojos quedaron atrapados en el movimiento de
aquellos dedos. Y, entonces, reconoció a
un tiempo aquella canción y los dedos
que seguían infundiéndole la
misma alma que el día que la escuchó por primera vez.
Cuando acabó la melodía sus ojos
se cruzaron con los ojos del músico. Se sonrieron,
y con un gesto le dedicó en silencio,
una vez más, aquella canción que había nacido
para ella hacía ya cerca de cincuenta años. Seguramente, en algún lugar muy
cercano al que ahora ocupaban ambos.
romántico relato, sensaciones y recuerdos con final abierto.
ResponderEliminarSaludos.