El desayuno de los sietes de Enero contenía una carga de tristeza que ni siquiera los juguetes recién estrenados podían mitigar. Yo desayunaba en silencio, migando mi pena en el colacao, contemplando la despreocupada diligencia con la que mi madre recogía las delicadas figuritas del belén, despidiéndome en silencio de los relucientes adornos del árbol de Navidad, y vigilando con el rabillo del ojo a mi pobre abuelo, todavía mucho más triste que yo por el final de las fiestas.
Ambos habíamos considerado, como cada año, que el paréntesis festivo que se abría con la resignada constatación de que tampoco esta vez nos había tocado la lotería, era eterno, y sin embargo, como cada año, ese paréntesis acababa de cerrarse. A él le encantaba la Navidad. Muchos años más tarde, cuando una amnesia misericordiosa vino a privarle de la dolorosa conciencia de la ruina de si mismo y dejó de reconocerse y de reconocernos a todos, la contemplación de las luces del árbol de Navidad provocaba que una chispa brillante, hija de su antigua alegría, recorriera los sinuosos caminos del intrincado laberinto sin salidas en que se había convertido su memoria para venir a instalarse en sus grandes ojos vacíos , de un increíble y rarísimo azul mineral, que, desde que tengo memoria, lamento diaria y amargamente no haber heredado.
_No tengas tanta pena, hombre, se burlaba despiadadamente mi abuela. Ya falta menos para otro año y además, añadía con deliberada y guasona crueldad, cualquier rato se asoma hasta acá Marcial, “el probe”.
La sola mención del nombre de Marcial,"el probe” tenía la virtud de alegrarme el día a mi, pero a costa de acabar de estropeárselo definitivamente a mi abuelo. Mi abuelo le tenía a Marcial una rabia enconada y sorda que ni siquiera se molestaba en disimular. Marcial, “el probe ,“era un ser fabuloso, un héroe del imaginario de mi casa, una especie de mito doméstico. Tanto así que entre los recuerdos que tengo de él, me cuesta mucho separar los míos propios de los ajenos, los reales de los imaginados y de los añadidos, o de los imaginados o añadidos de los otros. Las historias de Marcial crecían y se bifurcaban y se enredaban al amor de la lumbre de las largas veladas del invierno y cada narrador incorporaba a la leyenda elementos inventados por si mismo o por otros, construyendo entre todos una figura mitológica pero cercana y tangible, que nunca dejaba de ser Marcial, “el probe” pero que era también mucho mas que eso.
El aparecía por casa de una vez al año, envuelto en su indestructible capote miliar, cargando siempre un morral que era como la chistera de un mago porque no tenia fondo y de él podía llegar a salir cualquier cosa. Solía venir a finales de Enero. Entraba llamando a gritos a mi abuela, por la que sentía un respeto rayano en la devoción que ella retribuía con ese afecto espontáneo y burlón que siempre le inspiraron los chiflados, le estampaba dos besos sonoros en las mejillas, la piropeaba con arte y después le preguntaba socarronamente por su primo.
Marcial, “el probe” le contaba a quien quisiera oírlo y a muchos que no querían, que mi abuelo y él eran primos segundos y mi abuelo lo negaba siempre…Creo que de entre todas las cosas que mi abuelo era incapaz de perdonarle, el hecho de que Marcial, “el probe”,dijera ser primo suyo era lo que mas rabia le daba; más que su irredenta vocación de tarambana trashumante, más que su afición a liarse cigarros pestilentes, más que su costumbre de cantar viejas canciones milicianas, más que su destreza manual para improvisar todo un zoológico de animales de papel de periódico y dejar boquiabiertos a los niños, mas que su memoria portentosa en la que cabía todo el romancero, más que su probada condición de mentiroso, más que su manía de irse a dormir al pajar donde, mi abuelo estaba seguro, cualquier día se quedaría frito fumando y terminaría por quemar la casa, más que su misma e indeseable presencia…que Marcial le llamara primo acababa de romperle los nervios.
_ No somos parientes, explicaba desesperado, si eso lo saben hasta los negros, como va a ser hijo de ninguna prima de mi padre, si mi padre nunca tuvo primos... Pero Marcial insistía y aunque era un embustero redomado, y aunque parte de su propio mito se cimentaba sobre su bien ganada reputación de cuentista, y aunque lo que si que sabia todo el mundo era que mi abuelo estaba específica y genéticamente incapacitado para mentir, los ojos grandes de Marcial, de un increíble y rarísimo azul mineral, idénticos a los de mi abuelo, terminaban por convencer a cualquiera.
