Estaba continuamente preocupada. Se le notaba a la legua que era madre primeriza por la angustia que ponía en cada gesto:
-¡Ay, por Dios, que el niño llora!; ¡Ay, por Dios, que no se duerme!; ¡Ay, por Dios, que no me mira!"
O sea, todo el día en una continua cantinela de "ay, por Dios".
Cuando vio que el niño no engordaba, la cantinela se volvió un sin vivir.
Bajó a la capital y cuando el médico le preguntó qué tal mamaba y si cogía bien el pecho, contestó sin pensarlo ni un momento:
- Si, señor, si; como un hombre.
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Muy bien mi estimado Paco; me encanta tu dominio de la brevedad en el relato.
ResponderEliminarEs que los hombres nos hacen preocupar... ¡De cualquier edad!
ResponderEliminarMuy bueno.
Beso.
Muchas gracias, amigos Kapi y Marcela.
ResponderEliminarSaludos
Bueno, entonces no estaba todo perdido.
ResponderEliminarSaluditos!!!
Ya desde pequeños nos agarramos, que luego cuesta soltarnos. Ahí muchos tipos de alimentos. No sólo de leche vive el hombre, también de ternura o pasión.
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