De todas maneras, sus visitas duraban poco, “el huésped y la pesca al tercer día apestan”, decía con sabiduría refranera. Se marchaba como había llegado, si acaso un poco menos “probe,” porque mi abuela se las arreglaba siempre para llenarle el zurrón milagroso con lo que buenamente podía, una hogaza, chorizos de la matanza reciente, queso, ropa usada en buen estado, una botella de vino envuelta en periódicos, una manta, una estampa de San Antonio … Una vez le ofreció trabajo_ quédate con nosotros este invierno, Marcial, que todos nos hacemos viejos y tu también, le dijo, nos ayudas y a la primavera, si no te gusta te vuelves donde quieras pero Marcial se negó. Cualquiera sabía, y mi abuela mejor que nadie, que era incapaz de estar mas de tres días en el mismo sitio.
Durante los pocos días que pasaba en casa contaba como le había ido el año; a que hora y en que sitio había saludado a un antiguo ministro de Franco, como se había colado en un hotel de lujo para dormir en la suite real, donde, quien y de que alevosa manera le había robado la última vez, en qué lugar sabía él que había enterrado muchísimo dinero de una herencia… historias increíbles que en su voz y en su meticuloso gusto por los detalles más relevantes y por los más anodinos, resultaban absolutamente verosímiles y dejaban a su ingenuo auditorio, maravillado de su propia credulidad. También recitaba romances de ciego en la mejor tradición juglaresca y contaba cuentos clásicos que terminaban con el consabido “y vivieron felices y comieron perdices y a mi no me dieron porque no quisieron”. Que alguien no quisiera darle perdices o cualquier otra cosa a Marcial, “el probe”, me ponía a mí de una mala leche tremenda…el se daba cuenta y se moría de risa. Las perdices están buenísimas, Almita, sobre todo con arroz, yo las comí una vez en casa de la marquesa de Montejos, que me invitó porque le dije la buenaventura, decía y me guiñaba el ojo y allí mismo arrancaba otro cuento. Describía ensimismado la casa de la marquesa recién inventada, el color de las cortinas, el brillo de las baldosas, el severo uniforme de las criadas, la delicadísima cristalería de Bohemia...
Un año no vino Marcial, y al siguiente tampoco, ni al siguiente…los que hablaban de él empezaron a hacerlo en voz baja y a llamarlo “el probe” Marcial en lugar de Marcial, “el probe” y los desayunos de los sietes de enero se hicieron definitivamente tristes sin la promesa de su vuelta, pero con el incurable optimismo que sí heredé de mi abuelo, sigo esperando que algún milagro me permita invitarlo algún día a comer arroz de Perdiz.
Una preciosidad ! Cuan afortunados somos aquellos que en nuestra infancia disfrutamos de algun Marcial el probe.Esos encantadores cuentistas o cuenteros que nos enseñaron a usar nuestra imaginación. Muy bueno, Almita!! Y que te cunda !
ResponderEliminarQue bonito :) De principio a fin
ResponderEliminarUn cuento bonito y extraordinariamente bien contado.
ResponderEliminarBienvenida al corro, Almita
Saludos
Es muy hermoso. Tierno y lleno de imagenes memorables.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por acogernos tan bien a Marial y a mi. Cuando publiqué esta historia en mi blog la acompañé de la receta del arroz de perdiz (que me sale muy bueno, jeje). Aquí ya no la incluí porque ya quedaba una entrada demasiado larga, que soy una rolleras de cuidado y no tengo ese don de contar una historia entera en pocas frases como si tenéis tantos de vosotros.
ResponderEliminarDe todos los seres inventados o no de los que yo hablo, Marcial es mi favorito porque representa lo que yo quiero ser, un cuentista por eso quise traerlo aquí, para que esté entre amigos.
Un abrazo :)
un cuento magistral
ResponderEliminarMaravilloso relato Almalaire. Narración salpicada de bellas imágenes y con una factura impecable.Felicitaciones,
ResponderEliminarKapizán
Perdón...he estado fuera, gracias al anónimo generoso y a ti, Kapizán. Un besito
ResponderEliminarMe ha encantado Almalaire. Yo también encontré mi Marcial, no tiene ojos azules, pero gasta una barba casi blanca. El querido profesor también es libre, pero nunca se me hubiera ocurrido ofrecerle trabajo..que cosas tienen las abuelas.. si acaso unos vinos y pitanza..gracias amiga por inventar...
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